Sempiterno: Libro I

Traiciones palpables

AD_4nXffX8asjpqY_bjUEJYDPUxRn1huCEhH62-0PPAGbwvl-NLZPdhklbcODIH_N991MH6jYO0jWQyHzY4dkqLeJADDBri-Zog0OnYR_aGU36pN4qp8BwG57T5TEkiDXF8BYXRKf4YAe8DsHzYL_DiFfUezsckk?key=oMpBIB1LNM0xm45d198Vzw

Los días transcurrieron rápidamente, y al siguiente día por la noche se celebraba el gran banquete en honor al cumpleaños de la reina. Stephan había obsequiado a Lilith un vestido que le ordenó usar para la ocasión. Era un elegante vestido de color rosa pastel, cubierto con joyas ostentosas en el pecho que lo adornaban por completo, y venía acompañado de una ligera tela que caía sobre sus hombros.

"No quiero que nadie vea más de lo que yo quiero que vean de ti", había afirmado severamente al entregarle el vestido, como una advertencia que resonaba en su mente.

El rey, lleno de celos enfermizos tras el suceso que había sucedido entre Lilith y el príncipe, buscaba constantemente a su esposa, convencido de que ella había compartido algo más que la comida con Michaelis. Era posesivo y desconfiado, lo que hacía que su relación se tornara cada vez más tensa.

Para Lilith, resultaba extraño que el príncipe solo se comportara de manera provocadora en presencia del rey. En otras ocasiones, cuando se habían encontrado, él la saludaba cortésmente, con un leve toque de coquetería, y luego se marchaba. Sin embargo, esa mañana lo encontró paseando por sus jardines cerca del palacio, donde a menudo se sentaba para disfrutar del sol.

—Su majestad —el príncipe llamó su atención, saludándola con la mano mientras se acercaba, acompañado de Leo, quien sonrió cálidamente a la reina—. Buenos días.

—Buenos días, príncipe Michaelis, Sir —respondió la reina, aunque solo el príncipe había hablado—. ¿Qué les trae por aquí?

—Nada en especial, estaba conociendo el palacio del rey y quería ver el suyo —dijo, haciendo una señal con la mano a su guardia para que se marchara. Leo se despidió con una reverencia y una sonrisa, y una vez que desapareció de su vista, Michaelis continuó—. Su reino es muy grande.

—Gracias —Lilith dudó de sus intenciones. Él venía de un imperio que era el doble de grande y rico que el suyo.

—Aunque algunas costumbres me causan incertidumbre —dijo, señalando la banquita donde ella estaba sentada—. ¿Me permite?

—Adelante —respondió ella, reacomodándose para que el príncipe pudiera sentarse—. ¿A qué costumbres se refiere?

—El concubinato —sus ojos rojos la miraron detenidamente, buscando una reacción. Sin embargo, ella solo sonrió con tristeza, lo que hizo que la sonrisa de Michaelis se desvaneciera—. Si bien es una práctica que mi imperio también ha ejercido antes, crecí con diferentes ideas y jamás había visto a un rey con tantas concubinas como el padre de Stephan.

—Ah… —después de una pausa, la reina fingió toser por la incomodidad del tema—. Yo tampoco comparto esa idea, pero así son las cosas en el reino y en la mayoría del mundo, ¿no?

—Al menos el rey Stephan no tuvo una concubina de inmediato como su padre. Él esperó un tiempo prudente —Michaelis suspiró, recordando—. Mi padre me contó que cuando Carlo era rey, causó gran revuelo. Incluso en mi imperio se supo que había traído a su primera concubina el mismo día de su boda.

—El rey Stephan no tiene ninguna amante —afirmó Lilith, prefiriendo llamar a las concubinas amantes, ya que la palabra “concubina” le parecía un disfraz de su verdadero significado. Había dejado de escuchar al príncipe después de escuchar que Stephan "esperó". Tal vez sí tenía una amante, pero no era oficial, y nadie lo sabía. Nadie la había humillado en público aún.

—¿Entonces no lo sabe? —preguntó él, abriendo los ojos con un aire de sorpresa fingida, aunque sabía exactamente lo que hacía y decía.

—¿Qué cosa no sé? —su ceño se frunció, y la ansiedad comenzó a invadirla, como pequeñas descargas de adrenalina recorriendo su cuerpo. ¿De qué estaba hablando el príncipe?

—Bueno, cuando estaba visitando el palacio del rey, sin querer escuché que hablaba con una mujer —colocó una mano sobre su mentón como si eso lo ayudara a recordar mejor—. Él prometió que la haría su concubina oficial en el cumpleaños de la reina.

Rápidamente, Lilith se levantó, sintiendo la necesidad de huir, de correr, de gritar… pero no podía.

—Mientes —sin darse cuenta, había tuteado al príncipe, algo que podía considerarse una falta de respeto. Necesitaba sacar su enojo con alguien, y él le daba razones para que lo tratara así—.

—Lo siento, no sabía que usted no estaba al tanto —él también se puso de pie, preocupado por la palidez que había tomado el rostro de la reina. No le importó que ella lo tuteara; estaba comenzando a arrepentirse de contarle, pero debía hacer tiempo para Leo—. Pero no miento, acordaron encontrarse hoy. Puedo acompañarla si gusta.

La reina negó con la cabeza. A pesar de que las lágrimas se acumulaban en sus ojos, se mantuvo firme para no llorar.

—¿Dónde? ¿A qué hora? —quiso saber. Estaba dispuesta a escucharlo ella misma. De lo contrario, no podría creerlo; necesitaba ver si era la misma mujer con la que el rey estaba esa noche.

—Si me permite acompañarla, se lo diré —insistió, manteniéndose firme. Notaba que en cualquier momento la fuerza de sus piernas temblando se acabaría, por lo que se abstuvo de darle la información completa—.

—¿Acaso quieres burlarte de mí? —el enojo no le permitía pensar en otra razón para que él insistiera en acompañarla.

—Para nada, su majestad —Michaelis estaba desesperado por sostenerla. Siempre que la veía, le daban ganas de mantenerla dentro de una burbuja, sana y salva.

—Actúas extraño frente al rey, pero a solas eres distinto. ¿Intentas seducirme creando mentiras? —sus labios se fruncieron en un pequeño puchero, y por dentro mordía su labio inferior para evitar llorar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.