Sempiterno

9

RHYS
-Después de la pelea-
Melbourne, Australia

Un golpe más y siento cómo el mundo da vueltas. Cada músculo me duele y la visión se me nubla, pero no puedo detenerme. Finalmente, logro salir del ring y cojo mi motocicleta, aunque apenas puedo sostener el manubrio. Cada respiración es un recordatorio del daño que he recibido.

No sé cómo llego a su casa, pero estoy ahí. Con el corazón latiendo a mil por hora y la cabeza a punto de estallar, levanto la mano temblorosa y golpeo la puerta. Nada más escuchar mis propios golpes, siento que podría desplomarme.

—Rhys... —la voz de Heather suena desde dentro, llena de sorpresa y preocupación.

La puerta se abre y apenas me sostengo de su marco. Mi cuerpo parece querer ceder, pero ella aparece frente a mí, con los ojos abiertos de par en par.

—¡Rhys! —exclama, y antes de que pueda reaccionar, sus brazos me envuelven, sosteniéndome firme.

Casi me desplomo, pero ella me mantiene erguido. Siento el calor de su cuerpo contra el mío, un contraste con el frío que me recorre después del combate. Su perfume me envuelve, y por un instante olvido el dolor, aunque mis piernas tiemblan y los golpes en mi cuerpo me recuerdan la realidad.

—¿Qué te pasó? —pregunta, con la voz cargada de miedo y enojo a la vez. Sus manos buscan los hematomas y cortes en mi rostro.

—Pelea... —consigo murmurar, apenas levantando los ojos hacia ella—. No fue nada... solo un par de golpes.

—¡No es "solo un par de golpes"! —grita, y siento que sus brazos me aprietan más—. ¡Te ves terrible!

Intento apartarme, pero mi cuerpo no responde. Heather me sostiene con firmeza, y por primera vez siento que alguien más controla la situación.

—Rhys... tienes que entrar. Te voy a ayudar —dice con determinación, guiándome hacia el sofá mientras me apoyo en ella.

Me dejo caer con cuidado, y ella se sienta a mi lado, sosteniéndome mientras revisa cada moretón, cada corte, cada indicio de dolor. La veo fruncir el ceño, mordiendo su labio inferior, claramente preocupada.

—Esto no puede volver a pasar —susurra, con la voz temblando un poco—. No puedo soportar verte así...

—Heather... —mi voz sale rasposa, apenas audible—. Gracias...

Ella me mira, sus ojos brillando con algo que no es solo preocupación, sino afecto, conexión. Me inclino un poco hacia ella, y su mano se posa sobre mi pecho, sintiendo los latidos acelerados.

—Voy a cuidarte —dice con firmeza, levantándose—. Ahora me quedo contigo. No me dejas opción.

Y mientras me acomoda en el sofá, sosteniéndome con cuidado, siento cómo el dolor comienza a mezclarse con algo más: una cercanía que nunca antes había sentido, un vínculo que crece entre cada gesto, cada mirada y cada respiración compartida.

HEATHER

El calor del ungüento roza mis dedos mientras lo aplico cuidadosamente sobre los cortes y moretones en el rostro de Rhys. Cada movimiento es lento, casi ritual, y siento la tensión en sus músculos relajarse poco a poco. Su respiración, aunque todavía agitada, se vuelve más regular.

De repente, sus ojos se abren lentamente. Lo primero que ve son mis manos, y luego mis ojos, fijos en él. Por un momento, todo parece detenerse: la luz de la lámpara, el suave zumbido del ventilador, incluso el latido de su corazón parece marcar un compás más lento.

—Hey... —susurra, con la voz rasposa, apenas audible.

—Shh... tranquilo —respondo suavemente, mi dedo recorriendo cuidadosamente la piel adolorida de su mejilla—. Estoy aquí.

Él parpadea un par de veces, todavía un poco desorientado, pero no aparta la mirada de la mía. Hay algo en su expresión que me hace contener la respiración: vulnerabilidad pura, mezclada con la fuerza que siempre lo define.

—Te duele... —murmuro, preocupado por él, aunque sus propias heridas son evidentes.

—Sí, un poco —responde, y sonríe débilmente, intentando aliviar la tensión—. Pero puedo soportarlo.

Hay un silencio cargado de electricidad. Ninguno de los dos rompe la conexión visual. Sus ojos verdes se encuentran con los míos y siento que por un instante el mundo entero desaparece. Cada movimiento que hago, cada respiración, parece sincronizada con la suya.

—Heather... —su voz se torna más firme, aunque todavía temblorosa—. Gracias... por todo. Por sostenerme, por no dejarme caer.

—Siempre, Rhys —respondo, y mi mano se queda un instante más sobre su rostro, acariciando suavemente la piel inflamada—. No quiero que te lastimes... pero si pasa, quiero estar aquí para ti.

Él deja escapar un suspiro profundo, inclinando ligeramente la cabeza hacia mi mano. Su cercanía, su confianza, me hace estremecer. Por primera vez, no veo al luchador imbatible; veo al hombre que confía en mí, y eso me estremece de forma intensa.

—No sé qué haría sin ti —murmura, bajando la mirada hacia mi mano—.

—No tienes que hacerlo solo —susurro, y por un segundo nuestras miradas se cruzan con una intimidad que va más allá de las palabras.

El ungüento se termina de aplicar, pero ninguno de los dos rompe el contacto visual. El tiempo parece haberse detenido, y por primera vez, siento que lo que nos une no es solo la atracción, sino la certeza de que podemos apoyarnos mutuamente, incluso en nuestros momentos más oscuros.

Mi cuerpo se congela cuando siento su mano rozar mi mejilla, cálida y firme. Sus dedos se posan con una delicadeza inesperada, como si temiera romper algo frágil en mí. Lo observo incorporarse lentamente, y el mundo parece reducirse a la proximidad de su rostro.

El tiempo se alarga mientras sus ojos buscan los míos, cargados de una mezcla de deseo y vulnerabilidad. Un instante después, sus labios se acercan con suavidad temblorosa y, cuando finalmente me besa, siento un estremecimiento recorrer cada fibra de mi cuerpo. Es un beso que habla más que mil palabras: urgente y dulce a la vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.