🌸 Capítulo: “Van a ser hermanos mayores”
La tarde caía despacio sobre la casa. Afuera, el sol teñía de naranja las cortinas del comedor, y adentro el aire olía a pan tostado y chocolatada tibia. Abi y David hacían la tarea en la mesa, cada uno con su propio caos de lápices, hojas arrugadas y risas entre mates de infancia.
Constanza apareció desde el pasillo con una sonrisa que no lograba ocultar. Tenía esa expresión suya, mezcla de nervios y ternura, que a sus hijos siempre les despertaba curiosidad.
—¿Podemos cortar un ratito? —preguntó, con un tono tan dulce que ni el más aplicado de los dos se atrevió a negarse.
—¿Qué es eso, má? —dijo David, viendo la pequeña cajita que dejaba sobre la mesa.
—Una sorpresa —contestó ella, mientras se sentaba frente a ellos.
Abi la observó con los ojitos brillantes. Las sorpresas eran su debilidad.
—¿Podemos abrirla ya? —preguntó, impaciente.
—Sí, pero juntos —dijo Constanza, conteniendo la risa—. Cuento hasta tres.
Le temblaba un poco la voz, aunque nadie lo notó.
—Uno… dos… ¡tres!
Abi levantó la tapa despacio, mientras David se inclinaba sobre su hombro. Dentro había dos remeras dobladas con cuidado: una decía “Hermana mayor en entrenamiento”, y la otra, “Hermano mayor oficial”. Abajo, una ecografía en blanco y negro descansaba como un secreto que estaba a punto de hacerse eterno.
David frunció el ceño. No entendía del todo. Pero Abi abrió la boca en forma de “O” gigante.
—¡¿Un bebé?! —gritó, con las manos en la cara.
—¿En serio, má? —preguntó David, y aunque quiso sonar tranquilo, la emoción le subió hasta los ojos.
Constanza asintió, apenas conteniendo las lágrimas.
—Sí, mis amores. Van a tener un hermanito… o hermanita.
Abi pegó un salto y se le colgó del cuello, riendo y llorando a la vez.
—¡Voy a ser hermana! ¡Voy a ser hermana!
David se acercó más despacio. No era de mostrar mucho, pero su mirada lo decía todo. Se agachó, apoyó una mano en la panza de su mamá y le dio un beso suave.
—Te banco, vieja —murmuró—. Estoy feliz por vos… y por mí también.
Constanza lo abrazó fuerte. En silencio, recordó todo lo que habían pasado juntos, las noches en que él se hacía el fuerte mientras ella lloraba sin que los chicos la vieran. Ese hijo adolescente que había sido su compañero en las peores tormentas ahora la abrazaba con orgullo.
Y Abi, con su dulzura desbordada, giraba alrededor de ambos, imaginando ya los primeros juegos, los pañales y los cuentos compartidos.
—¿Y Gonza ya sabe? —preguntó David.
—Sí —contestó Constanza, sonriendo—. Fue el primero en saberlo. Y ahora ustedes… Pero nos queda contárselo al resto.
La emoción quedó flotando en el aire, como una melodía que recién empezaba.
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El domingo, la casa estaba llena de voces y aromas. Luis se ocupaba del asado, mientras Idalia cebaba mate y Julieta preparaba sanguchitos de miga. Diego y Soledad revisaban las bebidas, y Ezequiel y Mariana habían llegado con una fuente de tortas fritas que perfumaban todo el patio. Hasta Horacio y Patricia estaban allí, riendo y charlando como en los viejos tiempos, sin rencores ni silencios incómodos.
Gonzalo se acercó a Constanza, que sostenía entre las manos la misma cajita de cartón, ahora con una notita nueva: “Hola, familia. Muy pronto seremos uno más…”
—¿Lista? —le susurró él, entre risas.
—Más que lista —respondió ella, con los ojos húmedos y la voz temblando de felicidad.
Cuando todos estuvieron sentados, Constanza se puso de pie. La mirada de Luis se alzó enseguida; Julieta ya tenía esa sonrisa de quien sospecha algo grande, y Abi, que no aguantaba más, se plantó al lado de su mamá como una cómplice chiquita.
—Bueno… antes del postre —dijo Constanza— queremos compartir algo con ustedes.
Luis arqueó las cejas y Gonzalo dejó la caja en el centro de la mesa. Hubo un segundo de silencio expectante.
Luis la abrió con cuidado, y al ver la ecografía, sus manos temblaron apenas.
—¿Esto es…? —preguntó, sin terminar la frase.
—¡Estamos embarazados! —dijo Constanza, por fin.
El patio estalló en gritos, risas y abrazos. Julieta se tapó la boca para contener el llanto, Idalia se limpió las lágrimas con el delantal, y Luis, emocionado, se pasó las manos por la cara antes de reír y abrazar a su nuera como si fuera su hija.
Horacio, conmovido, le dio un beso en la frente.
—Tu familia sigue creciendo, hija. Qué bendición.
Patricia le acarició el cabello con ternura.
—Este bebé ya llega rodeado de amor.
Soledad y Diego la abrazaron por detrás, casi saltando de felicidad. Ezequiel y Mariana prometían ser los tíos más presentes.
Y Gonzalo, en medio de todos, seguía tomándole la mano. No decía nada, pero la miraba como quien contempla el universo condensado en una sola persona.
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🩷 “Semana 20: ¡Es una nena!”
El consultorio estaba en penumbra, iluminado solo por la pantalla donde se dibujaban sombras en movimiento. La obstetra deslizaba el ecógrafo sobre el vientre de Constanza, y el sonido rítmico del corazón del bebé llenaba la sala como una melodía que parecía venir de otro mundo.
—¿Quieren saber el sexo? —preguntó la médica con una sonrisa cómplice.
—¡Sí! —dijeron los dos al unísono, sin dudarlo.
La doctora movió el transductor con suavidad y señaló una forma minúscula en la pantalla.
—Bueno… ahí la tienen. Es una nena.
Gonzalo soltó una carcajada que le nació desde el pecho. Se inclinó, le besó la mano a Constanza, y luego apoyó la frente sobre su panza, como si necesitara agradecerle directamente a la vida.
—¿Una nena? —susurró ella, incrédula y emocionada.
—Sí, y mirá cómo patea —dijo la obstetra, divertida—. Parece que ya tiene carácter.
Esa noche, en la cama, entre risas suaves y caricias distraídas, empezaron a jugar con nombres. Algunos graciosos, otros imposibles. Hasta que Constanza, medio dormida, murmuró: