Al principio de su matrimonio, Lilith se esforzó por mantener un delicado equilibrio entre ser una buena reina y una esposa cariñosa. El amor que sentía hacia Stephan seguía creciendo pero era unilateral y, se había vuelto hasta cierto punto, incómodo…
Stephan tenía una agenda ocupada y no podían verse con frecuencia. Lilith procuraba llevar su desayuno a la oficina, aunque él ni se percatara de su esfuerzo o pensara que alguno de sus sirvientes era quien lo hacía. Algunas tardes lograban compartir la comida, pero las conversaciones se limitaban a los asuntos del reino, como si el lazo que debían forjar fuera únicamente político. Durante las noches, la cena se transformaba en un ritual solitario, pues él a menudo se quedaba resolviendo los asuntos del reino hasta la madrugada.
Todo esto la hacía recordar aquellos días en los que vivía anhelante de por fin casarse, creyendo que todo sería como en los cuentos que leía, esos que le volcaban el corazón con cada escena romántica que describían… pero era todo una farsa.
Aunque Stephan no era un mal hombre y su atractivo físico era indiscutible, la forma en que insistía en tener intimidad le resultaba perturbadora. Aquella primera noche, lo que debería haber sido un momento de conexión se había convertido en una experiencia brusca, donde la pasión parecía sustituir la ternura. Lilith se sentía presionada, consciente de las expectativas que la rodeaban: estaban casados, y se esperaba que procrearan pronto. Sin embargo, la forma en que el rey se lo hacía le parecía brusca, sin cuidado, incluso parecía hacerlo con odio, la mordía, la rasguñaba, la dejaba llena de chupetones dolorosos y moretones.
Los primeros meses de su rechazo a pasar las noches con él no causaron más problemas que los internos, pero a medida que los rumores comenzaron a surgir, la presión se volvió insoportable. Se murmuraba sobre la falta de embarazo, y no fue hasta que la posibilidad de la esterilidad de uno de los reyes empezó a circular, que Carlo decidió confrontar a Lilith.
— Reina Lilith, hablaré sin rodeos. Usted sabe por qué estoy aquí —declaró Carlo, cruzando los brazos con un gesto de desdén. Se arrepentía de no haberla echado desde el principio—.
Lilith alzó la mirada por un instante, solo para desviar la vista hacia los papeles que necesitaba atender.
— Si viene a hablar de rumores, es mejor que se retire. No tengo tiempo para hablar de infertilidad —respondió, sacudiendo su largo y negro cabello recogido en una coleta, sin desviar la atención de su trabajo—.
— Deberías tener más respeto por quien alguna vez fue tu rey —dijo Carlo, visiblemente molesto. A pesar de los años de enseñanza en el palacio, Lilith nunca aprendió a respetarlo—.
— Y usted por mí, pues ahora soy su reina. No me tutee. ¿Qué necesita? —replicó, deseando que se marchara. Su mera presencia opacaba su ánimo—.
— Tienes que tener un heredero pronto —dijo Carlo, notando el cansancio en la mirada de la reina. Un suspiro de frustración escapó de sus labios, y disfrutaba irritarla con cada palabra—. Si mi hijo tiene una concubina y la embaraza, tendrás que lidiar con no ser la primera mujer que dé a luz su sangre —.
—Parir no se me hace un gran logro ni nada que agrande mi orgullo. Su hijo puede embarazar a quien guste; yo tendré un heredero cuando se dé —sentenció, sin dudar. Ser madre no era algo que buscara de inmediato, y mucho menos cuando el rey la tocaba sin cariño. Todos sabían que si Stephan tenía un hijo bastardo, no podría acceder al trono, solo los hijos de la reina tenían ese derecho, así que eso no le preocupaba—.
— ¿Cuándo se dará? ¡Si no permites que te toque nunca se va a dar! —explotó Carlo, alzando las manos con frustración. Su hijo necesitaba un desahogo físico, y esa estúpida reina no le servía, por hermosa que fuera—. ¡Si no le das un hijo, tendrás que adoptar al de una concubina y hacerlo príncipe! —.
—¡Basta! —alzó la voz, indignada. ¿Adoptar? Se lo tiraría a los animales salvajes para que se lo comieran si eso llegara a pasar—. No me importa lo que digas. Es indignante que husmee en la vida íntima de su hijo y la mía, así que evite hacerlo. Ahora debo ir a arreglar asuntos relacionados con mi banquete, que favorecerá al reino con la visita de extranjeros. No le he dado un heredero a su hijo, pero he establecido relaciones fuertes con otros reinos e imperios —explicó, su voz firme—.
Cansada del tema, se levantó y rodeó el escritorio, dirigiéndose a la salida.
— Y he hecho eso y más sin la necesidad de un amante —concluyó, hastiada, mientras se alejaba de la sala, ignorando la voz ruidosa de Carlo—.
Una vez en los pasillos cercanos a su habitación, se permitió relajarse por un instante, solo para recordar que se avecinaba una temporada caótica. Su cumpleaños estaba cerca y se había preparado un gran banquete con invitados de todo el mundo. Sin embargo, su ánimo no era el adecuado para una celebración; se sentía triste, enojada y desesperada ante los rumores que la acechaban. La antigua reina e incluso su esposo habían hablado con ella, exigiendo que se quedara embarazada, como si ella les perteneciera.
—Reina Lilith, permítame llevarla al salón de pruebas. Los vestidos de su banquete han llegado y necesitamos que se los mida por si necesitan más arreglos —dijo Sofía, su dama más cercana, sacándola de sus pensamientos y tomando su brazo para guiarla—. Todos son muy atentos con usted. Le han mandado regalos de muchas partes del mundo, y eso que aún faltan días para su festejo, su majestad —.
#1572 en Fantasía
#5745 en Novela romántica
magia amor romance misterios, posesividad celos amor, muerte rencor pasion
Editado: 13.11.2024