—Su majestad, ¿qué vinos prefiere para el banquete? —preguntó Sofía mientras extendía una lista de viñedos cuidadosamente seleccionados. Había pasado horas asegurándose de que solo lo mejor estuviera disponible, pero sabía que la decisión recaía en Lilith y, en menor medida, en Michaelis.
—Estos viñedos tienen excelente reputación. Si lo desea, puedo buscar alternativas en el extranjero —continuó Sofía, manteniendo su tono profesional.
—No llegarían a tiempo —interrumpió Michaelis, recostándose en el respaldo de su silla con evidente aburrimiento. La formalidad de los preparativos no despertaba su interés—. Cualquier vino que su reino produzca será suficiente. No se preocupe por detalles tan pequeños.
Sofía apretó los labios por un instante, resistiendo el impulso de mostrar su exasperación. No era fácil tratar con él, pero por respeto a la reina, mantenía la compostura. Michaelis la observó de reojo y sonrió, consciente de que su actitud comenzaba a irritarla.
—Si sigue sin elegir algo, mi dama perderá la paciencia pronto, príncipe —intervino Lilith con un tono ligero, pero cargado de significado. Conocía a Sofía lo suficiente como para notar cuando empezaba a hartarse.
Michaelis suspiró profundamente, pasándose una mano por el cabello.
—Lo siento mucho, lady Sofía —dijo con un dejo de sinceridad—. No es mi intención hacerla impacientar. Es solo que estas celebraciones no son precisamente lo mío.
Sofía levantó una ceja, incrédula ante esa confesión.
—¿No le gustan las fiestas? —preguntó, cuidando su tono para que pareciera una simple curiosidad.
Michaelis soltó una risa breve, adivinando lo que pasaba por la mente de ambas mujeres.
—Sé lo que dicen los rumores sobre mí, pero no todo es cierto. No soy el hombre más sociable, y mucho menos el más cómodo en eventos de este tipo —hizo una pausa, su mirada se oscureció ligeramente—. A veces, los banquetes son solo escenarios para hipocresías y juegos de poder. Nada auténtico.
Sofía y Lilith intercambiaron miradas, sorprendidas por la seriedad en sus palabras. Antes de que pudieran responder, Michaelis señaló hacia donde estaba Leo, apoyado contra una pared cercana.
— Sé lo que dicen los rumores sobre mí, pero no todo lo que se dice es cierto —Con el dedo índice, señaló a Sir Leo—. Es él, el caballero despiadado y seductor. Yo solo he tenido la mala suerte de estar presente cuando le nace cometer sus actos—.
Michaelis intentaba jugar con las palabras para amenizar el ambiente.
— ¿No ha descuartizado usted entonces a esos hombres que violaron a una esclava? —Sofía, dejándose llevar por la curiosidad, se atrevió a preguntar, pero al sentir que la reina jalaba su vestido, se retractó rápidamente—. Lamento mi indiscreción, su majestad—.
— Conocíamos a la esclava, apenas tenía 14 años —la mirada de Michaelis se perdió en el suelo, un amargo recuerdo empañaba su voz—. Un día nos ofreció agua sin saber quiénes éramos, así que le dimos un poco de comida. Unos días después, ocurrió lo que nunca debió pasar —levantó la vista hacia Leo, buscando alivio en su compañero—. Los dueños la acusaron de haber robado. A pesar de nuestras explicaciones, la obligaron a arrodillarse y pedir perdón por un crimen que no cometió —.
Michaelis se quedó en silencio por un momento, su expresión cambiando a una de gravedad. Bajó la mirada hacia el suelo, como si estuviera reviviendo el recuerdo.
— La arrastraron dentro de la casa. Intentamos razonar con ellos, pero no cedieron —Michaelis cerró los ojos con fuerza, su rostro endurecido por el dolor del recuerdo—. Cuando logramos entrar, ya era tarde —sus manos se tensaron al recordar los rostros satisfechos de los culpables—. La mataron después de abusar de ella —.
El salón quedó en silencio. La crudeza de sus palabras colgaba en el aire como un peso insoportable. Lilith asintió lentamente, tratando de asimilar lo que había escuchado.
—A veces, la justicia solo puede hacerse por mano propia —dijo en voz baja, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y aceptación.
Michaelis la miró, sorprendido por su respuesta. En su rostro no había juicio, solo comprensión.
—No merecían piedad —dijo finalmente, esbozando una sonrisa amarga.
Leo, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, decidió intervenir.
— Yo solo ayudé a retenerlos, no me dé crédito, su majestad —Leo intentaba adjudicarle todas las muertes al príncipe, mientras estudiaba las reacciones de la reina. Quería entender qué más había en ella, además de su belleza, que pudiera atraer tanto al príncipe—. Fue usted quien los mató con sus propias manos —.
— La sangre noble pierde todo valor cuando pertenece a seres tan despreciables —intervino la reina, restando importancia al comentario de Leo. Ella también había enfrentado situaciones similares en el pasado, pero prefirió no mencionarlo, desviando la conversación—. Sería un gran emperador —.
— Supongo que algún día lo seré, pero ahora eso no importa —respondió Michaelis, queriendo cortar el tema, incómodo con la idea de hablar sobre herencias frente a Leo.
— ¿Por qué no es importante? —preguntó Lilith, curiosa ante su desinterés.
— Porque no tengo intención de comprometerme por ahora, y mi hermano solo cederá el trono cuando encuentre a alguien —suspiró con frustración, recordando las constantes presiones de su familia para que se casara—.
— ¿Le molesta ser el consorte de la reina? —interrumpió Sofía, directa como siempre, en un intento de proteger a Lilith.
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Editado: 21.01.2025