Seis Máscaras

Capítulo 10

Capítulo 10

 

“— ¿Estás seguro? —le había preguntado a Tomás, después de haber encontrado el papel en la iglesia, donde les decía que la bestia y el demonio eran la misma entidad.

—No hay otra manera —susurró Tomás, sus ojos llenos de angustia.

—Siempre hay otra forma —dijo Yolanda, a punto de echarse a llorar—. No permitas que el enemigo te venza.

Tomás observó el horizonte en silencio, antes de voltear la vista en ella.

—Orinimun es más fuerte que yo —respondió—. Si no le entrego mi cuerpo para que lo utilice como una vasija, matará a todos y cada uno de los pobladores del pueblo donde nací.

—Te verán como el demonio que los ha estado atormentando desde hace generaciones.

—Pero tú sabrás la verdad.

Yolanda suspiró, el corazón le dolía tanto que estaba a punto de arrancárselo para no sentir la angustia que destilaba en cada latido.

— ¿De qué me sirve la verdad si nadie más me creerá?

Tomás acarició suavemente su mejilla izquierda, sus ojos viéndola con un amor que a esas alturas, resultaba imposible, pero quemaba como fuego sus frágiles almas.

—Si tú me crees, lo demás no importa.

Estaban parados debajo de un árbol de más de cien años, sus espesas hojas haciéndoles sombra. En la distancia se podía ver el cementerio, y más allá la entrada del pueblo. El lugar donde se encontraban estaba a las afueras de Villa Malgama, donde se habían refugiado en algunas ocasiones en la adolescencia.

Yolanda lo abrazó tan fuerte que creyó que le rompería los huesos.

—Te salvaré —dijo tan bajo, que apenas se pudo escuchar—. Lo prometo.

Tomás asintió en silencio, separándose de su único amor. Un profundo abismo los separaba por el momento, pero jamás para siempre. Sus almas no soportarían el dolor de la separación por tanto tiempo.

Yolanda despertó sobresaltada, el recuerdo de Tomás perdiéndose en la oscuridad, atormentaba sus sueños una vez más. Se levantó de la cama donde había dormido o mejor dicho, donde había caído rendida con los zapatos puestos y todo. El ritual que había hecho la noche anterior, la había dejado exhausta, apenas y había encontrado el camino hasta la cama antes de que la oscuridad la cubriera con su manto.

El cuerpo le pesaba un poco, pero sinceramente la fuerza que poseía era mucho más de lo que había tenido alguna vez. La idea de poder perder a alguien que se ama y el sentimiento de no poder hacer nada para evitarlo, hacen mella en las personas, pero en ella solo la hizo más fuerte. Su linaje se lo exigía, la sangre de miles de guerreros despertándose en la suya, haciendo que una sensación le recorriera el cuerpo entero. Ya no era aquella mujer débil e insegura que había sido, la guerrera dormida en su interior había despertado y amenazaba con golpear fuerte y no volver a dormirse nunca más.

Se acercó a la pared junto a ella, deslizó con suavidad un libro y una puerta oculta se abrió. Yolanda suspiró y se adentró en la oscuridad antes de que la puerta volviera a deslizarse nuevamente.

—Esta noche es luna roja —mencionó Benito junto a Abel.

Raúl se sacudió en su silla, incómodo.

— ¿Qué ocurre? —preguntó al notar el extraño comportamiento de Raúl.

—Estoy cansado —se excusó.

Benito lo miró dudoso antes de volver su rostro a Abel, quien con el ceño fruncido seguía los movimientos de Raúl sobre su oficina.

—El nuevo cura ya está instalado —explicó el comisario, cruzando el umbral de la puerta abierta. Se notaba alegre.

— ¿Se puede saber por qué tanta alegría? —quiso saber Abel, su voz sonaba cortante, algo molesto.

—Le mencioné sobre el demonio y dijo que tal vez podría ayudarnos —dijo, dirigiéndole una mirada de soslayo al fantasma, quien había amanecido con mal humor—. Dice que podría exorcizar a Tomás.

—Lo dudo —susurró Raúl, su semblante ensombreciéndose de repente—. Nadie puede encerrar al demonio.

La forma en la que lo dijo, con cierto deje de molestia e irritación hizo que Reinaldo lo mirara sorprendido ¿por qué se veía molesto? Al fin tendrían una oportunidad para liberarse de la maldición que los condenaba, y sin embargo a aquel muchacho rubio no le agradaba la idea.

— ¿Tienes alguna idea mejor? —cuestionó al propietario de los ojos tan cristalinos que lo deslumbraron.

Raúl negó, sus manos comenzaron a temblar y al darse cuenta de que su jefe lo había notado, se levantó y se fue.

No habían sabido más noticias de Yolanda ni de Tomás, quien nunca se habían imaginado, sería el verdadero demonio.

—Tengo una duda —dijo Benito—. Si dijeron que aquel cuerpo sin vida que encontramos en la casa de Zulma Díaz aquel día, había sido utilizado como una incubadora —su voz se detuvo unos segundos, mirando a los dos presentes—. ¿Quién podría decir que el cuerpo de Tomás también es usado en este momento por Orinimun?

Reinaldo guardó silencio, aquella idea no se le había cruzado por la cabeza. El solo recuerdo del cadáver encontrado con la boca abierta, su interior completamente vacío de órganos y las múltiples velas y objetos de magia oscura rodeando la escena, lo estremecieron. Aunque pensándolo bien, el muchacho podría tener razón, tal vez el demonio estuviera ocupando el cuerpo del antiguo oficial de policía.

El comisario levantó la cabeza de su escritorio, miró primero a Abel quien se mantenía de pie con los puños apretados, sus ojos cerrados con fuerza, como si estuviese aguantando un secreto que necesitaba gritarlo de una vez o lo volvería loco.

— ¿Tú lo sabías verdad?

—Lo supe desde el momento en que apareció el mensaje escrito con sangre debajo del árbol donde ahorcaron los últimos tres cuerpos —Abel relajó su cuerpo antes de mirar a los dos hombres frente a él—. Es por eso que borré el mensaje —levantó su mano, en cuanto notó que el comisario iba a hablar—. Creí que Tomás no lo había visto… pero al parecer sí lo vió.



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En el texto hay: maldicion, asesinato, terror

Editado: 02.05.2023

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