Princesa
La primera palabra que salió de la boca de Lilith cuando era pequeña no fue "mamá" o "papá", sino "princesa". Y no precisamente porque sus padres leyeran cuentos de hadas con damiselas en peligro y caballeros apuestos; la realidad era que su vida estaba planeada desde el momento en que nació como una hermosa niña. Tras el parto, su madre tuvo un solo propósito: convertirla en la princesa heredera del reino de Viechny.
En ese reino, cada vez que los reyes concebían un hijo varón, se iniciaba una búsqueda exhaustiva entre todas las mujeres nobles de alto rango para postularlas como futuras esposas del príncipe. En este caso, Stephan Sorní, el hijo único de los reyes. Estas mujeres debían cumplir con varios requisitos, siendo los más importantes pertenecer a una familia noble sin escándalos que pudieran dañar su reputación. Sin embargo, lo que más le importaba al rey era que la futura reina poseyera una belleza que rozara la perfección.
La madre de Lilith, Monserrat Sue, siempre fue hermosa; su largo cabello caoba y sus ojos grises la hacían parecer una muñeca, de esas costosas que se mantienen intactas detrás de una vitrina. Su padre, Arturo Crisantemo, no se quedaba atrás: un hombre apuesto, alto, con cabello negro profundo que contrastaba con sus ojos azules claros y melancólicos, capaces de cautivar a cualquiera. Al desposar a Monserrat, bendijeron a Lilith con una gran belleza.
Su padre le dio estatus con su apellido, el de una prestigiosa familia de duques, y también le transmitió su belleza, pues Lilith era idéntica a él pero con los suaves y dulces rasgos de su madre. Así, su nombre rápidamente llegó a los oídos de los reyes, apuntándola en su interminable lista de candidatas.
Su madre estaba tan entusiasmada que no dudó en esforzarse para convertir a Lilith en toda una damita. Sin embargo, el espíritu libre de su padre corría por sus venas. Lilith odiaba los vestidos pomposos, los mil lazos y peinetas que siempre adornaban su cabello. Detestaba las clases de caligrafía, y el té no era de su agrado. Su madre la regañaba constantemente, y Lilith, siendo la niña consentida de su padre, se escondía tras él cada vez que eso sucedía. Arturo la defendía y justificaba, y ese amor inconmensurable la hizo testaruda y caprichosa. Así, su primer encuentro con el príncipe se retrasó; para Lilith fue un alivio, hasta que creció y los libros de romance que leía empezaron a hacerla anhelar la pureza del amor que reflejaban.
Y el día en que Lilith conoció al príncipe heredero, llegó. Los reyes habían visitado su casa, atraídos por los rumores sobre su apariencia impecable, aquella que solo tenía cuando su madre la obligaba a salir o a asistir a las fiestas de té de otras niñas. En su hogar, las cosas eran muy diferentes.
—¡Lady Lilith! —exclamó apresurada una de las sirvientas que cuidaban de ella, acercándose al jardín donde Lilith estaba sentada en la tierra, con el vestido manchado de pasto y tierra húmeda, mientras leía uno de sus libros—. Por Dios, lady Lilith, el príncipe y los reyes acaban de llegar. ¡Tenemos que cambiarla de inmediato!
—¿Stephan? —preguntó emocionada al escuchar su nombre. Su madre le había hablado tanto de él que sentía que lo conocía de toda la vida. La noticia la hizo ponerse de pie, olvidando por completo el estado de su vestido—. ¿Sabes cómo es él?
—Lady Lilith, debe llamarlo príncipe. Es una falta de respeto que lo llame solo por su nombre —la sirvienta la señaló con el dedo índice, y segundos después bajó la mano, consciente de que si Monserrat se enteraba de que una sirvienta había señalado a su hija, se pondría furiosa—. L-Lo siento, señorita.
La mente de Lilith divagaba ante el regaño. Decir "Stephan" era muy impropio de su parte, pero, ¿acaso no se convertiría en su esposo en el futuro? Los esposos son cariñosos, se ponen apodos y se llaman por su nombre, ¿cuál era el problema entonces?
—Dijiste que venía, pero, ¿por qué debo cambiarme?
—Porque sería una falta de respeto recibir a los reyes y al príncipe con un atuendo sucio —le dijo amablemente la sirvienta, tomando su mano para llevarla a su habitación.
Para su mala suerte, el príncipe estaba caminando por el mismo pasillo que ellas, observando la casa con atención hasta que la vio. Lilith quedó fascinada al instante; era encantador, como los príncipes de sus libros. Llevaba su cabello castaño amarrado en una pequeña coleta y sus ojos verdes se iluminaron cuando le sonrió amablemente.
—Lady Lilith, es un placer conocerla —dijo con mucha formalidad, haciendo una reverencia sin dejar de sonreír—. Parece que leer libros sobre la tierra húmeda es su pasatiempo.
Sus ojos inspeccionaron detenidamente a Lilith, observando todas las manchas verdes y cafés que cubrían su vestido azul cielo, un color que no ocultaba para nada la suciedad.
—Es divertido, aunque mi sirvienta no piensa lo mismo —dijo Lilith mientras intentaba limpiar algunas manchas de su vestido, sacudiéndolo enérgicamente, pero solo consiguió extenderlas más—. Iré a cambiarme, regreso rápido, príncipe Stephan.
—Lo siento mucho, su majestad —la sirvienta la jaló disimuladamente, con angustia reflejada en su rostro. Siempre decía que, a pesar de ser un amor, Lilith le había causado muchos dolores de cabeza.
—En realidad, a mí también me gusta ese libro —interrumpió Stephan, señalando el libro de Lilith e ignorando a la sirvienta—. ¿Te gustaría que lo leamos juntos? —Extendió amablemente su mano, esperando que Lilith la tomara—. Vamos, Lilith.
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Editado: 13.11.2024