Sempiterno: Libro I

Abusos

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Al amanecer, Sofía entró en la habitación de la reina, como era costumbre. Estaba preocupada porque había escuchado a Lilith llorar en sueños mientras la llamaba, sin conseguir despertarla.

—Lady Sofía… —Lilith se incorporó de repente, agitada, con el rostro cubierto de lágrimas. Se las limpió rápidamente, pero cuando los recuerdos de la noche anterior comenzaron a asaltarla, volvió a cubrir su rostro con las manos—. ¡Lady Sofía! —.

—¿Su majestad? —Sofía se acercó, visiblemente confundida. Todo aquel día se sentía extraño, pero no lograba identificar la causa—. ¿Qué sucede? —.

—Por Dios, ¿qué he hecho? —murmuró Lilith, sacudiendo la cabeza en negación mientras intentaba armar el rompecabezas de su borrachera, aunque faltaban muchas piezas—. El príncipe Michaelis…

—¿Qué ocurre con él? —preguntó Sofía, preguntándose si la reina había soñado con aquel príncipe. Había preparado un té para la resaca, ya que había encontrado botellas vacías en el baño y sabía que Lilith había estado bebiendo, pero no parecía afectada por el dolor de cabeza típico.

—Anoche... escapé de la habitación del rey y fui al jardín junto al mar —Lilith se llevó la mano a la frente, sintiéndose terriblemente estúpida—. Me perdí en mi propio jardín, ¡qué insensatez! El príncipe me encontró y me trajo de vuelta a mi habitación —omitió cualquier mención de sus ideas suicidas, no queriendo preocupar a Sofía—. No recuerdo mucho más.

—Vaya… —Sofía no le creyó del todo, pero fingió sorpresa mientras se llevaba una mano a la boca, aunque su mirada estaba fija en el impecable peinado de la reina, y en el olor a licor que aún persistía junto a las botellas que había encontrado en el baño—.

—No lo recuerdo con claridad —suspiró pesadamente, y Sofía lo entendió. No era la primera vez que algo así ocurría, así que ambas optaron por dejar morir el tema ahí—. Por favor, alista un vestido. El príncipe debe haber estado esperando desde la madrugada a que lo reciban adecuadamente —.

Sofía obedeció y le puso a la reina un vestido verde esmeralda con detalles plateados. La maquilló ligeramente y recogió su cabello en un elegante moño. Una vez lista, ambas salieron hacia la entrada principal del palacio, donde el rey Stephan ya esperaba junto a varios guardias.

—Reina Lilith, me pareció extraño no encontrarla al amanecer —Stephan habló con un tono apacible para el resto, pero Lilith reconoció el reproche oculto en sus palabras—.

—Lo siento, su majestad. Tenía algunos asuntos que atender —respondió Lilith con la cabeza baja. Los recuerdos de su esposo tocando a otra le dieron náuseas repentinas. Trató de desviar la conversación—. Escuché que el príncipe Michaelis D'Angelo está por llegar, ¿es cierto?

—¿Has venido corriendo con ese vestido ostentoso como una de esas damas atontadas por la llegada de ese príncipe cualquiera? —la voz de Stephan estaba cargada de desdén, y ni siquiera la miró—. Eres tan… común —añadió, sonriendo con desagrado.

—Le recuerdo que el príncipe proviene de un imperio. Es adecuado vestirnos a la ocasión, su majestad. Nuestro reino no puede ser motivo de burla para su imperio —respondió Lilith, conteniendo la respiración. Le tenía miedo, pero delante de tanta gente, Stephan no se atrevería a hacerle nada.

—Es mejor que te calles, Lilith —Stephan le cogió las muñecas con brusquedad. Estaba por decir algo más cuando las pisadas firmes de Michaelis interrumpieron la tensión. Stephan la soltó, y Lilith disimuladamente se acomodó las mangas de su vestido.

—Su majestad, el rey, y su majestad, la reina —Michaelis les ofreció una reverencia, inclinándose un poco más hacia ella—. Es un honor estar en su reino con motivo del cumpleaños de la reina —besó el dorso de la mano de Lilith, sonriéndole—. Reina Lilith, le ruego que acepte estas finas telas y vestidos de parte de mis padres —dijo, mientras uno de sus caballeros presentaba un pilar de cajas que los guardias del rey tomaron apresuradamente.

—Agradezco los regalos y escribiré una carta de gratitud para sus padres. Asegúrese de llevarla consigo cuando se retire —respondió Lilith, confundida. No recordaba que Michaelis fuera tan hablador la noche anterior.

—Si mis padres obtendrán una carta, ¿podría recibir yo un abrazo de su majestad? —dijo Michaelis con una sonrisa seductora, sin soltar la mano de Lilith.

Stephan frunció el ceño, disgustado por la pretenciosidad del príncipe. No entendía por qué tantas nobles de diversos reinos se desvivían por él. Nadie podía negar que Michaelis era impresionante: alto, de espalda anchas y manos grandes, su cabello rubio casi blanco contrastaba con sus profundos ojos rojos. Su carisma cautivaba a las mujeres, pero su irreverencia y arrogancia molestaban a los hombres. Había rumores no confirmados sobre sus aventuras con muchas mujeres, dándole una reputación bastante… Carente de educación.

—¿Un abrazo? Los regalos que he recibido no han sido suyos, sino de sus padres, príncipe —respondió Lilith con cortesía.

—¿Eso quiere decir que si le hago un regalo yo mismo, recibiré un abrazo? —Michaelis soltó la mano de Lilith lentamente, alejándose con una sonrisa.

—Podrá abrazarme el día de mi cumpleaños —respondió Lilith con elegancia, hábilmente rechazando su avance—. Por ahora, le muestro mi agradecimiento recibiéndolo en la mejor habitación que mi palacio puede ofrecerle. Descanse —.

—Es usted muy astuta —dijo Michaelis con una sonrisa divertida. Sabía que su atractivo jugaba a su favor.




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