Sekaiichi Hatsukoi - La última barrera [yaoi/bl/gay]

8. Con los mejores deseos

8. Con los mejores deseos

Yokozawa había dejado en la habitación algo para que cenara antes de marcharse. Me dejó una ensalada y bebida, lo cual agradecí, sobre todo por poder tomarlo tranquilamente junto a Takano.

La verdad es que nunca imaginé que Yokozawa pudiera tener este tipo de detalles conmigo así que, después de todo lo que pasó en el pasado, parecía que me había aceptado completamente. No es que pudiera decir que éramos amigos, pero debía reconocer que había sido de mucha ayuda en esos días.

Takano seguía sin cambios, pero el hecho de que tampoco empeoraba me permitió tranquilizar mis nervios un poco. De modo que, tras terminarme la cena, me acomodé en el sillón con las piernas recogidas e intenté adelantar un poco de trabajo.

Equipado con mi lápiz rojo para las anotaciones y con algunos storyboards que tenía pendientes, empecé a comprobar y a ponerme al día. El primero de ellos era de Mutou-sensei y, como era habitual, era un trabajo bastante bueno. La intensidad de los momentos entre los personajes se veía delicadamente suavizada por las viñetas de humor adecuadamente colocadas para aliviar la tensión. Aun así hice algunas pequeñas correcciones. El trabajo de sensei, no obstante, había mejorado mucho… ¿o tal vez es que ahora lo entiendo mejor? De cualquier modo, este será un gran número.

Absorto en el trabajo, apenas me di cuenta de la hora cuando ya había anochecido. Terminé de organizarlo todo, retiré los papeles y los volví a guardar en mi bolsa. Mi cuello se había entumecido, así que me incorporé y lo estiré para intentar reponerme un poco.

En ese momento, entró alguien en la habitación. Era un chico que no conocía y llevaba un ramo de flores moradas en la mano. Lo primero que pensé es que quien podía venir tan tarde con flores. E incluso se me ocurrió que podría tratarse de algún familiar de Takano que al fin había venido a visitarle.

— Buenas noches. — Saludó el chico —. Busco al señor… Onodera Ritsu.
— ¿Eh? — Me extrañé — Soy yo.
— Le traigo un encargo para usted y para… Takano Masamune.
— ¿Para ambos?
— Sí. Es aquí, ¿verdad?
— Sí, claro. Pero… ¿Quién lo envía? — Insistí.
— No le puedo decir, pero hay una tarjeta.
— Oh, muy bien. Muchas gracias.

El chico me ofreció el ramo de flores y se despidió deseándole a Takano una pronta recuperación. Yo me quedé muy extrañado, sobre todo porque no sabía por qué también mencionó mi nombre. Lo primero que pensé es que se trataría de alguno de los chicos de la oficina, así que rebusqué entre las flores y encontré un sobre, en papel blanco.

Nada más abrirlo me sorprendí de su contenido. Era una foto mía. Y debía tener varios años ya, porque era mucho más joven. Yo sonreía bajo el cerezo de la escuela de Inglaterra. No recordaba cuando se había tomado, pero sí supe enseguida quien la hizo y, por tanto, quien era el que había enviado las flores.

Sin duda se trataba de Nao. Por entonces él ya era un fotógrafo profesional, así que deduje que conservaba las fotos de la época en que estudió conmigo allí. Cuando le dí la vuelta, tenía una nota escrita a mano por detrás.

"He sabido de la situación. Sólo espero que Takano-san se recupere bien y todo pase pronto. Tomé esta foto hace nueve años, cuando al fin, después de tanto tiempo, conseguiste volver a sonreír. Es una de mis fotos favoritas, pero pensé que es mejor que sea Takano-san quien la tenga. Espero que puedas dedicarle muchas más sonrisas como esas a partir de ahora."  Nao Kiyomiya

Aquellas líneas me resultaron de lo más conmovedoras… A pesar de que solo hacía pocos días que rechacé a Nao, estaba dispuesto a seguir siendo mi amigo, y ahora enviaba esa foto como regalo para Takano… Después de todo, Takano siempre se lamentó de no haber sabido sobre los diez años en que estuvimos separados, así que no se me ocurría un mejor regalo para él. De modo que coloqué las flores y las fotos a un lado de la cama de Takano, esperando que sirvieran como amuleto de buena suerte. Luego volví a trabajar un poco más.

Pasado un rato, volvimos a recibir la visita del doctor Nowaki, que pasó puntual como siempre.

— Buenas noches, Onodera-san. — Saludó — ¿Qué tal se encuentra?
— Supongo que igual, no parece haber cambios…
— Ya veo… — Comentó comprobando los instrumentos.

El doctor observó sus notas y tomó algunas nuevas, y luego se fijó en el ramo de flores:

— Oh, que bonitos. Son Ayames.
— ¿Eh? ¿Ayames?
— Sí, en el Hanakotoba [lenguaje de las flores japonés] simbolizan las buenas noticias. — Explicó — Algo muy adecuado y necesario aquí.
— Vaya, no sabía que las flores dijeran tanto.
— Sí bueno, es que trabajé como florista cuando estudiaba.

Tras ofrecerme una sonrisa, continuó revisando sus notas hasta que al fin habló de nuevo:

— Efectivamente, no parece haber muchos cambios… Solo nos queda seguir esperando.
— Entiendo…
— Volveré por la mañana. — Anunció — Si nota que padece dolor o se queja, no dude en comunicarlo al personal. Ellos podrán administrarle un calmante.
— Claro, gracias…
— Y usted… ¿Ha cenado ya?

Vi como observaba mis libros y manuscritos sobre la mesa, y continuó diciendo:

— Mi pareja también se dedica a los libros. Es profesor en la Universidad. Y sé por experiencia que quienes se dedican a eso tienden a descuidar sus hábitos…
— Oh, no se preocupe, estoy bien. Ya he cenado. Le agradezco su atención.
— Muy bien. Le veré en la mañana. Que tengan muy buenas noches.
— Igualmente, doctor.




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