Leo Conte se enamoró por primera vez a los 18 años. El joven, siempre comparado con un felino por lo arisco de su actitud, quedó cautivado por una mujer cuyo cabello era una cascada de rizos color chocolate, que contrastaban con sus profundos ojos azules. Su nombre era Jocelyn Becker, la única hija del rey del reino de Adikos, vecino del Imperio Angelis.
Se conocieron durante el cumpleaños y coronación del emperador Alessandro, y para Leo fue amor a primera vista. Jocelyn no sólo lo aceptaba, sino que lo apreciaba genuinamente, sin juzgarlo por sus orígenes, lo que lo hizo sentir visto y valorado como nunca antes. Durante meses, pasaron juntos momentos invaluables, forjando un lazo tan estrecho que incluso Alessandro, al ver a su primo tan feliz, creyó que la unión sería bendecida con el matrimonio. A los ojos del emperador, Jocelyn había devuelto la vida a Leo, quien no había experimentado tanta felicidad desde su infancia.
Cada vez que podía, Leo viajaba al reino de Adikos para visitarla, pero nació en él las ganas de mostrarle su hogar. Quería mostrarle su mundo, las riquezas y bellezas del imperio donde, soñaba, vivirían juntos. Pero ese sueño se quebró cuando Jocelyn conoció a su mejor amigo, el príncipe Michaelis. Todo cambió desde aquel día. Las visitas se acortaron, las cartas dejaron de llegar, y los regalos que antes intercambiaban se desvanecieron. Leo observaba impotente cómo ella se alejaba, lenta y silenciosamente.
Todo quedó claro el día de su decimonoveno cumpleaños. Durante la celebración, en un rincón apartado del salón, vio a Michaelis besando a Jocelyn. La imagen se grabó en su mente como una herida ardiente. Su pecho se llenó de ira y dolor. Antes de que pudiera detenerse, sus puños volaron hacia el rostro de Michaelis. El príncipe, sorprendentemente, no se defendió. Aceptó los golpes como una penitencia silenciosa, consciente de su traición.
—¡Tú eras mi hermano! —gritó Leo, con la voz quebrada mientras lo sujetaba por el cuello de la camisa—. ¿Cómo pudiste hacerme esto?
Michaelis no respondió. El silencio que lo envolvía era más elocuente que cualquier excusa.
A partir de ese día, Leo cayó en una profunda tristeza. Se sentía traicionado no solo por la mujer que amaba, sino también por su mejor amigo. Estaba decidido a abandonar el Imperio Angelis para siempre. Sin embargo, Michaelis le pidió que lo escuchara antes de tomar una decisión. El príncipe confesó que no había iniciado el acercamiento, pero tampoco había rechazado los avances de Jocelyn, a pesar de saber que Leo estaba comprometido con ella.
Enterados de la situación, Alessandro y su padre decidieron que si alguien debía irse del imperio, sería la pareja desleal. Sin embargo, Leo, a pesar de su dolor, no pudo arrebatarle su hogar a Michaelis. Aún lo apreciaba profundamente, y aunque la herida era grande, no quería perder también a su único amigo. Decidió no interferir en su relación con Jocelyn, sabiendo que él no tenía nada de qué avergonzarse. Pero, tras ese día, algo cambió para siempre.
Un año después, Alessandro anunció que Michaelis y Jocelyn estaban comprometidos. Todos se preparaba para la boda, que prometía ser una de las más grandes celebraciones que el reino hubiera visto. Leo lo recibió con un silencio sepulcral. Para entonces, había aprendido a esconder su dolor detrás de una máscara impenetrable. El imperio entero celebraba la noticia, pero Leo solo podía pensar en los sueños que una vez tuvo, ahora hechos pedazos. Sin embargo, tan solo un mes después de la noticia, una guerra inesperada estalló contra el reino de Adikos. El Imperio Angelis, atrapado en una situación política delicada, no pudo interferir ni ofrecer ayuda. El conflicto fue devastador, y las fuerzas del reino vecino no pudieron resistir. El caos consumió a Adikos, y pronto llegaron las noticias: ni Jocelyn ni su familia sobrevivieron. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Durante un año, Michaelis sufrió profundamente. Buscó en vano alguna señal de que su prometida pudiera estar viva, pero el destino parecía haberle arrebatado la posibilidad de estar con ella. Para Leo, fue un tiempo extraño. Aunque su corazón seguía dolido por la traición, no pudo evitar sentir un oscuro alivio. Se alegraba de que Michaelis no hubiera podido casarse con Jocelyn, aunque esa alegría se mezclaba con la culpa por la tragedia que había azotado el reino de Adikos.
El dolor de Michaelis lo cambió. No volvió a mostrar interés por ninguna otra mujer, ni de su imperio ni de los reinos cercanos. Para Leo, la situación era similar. Aunque no dijo nada, ambos sabían que la herida que Jocelyn les había dejado, directa o indirectamente, era demasiado profunda para ser sanada.
Así, mientras las tensiones políticas y militares sacudían el continente, los dos se sumieron en su propio silencio. La guerra había arrancado muchas cosas: un reino, una prometida, y los sueños de ambos. Y aunque seguían caminando juntos en los salones del imperio, compartiendo lazos que el tiempo no pudo romper, ya no eran los mismos jóvenes que una vez soñaron con futuros felices.
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A pesar de que la madre del príncipe se apresuró en cuanto la carta llegó a sus manos, tal como Michaelis predijo, tardó dos días en llegar. Para Lilith y Sofía, esos días fueron un tormento interminable.
—Reina Lilith —la voz de Michaelis se filtró suavemente por la puerta, acompañada de golpes leves con el puño—. Mi madre ya está aquí.
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Editado: 21.01.2025