Sus pies enfundados en los patines se movían rápido deslizándose hasta la parte frontal de la barra. Con movimientos fluidos la jarra que llevaba en la mano se inclinaba sobre los vasos y los iba rellenando de café, hasta que el contenido se terminaba y entraba por la barra desde el otro lado. Saludaba y sonreía, daba los buenos días y aprovechaba para dejar la jarra de café rellenándose mientras recogía platos con tortitas y tostadas con huevos y los dejaba con cuidado sobre las mesas de los clientes, repitió éste ciclo un total de cinco veces antes de que todos los comensales estuvieran servidos y desayunando.
-Hoy estás muy animada, Kim. -El inspector de policía Jacob Devin y sus chicos del barrio siempre desayunaban allí antes de entrar en la comisaría.
-¿Hoy? Yo siempre estoy muy animada -replicó ella, con una sonrisa divertida.
-Sí, es algo destacable teniendo en cuenta el trabajo -mencionó Hannah, una de sus compañeras de trabajo, vestida con el mismo uniforme azul que ella y también con patines, pero a diferencia de Kim, Hannah tenía la piel morena y su largo cabello negro azabache peinado con trencitas, atadas en una cola alta. Sus ojos eran también oscuros y sus labios gruesos y rosados, con una nariz pequeña y ancha.
-Tampoco está tan mal -Kim se encogió de hombros con una media sonrisa.
Kim llevaba su cabello color castaño recogido en dos cortas coletas traseras con unas pinzas que sujetaban los mechones sueltos que caían delante su rostro, de piel blanca como el marfil destacaban algunas pecas que manchaban su nariz respingona, y unos ojos de color verde aceituna que solía llevar perfilados con delineador negro; sus finos labios siempre brillaban, ya que solía untárselos con vaselina: La maldita costumbre de mordérselos hacía que siempre los tuviera cortados.
-¿Qué tal llevas tu libro? -preguntó el agente Mack, joven, alto y apuesto, con unos ojos de color azul y una tez oscura... Kim esbozó una sonrisa nerviosa al notar su atención.
-Bien, bueno... Hace días que no me pongo -respondió sirviéndole el zumo de naranja sin azúcar que había pedido.
-Tienes que escribir, Kim, sino nunca saldrás de este lugar. -El inspector Devin la miraba como un padre que mira a su hija... Y aunque él no era su padre, era lo más cercano que Kim tenía a ello: el inspector Devin la había sacado de las calles cuando era una niña y había sido él el que le había encontrado aquel trabajo.
Ella asintió.
-Lo sé, pero la inspiración no me visita desde hace días.
-Mientras no vuelvas a cometer la locura de irte a algún lugar sin decir nada a nadie.
Kim sonrió divertida, pero no pudo seguir hablando, ya que salían otros menús de la cocina y debía servirlos.
El padre de Kimberley era un alcohólico y drogadicto que cumplía quince años de condena en la cárcel por tráfico de drogas; también había sido amonestado por maltrato doméstico, por haber participado en peleas y disturbios varios. Aún le quedaban nueve años. Su madre había fallecido de sobredosis hacía algo más de dos años; poco después de que Kim celebrara la mayoría de edad.
Con aquel historial familiar no extrañaba a nadie que Kim hubiera coqueteado con las drogas; con trece años ya había vendido sus primeros gramos gracias a su padre y también había catado la mercancía. Había dejado el colegio, salía de juerga y también perdió la virginidad. El inspector Devin fue uno de los que ayudó a meter a su padre en la cárcel, y aquí empezó su relación con Kim.
Con algo de ayuda, se alejó de las drogas y de aquel mundo de fiestas y descontrol, volvió al colegio y empezó a escribir historias para sus amigas, haciéndose cercana a la profesora de literatura. Descubrió que se le daba mucho mejor crear historias que vender droga. La policía de su distrito la ayudó mucho, a ella y a otros como a ella.
Al cumplir los dieciséis encontró aquel trabajo, y cuatro años después seguía en aquel lugar mientras compaginaba el horario con sus intentos de escribir una novela. Pero nunca encontraba el punto, siempre empezaba a escribir pero nunca las acababa, siempre encontraba ideas más originales o ideas sobre las que le apetecía más escribir... Otros protagonistas con vidas más interesantes.
Por eso decidió tomar un autobús desde su ciudad, Nueva York, y viajar hasta el centro de Pensilvania, hasta Sproul State Forest. Allí alquiló una cabaña y se pasó las dos semanas enteras de sus vacaciones haciendo actividades de montaña y deportes de riesgo. Le vino muy bien conocer aquellas experiencias, pero allí quedaron: relegadas en un montón de hojas en su escritorio. A eso se refería el inspector Devin.
Pero aunque aquello fue una locura era algo que ya hizo y Kim no solía repetir las experiencias.
Se despidió de ellos cuando se fueron a trabajar, quedándose mirando la ancha y perfecta espalda de Mack y soltando un suspiro a su paso. Era tan perfecto. Tan serio, tan formal... Era el típico agente de policía que lo daba todo para que cumplieran la ley.