Sempiterno: Libro I

Un regalo cruel

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"El rojo representa el más alto rango de donde yo vengo, sería un honor que lo usara. Michaelis D'Angelo."

Esa era la nota que el príncipe había enviado junto con una caja que contenía el vestido del que le había hablado. El paquete llegó al anochecer, dándole a Lilith tiempo para reflexionar antes de la celebración del día siguiente.

— ¡Santo cielo, su majestad! ¿Por qué el príncipe es tan atento con usted? ¿Será que tiene interés en usted? —preguntó Sofía, sumamente intrigada mientras sostenía el paquete. Las atenciones del príncipe hacia su reina le resultaban extrañas, pero ver a Lilith sonreír era un alivio. Sofía rara vez la veía feliz; siempre estaba llorando antes de la llegada del príncipe—. Debería hacerlo su amante.

— ¡Sofía! —Lilith no pudo evitar soltar una risita, dándole la espalda a su dama mientras se sentaba frente al tocador, cepillándose el cabello con calma—. Si el rey te escucha decir eso, te meterás en problemas.

Sofía cubrió su boca con ambas manos, reprimiendo la risa. Después, con una mezcla de curiosidad y emoción, se acercó a la caja que había dejado el príncipe y sacó el vestido con delicadeza para admirarlo.

— Esto parece hecho por los mismos dioses. ¡Qué tela tan preciosa y las joyas...! Ese imperio es verdaderamente rico —sus ojos brillaban por la emoción y el reflejo de los pequeños diamantes que adornaban el vestido. Sin duda, los habitantes de ese imperio sabían ser presuntuosos.

Lilith observaba el vestido a través del espejo de su tocador, sumida en pensamientos. Luego, su mirada se desvió hacia el otro vestido que le había regalado Stephan. La confusión la invadía. ¿Cuál debía usar? Mientras contemplaba su reflejo, su mente vagaba hacia recuerdos de su madre.

"¿Vendrá a verme esta vez?", se preguntaba. Después de todo, era su cumpleaños. ¿Qué pensaría su madre si escogiera el vestido incorrecto?

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La noche llegó rápidamente y todos los invitados esperaban ansiosos encontrarse con la reina. Algunos deseaban simplemente verla; su belleza era un rumor cimentado por las pinturas que Lady Sofía realizaba y regalaba, asegurando que no lograban capturar todo su atractivo. Sus ojos debían ser contemplados en persona, tan azules y profundos, pero clarísimos como el agua cristalina. Otros buscaban hacer alianzas y negocios entre familias, mientras que algunos pocos tenían el atrevimiento de ofrecer a sus hijos más jóvenes como amantes. Por distintas razones estaban ahí, pero el motivo siempre era la reina. Siempre, no solo en su cumpleaños.

— La reina se está tardando. Vaya a buscarla, marqués Lennox —ordenó el rey con un gesto de mano.

El marqués Charles Lennox, conocido como la mano derecha del rey, se encargaba de manejar sus finanzas, itinerarios y secretos familiares, después de todo era su primo. También era quien le informaba de todo lo que la reina hacía, vigilándola y manteniéndola a raya.

Como Stephan no veía al príncipe, se sentía inquieto, imaginando que ambos estaban juntos. Cuando el marqués se apresuró a salir en busca de la reina, un silencio reemplazó el bullicio. La mujer tan esperada estaba entrando al salón.

Sofía Amatto, la amada dama de la reina, caminaba a su lado, vestida con un hermoso atuendo color hueso, con mangas de encaje y moños negros. Ella siempre elegía un color que resaltara la vestimenta de la reina, y esta vez no fue la excepción. Lilith lucía un espléndido vestido con un corsé ajustado y un escote elegante; los pequeños diamantes incrustados en la tela provocaban destellos con cada paso que daba. Sus labios, pintados de un rojo intenso, armonizaban con su vestido, y las joyas de oro blanco brillaban con fuerza. Su cabello, mayormente suelto como le gustaba, tenía un pequeño mechón atado atrás y adornado con una peineta repleta de diamantes.

— Agradezco a todos los que están presentes el día de hoy —Lilith sonrió de forma automática y elegante, como le habían enseñado. Odiaba fingir; se sentía hipócrita, pero no tenía otra opción—. Espero que disfruten de su estancia en el palacio.

Los invitados agradecieron y comenzaron a acercarse a ella, admirando su belleza. Le ofrecían felicitaciones y regalos, hablaban sobre posibles acuerdos entre reinos y otros temas; más que un cumpleaños, parecía un gran banquete de negocios.

A lo largo de la velada, la reina sintió la mirada fija de Stephan, que irradiaba resentimiento. Al mismo tiempo, se sentía invadida por ese rencor y la tristeza de no encontrar a su madre en el salón.

— Su majestad —Sofía, creyendo que buscaba a otra persona, llamó la atención de la reina y le señaló la entrada con la mirada.

El príncipe Michaelis entró, vestido con un traje blanco decorado con joyería y detalles rojos. Llevaba anillos con diamantes en sus elegantes manos y se veía impecable, como si su atuendo estuviera diseñado para complementar a la reina. Su cabello rubio estaba ligeramente despeinado y el frío le sonrojaba las mejillas, haciéndolo lucir como una hermosa pintura. Con paso firme, se acercó a la reina, hincándose ante ella y tomando su mano para besarla.

— Reina Lilith, me ha honrado al usar el vestido que le regalé —sus ojos rojos buscaron la cara del rey para ver su reacción, y al lograrlo, Stephan se levantó molesto y salió apresuradamente—. Le queda perfecto.

— Gracias. Espero que disfrute del banquete y que su hospedaje esté siendo adecuado —Lilith no pudo seguirle el juego; todas las miradas estaban posadas en ella, juzgándola, y había visto al rey irse.




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