Constanza
🌼 Preparando la llegada de Keyla..
La eco de la semana veinte nos dejó flotando.
No sé cómo explicarlo… fue como si el alma se me hubiera vuelto liviana de repente.
—Es una nena —dijo la obstetra con una sonrisa cómplice, mientras yo apretaba con fuerza la mano de Gonzalo.
Sentí que todo mi cuerpo temblaba. No podía dejar de llorar, y él —con esa calma que me derrite— me besó la frente despacito, como si en ese gesto pudiera contener todo lo que le explotaba en el pecho.
—Una nena, amor… —susurró, con la voz quebrada—. Otra nena en casa.
Y entonces fue como si el mundo se acomodara. Como si la vida, después de tantas vueltas, quisiera regalarnos una nueva forma de felicidad.
Esa noche, después de cenar, cuando Abi y David todavía se estaban lavando las manos del postre, los llamamos al living. Me senté en el sillón con una sonrisa que me salía sola y les palmeé el lugar a mi lado.
—Vengan, quiero contarles algo más… —les dije.
David se dejó caer a mi izquierda, con las cejas levantadas, y Abi se tapó la boca, como si ya sospechara que venía una noticia enorme.
—Decidimos con Gonzalo cómo se va a llamar su hermanita —anuncié, conteniendo la emoción—. Se va a llamar Keyla.
David repitió el nombre en voz alta, probándolo como si quisiera saborearlo.
—Keyla… Suena dulce y fuerte a la vez.
—Lo busqué —le conté, con los ojos llenos de brillo—. Significa corona, como una reina. Y también la que reúne. Me gustó porque desde que supimos que viene en camino, hay más amor, más unión… nos cambió todo.
Gonzalo me miró con esa ternura silenciosa que ya es parte de su forma de amarme. Se inclinó, me acarició la panza y le susurró:
—Keyla Silva… te vamos a cuidar como a un tesoro, reina chiquita.
Abi, que hasta ese momento se había quedado quietita, rompió en aplausos. Reía y lloraba al mismo tiempo, tapándose la cara. David la abrazó, divertido.
—Otra hermana, che… Me van a rodear de mujeres. Pero posta, qué nombre tan hermoso.
Reímos los cuatro. Fue un instante simple, pero lo sentí eterno.
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Al día siguiente empezamos con los preparativos del cuarto.
David y Gonzalo fueron a comprar pintura. Volvieron cargados con un lila clarito —suave, luminoso— y unas estrellitas blancas para decorar una de las paredes. Los escuchaba desde la puerta, entre rodillos, escalera y risas.
—Pará… ¿esta parte va con agua o con thinner? ¡Las instrucciones son una trampa del demonio! —gritaba David desde arriba del banquito.
—Sos un exagerado —le respondió Gonzalo riéndose—. Si armamos la cuna, esto es pan comido.
Mientras tanto, Abi estaba en el suelo con tijeras, cartulinas y crayones. Su concentración era total. En una hoja grande dibujó a nuestra familia: cinco personitas tomadas de la mano, un corazón enorme arriba y, en letras torcidas pero llenas de amor, escribió:
“Bienvenida Keyla 💜”
Yo los miraba desde la mecedora. Sentía la panza redondita y el alma llena. Acariciaba despacio mi vientre sin darme cuenta, con esa mezcla de ternura y gratitud que solo una madre entiende.
Pensé en todo lo que había pasado, en cuánto había dolido perder, en cómo la vida —sin avisar— me estaba regalando una segunda oportunidad.
Cuando el sol empezó a caer y el cuarto se tiñó de dorado, Gonzalo se acercó por detrás. Me abrazó la panza con sus brazos fuertes y apoyó su frente contra la mía.
—¿Sabés qué? —murmuró con voz baja, ronca—. Cada vez que pensé que no podía ser más feliz… apareciste vos. Y ahora, ella.
Sonreí. Sentí que el corazón se me agrandaba.
—Keyla vino a enseñarnos que siempre hay espacio para más amor —le dije, apenas en un susurro.
Nos quedamos así, en silencio.
El olor a pintura nueva, el sonido de Abi guardando sus crayones, la risa de David desde el pasillo… todo era paz.
Y supe, con la certeza más dulce del mundo, que el mejor capítulo de nuestras vidas recién estaba empezando.