Sempiterno: Libro I

Un tesoro en el mar

AD_4nXdsol_ZDt_QKsV_do7ZcfZroEDyaeniwe37f64zAFwd7B0ffckdbOUvzavwuVvXpjXGkG2VH6Ncokqm1zTSvrWRjmzKWn-TEsijCiv9qzEWOS7XGyARFpgYLUSUvTs3ZdVfHCPWcpE9zFzXwbw3OjPtcQaX?key=oMpBIB1LNM0xm45d198Vzw

Lilith se encontraba en medio de la oscuridad de la habitación, con un vestido rasgado que había intentado arreglar mientras salía del lugar hacia el pasillo. Cada movimiento le provocaba un ardor punzante en la entrepierna, recordándole la brusquedad con la que había sido tratada. Las lágrimas seguían brotando de sus ojos, y ahogó un sollozo con la mano, sintiendo el eco de su tristeza en el silencio del palacio.

El rey no estaba allí; solo había dejado una nota. Un “lo siento” escrito con su caligrafía perfecta, que a ella le pareció un intento estúpido de redención. Lilith suspiró, sintiéndose atrapada entre el dolor y la confusión. ¿Era suficiente una simple nota para justificar su comportamiento? ¿Era realmente así como se sentía?

Con cuidado, salió de la habitación, cada paso un recordatorio de su sufrimiento. Quería llegar a su cuarto y descansar, pero el palacio parecía interminable. Mientras caminaba lentamente, un sonido distante le llamó la atención. Eran lamentos, quejidos, que la hicieron detenerse en seco.

—Cariño… —la voz entrecortada de una mujer resonó en el aire, llena de esfuerzo y anhelo—.

Lilith se dio cuenta de que los sonidos provenían de una de las oficinas exclusivas del rey. La puerta estaba entreabierta, y su curiosidad la llevó a asomarse. Lo que vio la dejó helada: una mujer rubia, desnuda, se aferraba a la espalda de su esposo, el rey Stephan.

—Cállate, no alces la voz, podrían escucharte —dijo él, tratando de calmarla con una voz suave, pero que tenía un tono firme—. No sabes cuánto te adoro, mi amor—.

Mi amor. Esa palabra resonó en su mente como un eco doloroso. Jamás había sido llamada así, nunca había escuchado dulces palabras mientras él tomaba su cuerpo a su antojo. La mujer se aferraba a su espalda, enterrando las uñas en su piel, disfrutando de una intimidad que Lilith nunca había experimentado estando con el rey, al ver los cabellos rubios y escuchar esos sonidos, a Lilith la asaltó la duda, ¿desde cuándo Stephan tenía a otra mujer? A pesar de que las manos le temblaban salió cuidadosamente del lugar, no quería seguir siendo testigo de esa situación y tampoco ser descubierta por los amantes, sentía un nudo en el estómago tan horrible, sin poder sacarse aquellos sonidos asquerosos de la mente.

Una vez fuera, Lilith pudo correr como tanto había deseado, dejando caer los zapatos que llevaba en la mano. No se los había puesto por miedo a que los tacones hicieran demasiado ruido. No se dirigió a su habitación, sino que salió por el jardín trasero, que conducía directamente a la orilla del profundo mar, rodeado por el inmenso bosque. A veces, ahí se refugiaba cuando no quería ver a nadie, haciendo sus deberes en el pequeño jardín cercano. Se llevaba libros y apuntes; aunque no era frecuente, amaba estar allí. Esa tranquilidad que solía encontrar se había esfumado.

Tropezó con las raíces de los árboles, mareada y con la cabeza dando vueltas. Cayó al suelo, ensuciando su vestido roto. Fue en ese momento que se quebró, dejando salir su llanto sin reservas. Estaba furiosa; una rabia ardiente le consumía. Frotó sus brazos con desesperación, asqueada por la sensación que el rey había dejado en su cuerpo. Al pensar en cuántas veces la había tocado después de estar con otra mujer, un escalofrío de ansiedad la invadió, hasta que el simple pensamiento la hizo vomitar, ahogando su llanto en el proceso. Su garganta dolía por los gritos reprimidos.

Con esfuerzo, se levantó. Su cuerpo temblaba; temía desmayarse en cualquier momento. Caminó hacia el peligroso mar, lleno de desniveles y pequeñas cavidades que podrían arrastrarla al fondo, con grandes olas rompiendo contra las rocas. Cuando sus pies tocaron el agua, sintió una tranquilidad fugaz; la frialdad la sacó de su trance. Quería que esa sensación inundara su ser.

La vista que se desplegaba ante ella podía estremecer a cualquiera: el agua oscura parecía un líquido negro que se tragaría a quien se acercara. Cuando la marea se retiraba, la ansiedad la invadía; no quería dejar de sentirse estable. Comenzó a caminar hacia el mar con desespero. Al resbalar en un desnivel, el agua ya le cubría la cintura. Aunque en momentos creía que podría calmarse, el llanto, la desesperación y el asco volvían, repitiendo la pregunta que la desgarraba.

¿Cuánto tiempo había estado engañándola Stephan? Creía que él se estaba enamorando de ella, que podían ser un matrimonio feliz. Se jactaba de rechazar a las concubinas que su padre le enviaba, pero luego se acostaba con esa mujer rubia.

Lilith volvió a resbalar y sintió otro desnivel más profundo. La idea de avanzar y hundirse la invadió de tranquilidad. ¿Por qué no? Su padre había fallecido, su madre apenas la visitaba y ahora sabía que el amor de su vida le había mentido, la había traicionado y usado para su beneficio.

Lo único que Stephan deseaba de ella eran hijos y no quería tenerlos, no todavía y ese sería un problema para todos los que le cargaban el peso de darles un heredero. ¿Por qué no dejarse llevar por la paz que el mar le ofrecía? Desaparecer y ser libre de esa jaula de oro en la que estaba encarcelada, donde nunca sería feliz. Continuó caminando hasta que se hundió en un profundo hueco. El agua entró en su boca, inesperada. No sintió miedo al quedarse sin aire; se había dejado llevar por la tristeza. No fue hasta que sintió que la agarraban de las muñecas que se dio cuenta de lo que ocurría. Algo la sujetaba en aquel profundo y negro lugar, y el terror de que un ser extraño del mar se la llevara la hizo luchar con todas sus fuerzas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.