Sempiterno

5

RHYS
-Dolor culposo-
Melbourne, Australia.

Las peleas ilegales son mi vida. Entré en este mundo a los diecinueve años, y desde entonces, cada golpe, cada caída, cada victoria, define quién soy. No puedo negar que cada combate también es mi manera de descargar la rabia que cargo dentro, y aunque el dolor es inevitable, la sensación de ganar me mantiene vivo.

Respiro profundo antes de subir al ring. Frente a mí está un hombre de un metro ochenta y nueve que claramente no se rendirá. Los puñetazos vuelan en ambas direcciones; por cada golpe que recibo, él parece multiplicar su fuerza. Mi mandíbula late, mis costillas protestan, y aún así sigo atacando. Un golpe directo en la cara me deja aturdido, la visión se nubló por un instante, pero la adrenalina me devuelve la claridad para propinar el golpe final que asegura mi victoria. La multitud estalla en vítores, y el sabor metálico de la sangre y el sudor llenan mi boca mientras recibo los quince mil dólares del premio.

Exhausto, monto mi motocicleta bajo la llovizna que moja mi chaqueta y mi casco, cada gota fría contra mi piel haciéndome sentir despierto y vulnerable a la vez. Llego a casa, lanzo el dinero sobre la mesa y me desplomo en el sofá, el cuerpo todavía vibrando de tensión. Quiero dormir, pero el timbre me despierta de inmediato.

Abro la puerta y me encuentro con Heather, su expresión mezcla curiosidad y preocupación.

-Hola, quería recordarte que mañana es la cena... -empieza a decir, pero se detiene al ver mi rostro -¿Qué te pasó? -pregunta, frunciendo el ceño mientras entro.

-Trabajo -respondo, tratando de sonar indiferente, aunque cada músculo de mi cuerpo duele y mi mandíbula sigue adolorida. Me siento en el sofá, respirando hondo.

-Mañana es la cena... ¿No te pusiste hielo, verdad? -Niego con la cabeza.

-Heather, estoy en algo raro... -mi voz es baja, como si confesarlo alivie un poco el peso que siento.

-Y me lo dices ahora... -dice con un dejo de reproche, pero sin parecer molesta.

-Si te molesta, puedes pedirle al chico de la pizza que me sustituya... -sugiero con un hilo de humor, y veo cómo sus ojos se abren sorprendidos.

-Por supuesto que no. Además, no te ves tan mal. Si preguntan, diremos que intentaron robarte.

-Me vas a hacer quedar como un estúpido.

-Más estúpido sería ir con el chico de la pizza... -responde con una sonrisa ligera, y algo en su tono hace que el peso en mi pecho se alivie un poco.

-En fin, si quieres, puedes venir a cenar. Ordené comida. Y para mañana, quiero que estés presentable.

-Te sigo -le digo, siguiéndola. Mientras camino detrás de ella, siento el dolor en mis costillas y la rigidez en los hombros. La simple idea de exponerme ante sus padres me hace un nudo en el estómago. No deberían verme así... pienso.

Se detiene frente a la mesa donde dejé el dinero, enarca una ceja y luego vuelve a mirarme.

-¿Qué haces exactamente? Dices que eres boxeador, pero... -se cruza de brazos, observándome con intensidad.

-Peleas clandestinas -respondo, sin levantar la mirada de la pizza que estamos por compartir.

-Estoy jodida -dice, llevándose una mano a la frente. Su gesto mezcla preocupación y diversión, y por un instante, me doy cuenta de lo mucho que me importa su opinión.

-Así es -agrego, pasando por su lado hacia el sofá, sintiendo la tensión de mis músculos y la adrenalina aún corriendo por mi cuerpo.

Me dejo caer en el sofá de Heather, sintiendo el calor del lugar y el aroma a café que se mezcla con el de la pizza. Poco después, ella se une, tomando una hamburguesa con hambre contenida. Suspiro al escucharla disfrutar cada bocado; verla feliz me hace olvidar por un momento la pelea y el dolor.

-¿Está buena? -pregunto, intentando mantener la conversación ligera.

-Mucho -responde, mordiéndola con gusto. La observo, notando cómo su pelo cae sobre sus hombros húmedo por la lluvia y cómo sus ojos brillan. Mi pecho se tensa, porque cada gesto suyo me importa más de lo que debería.

Mientras comemos, siento un miedo sordo: el mundo que llevo afuera de esta casa es peligroso. Y si algo sucede, Heather podría verse involucrada. Aun así, intento concentrarme en el presente, en este instante sencillo y extraño de normalidad que no quiero que termine nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.