HEATHER
-Después de la tormenta-
Melbourne, Australia.
—Buenos días —digo mientras llevo una taza de café a mis labios, esforzándome por sonar tranquila, aunque por dentro mi estómago aún siente un ligero nudo.
—Buenos días —responde él, dejándose caer en el sofá y despeinándose el cabello con un gesto despreocupado. Su aspecto relajado contrasta demasiado con el caos que yo siento.
—¿Cómo dormiste? —pregunto, incómoda por la intimidad de la situación.
—Bien. ¿Qué hora es? —su voz suena grave, aún teñida de sueño.
—Las nueve —respondo mientras dejo la taza en la mesa—. ¿Café?
—No, gracias. Ya me tengo que ir. —Se incorpora y camina hacia la puerta. Cuando sale, no puedo evitar correr a la ventana. Lo observo caminar calle arriba bajo la llovizna, con una camiseta colgada sobre el hombro. Una parte de mí se siente extraña, casi vacía, viéndolo desaparecer entre la bruma gris.
El sonido de mi móvil me arranca del ensimismamiento. Al ver quién llama, respondo de inmediato.
—Ma...
—¡Heather, cariño! ¡Tengo una maravillosa noticia! —la voz de mi madre irrumpe cargada de energía.
—¿Para ti o para mí? —pregunto, porque sé que a veces su entusiasmo no es el mío.
—Heather... —hace una pausa, pero el tono sigue animado—. Iremos a Melbourne con tus hermanos el viernes. Podríamos hacer la cena en tu casa, ya que vives con tu novio...
—¿Qué? —mi corazón se acelera con un vuelco incómodo.
—¿No viven juntos? —suena confundida.
—Sí, pero en casa no podemos. Un restaurante me parece bien —digo con rapidez, buscando salvar la mentira que se me enreda entre los labios.
—Ok... no te emociones tanto. —Su tono se vuelve más serio.
—Lo siento, recién me despierto —miento, aunque estoy más que despierta.
La llamada termina, dejándome con un suspiro de alivio. Al menos no se quedarán en mi casa.
Las horas pasan entre intentos fallidos de pintar y la lluvia golpeando los cristales. La frustración me pesa en los hombros hasta que, inevitablemente, mis ojos se desvían a la ventana de mi vecino.
Me descubro vigilando, esperando su regreso como si dependiera de eso. Cuando finalmente lo veo entrar a su casa, mi cuerpo se adelanta antes que mi mente. Dejo la laptop a un lado, tomo el móvil y camino decidida hacia su puerta.
Golpeo dos veces hasta que abre. Su mirada azul se clava en la mía, y me siento pequeña bajo ella.
—¿Puedo pasar? —pregunto con timidez. Él asiente y se hace a un lado.
Me dejo caer en el sofá negro, a su lado.
—Te comenté lo de mi ex novio... —empiezo, con la garganta seca. Él asiente, expectante—. Mis padres organizaron una cena familiar y quieren conocer a mi novio. El problema es que... ya no tengo uno. —Las palabras salen atropelladas mientras siento mis mejillas encenderse—. Necesito un favor.
—¿Le vas a pedir un favor a alguien que apenas conoces? —pregunta con seriedad, aunque no hay reproche en su voz.
—Al parecer sí... —respondo con una sonrisa nerviosa.
—Bien, ¿qué quieres? —Su tono se suaviza, casi curioso.
Trago saliva antes de soltarlo de golpe:
—Que te hagas pasar por mi novio.
Él se inclina hacia mí, como si quisiera asegurarse de haber entendido bien.
—¿No es más sencillo decir la verdad?
—Es complicado. —Muerdo mi labio inferior—. Siempre me dijeron que con mi manera de ser jamás tendría una relación estable. Y parece que están teniendo razón... No quiero que la tengan.
Un silencio denso nos envuelve, y entonces su respuesta me sorprende.
—Lo haré.
—¿En serio? —pregunto incrédula.
—Sí. No tengo nada mejor que hacer que conocer a mis suegros falsos. —Sus labios se curvan en una sonrisa ladeada.
—Y no olvides a mis hermanos, Leah y Landon... tus cuñados falsos. —Río suavemente, y por primera vez en el día, me siento un poco más ligera.
Él me observa con calma, como si ya hubiera aceptado la locura de mi plan.
—Está bien, repasemos nombres.
Le explico lo básico sobre mi familia, tratando de no dejar cabos sueltos. Cuando termino, me doy cuenta de un detalle incómodo.
—Hay algo más...
—¿Qué? —me mira, atento.
—Dije que vivíamos juntos. Y mis padres seguramente vendrán a mi casa.
—¿Qué quieres que haga? ¿Dejo mi cepillo de dientes en tu baño? —bromea.
—Sí. —Respondo sin dudar.
Me mira sorprendido, pero no replica.
Me conduce a su habitación. Dudo en la puerta, hasta que me hace un gesto para que entre. Es como estar en mi casa, pero en versión masculina: ordenada en lo básico, caótica en los detalles.
Tira ropa sobre la cama y desaparece en el baño. Regresa con un cepillo de dientes en la mano.
—¿Con esto es suficiente?
—Sí. —Asiento, sintiendo que el corazón me late demasiado rápido.
Tomamos sus cosas y caminamos de regreso a mi casa bajo la llovizna. Cuando lo veo entrar con sus pertenencias en brazos, me doy cuenta de algo inquietante:
mi mentira ya no es solo un plan improvisado... es una puerta que acabo de abrir y no sé si seré capaz de cerrar.