Sempiterno

9| Nuevos aires | Yannick

Me removí ligeramente sobre mi colchón, pero mis movimientos fueron detenidos por unos brazos fuertes que me apretaban hacia sí. Mi respiración se agitó perceptiblemente pero se me hacían conocidos; Noah. Todo fue un sueño, Tadd fue un producto de mi imaginación descabellada, me hallaba con Noah, mi novio, durmiendo con tranquilidad en mi apartamento.

Aspiré hondo, necesitando su aroma pero ese no era su olor característico. Mierda.

Mis ojos —que estuvieron cerrados todo este tiempo— se apretaron hasta que me obligué a abrirlos. Las paredes moradas fueron lo primero que divisé, luego fue el reloj de mi buro que señalaba que eran las 6:50 de la mañana, a esta hora debía de desayunando para ir al trabajo. Claro, mi reloj interno y mi estómago me despertaron, lo que significaba que todo era verdad. Tadd era real.

Un suspiro caliente al lado de mi cerebelo causó que mi piel se pusiera de gallina. Definitivamente la sensación que causaba el licántropo en mi organismo era indudable. ¡¿Qué hacía en mi cama?! Lo dejé descansando en mi cómodo sofá, le di mis mejores mantas y mira nada más dónde se vino a meter, ¿cómo demonios no sentí su presencia? Sí que tengo el dormir pesado, Zeus.

Traté de darme vuelta y logré mi cometido a duras penas ya que dicha persona se movía cada vez que yo lo hacía. Cuando quedé de cara a cara con el chico pelilargo mis pulmones dejaron de funcionar, joder, qué imagen. Sus labios carnosos se hallaban entreabiertos dejando escapar esos soplos que producían estragos en mi cuello, una hebra de su cabello caía perfectamente colocada sobre su nariz, la mandíbula parecía esculpida con furor, y esos parpados escondían unos ojos verduzcos que reflejaban tanta calma que estaba ansiosa porque fueran abiertos. «¿Qué mierda me sucede?» grité en mi subconsciente.

Me enfurecí porque estaba aquí, era un perro muy malo. Y no sabía si eso me gustaba o me molestaba. «Claro que me fastidiaba, diablos». No recordaba la vez que había dicho —o pensado— tantas palabras soeces, la última vez fue cuando mi equipo favorito de futbol americano perdió, y ahora mi boca estaba peor que la de un marinero.

Me perdí tanto en mis pensamientos que no me había dado cuenta que unas faenas brillantes me devoraban tal famélicos, pero era casi imposible no sentir el peso de esa mirada. Nos observamos por un tiempo indefinido, el silencio reinaba pero nuestros los latidos parecían resonar como tambores. «¿O sólo venían de mi parte?». Aparté mi atención de él, me sentía repentinamente nerviosa, lo cual sólo engrandecía el ego de Tadd y confirmaba mis sospechas; me sentía atraída físicamente hacia él.

—¿Qué haces en mi cuarto, precisamente en mi cama, respectivamente abrazándome y sin camisa? —exigí con las mejillas coloradas cuando reparé en lo último.

Alcancé apreciar su sonrisa ladeada que marcaba un pequeño hoyuelo.

—El apartamento estaba cruelmente frío y por si no lo sabes, los hombres lobos tenemos un calor corporal muy distintivo que creí que sería necesario para mi Luna. Solo bastaba un abrazo para apaciguar mi preocupación de que consiguieras un resfriado.

No le creí, obviamente buscaba cualquier oportunidad para estar cerca de mí.

—Que atento eres —El sarcasmo pintaba cada palabra—, pero ya es de mañana y justamente necesito levantarme de la cama para empacar todo eso que me hizo falta ayer.

Me quité sus manos de encima, y agradecí el haber usado pantalones largos en vez de cortos porque cuando me levanté de la mullida superficie me hubiese dado una vergüenza inmensurable que él me viera semidesnuda. Un atisbo de dolor apareció brevemente por sus luceros por la falta de contacto corporal pero fueron sustituidos por una mirada indiferente acompañada de un asentimiento.

—Iré transportando lo ya empacado al auto, date una ducha rápida porque vamos a desayunar, luego nos ocuparemos de terminar la mudanza.

—Un momento —Lo detuve justamente cuando se calzaba la camisa por los hombros pero no impedí que mis ojos vagaran por su torso. «¿Qué.mierda.me.sucede?»—. No podemos desayunar en un lugar público ¿sabes lo que dirían de mí? Papá se daría cuenta de tu existencia antes de siquiera tomar el menú y sabrían que terminé con Noah. Pueblo chico infierno grande —justifiqué mis palabras.

Durmió con sus pantalones negros, lo cual gratifiqué con una sonrisa que me fue devuelta como una mueca.

—Es eso o temes que te vean conmigo -contraatacó entre dientes. Sus pasos se dirigieron hacia la puerta y lo perseguí hasta la sala.

—¡¿Quieres ser razonable?! Hace unos días no me preocupaba nada más en sacar manchas de grasa o aceite de mi ropa, o de llegar temprano al trabajo y saludar con un café a mi padre e incluso me preocupaba en si habría un pedazo de pizza que recalentar por la noche cuando volviese del taller y así poder cenar sin esperar a mi ex. Todo era complicado a su manera pero ahora que lo pienso era más sencillo de lo que ahora es mi vida.




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