La habitación designada al príncipe estaba en calma, iluminada por la tenue luz de las velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes. Michaelis estaba sentado junto a una mesa pequeña, sus ojos fijos en la copa ya vacía que sostenía, pero su mente estaba a kilómetros de distancia.
Lilith entró con pasos ligeros, una sirvienta acompañándola, llevando una charola con frutas frescas y un par de copas de vino. Al verlo perdido en sus pensamientos, tomó la charola con sus manos, pidiendo a la sirvienta que se retirara. Después regresó la mirada a Michaelis y sonrió suavemente. Los últimos días había pasado más tiempo con el príncipe, por lo que empezaba a sentirse más cómoda con su presencia.
—¿En qué piensa, príncipe? —preguntó mientras dejaba la charola en la mesa y tomaba asiento frente a él.
Michaelis levantó la mirada, sus ojos carmesí se encontraron con los de ella por un instante antes de desviar la vista hacia el fuego que crepitaba en la chimenea.
—Nada que valga la pena compartir —respondió con una media sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Lilith lo observó con atención. Había algo diferente en él esa noche. Michaelis siempre tenía un aire confiado, arrogante, pero en ese momento, había una sombra en su expresión que lo hacía parecer... humano.
—Parece que necesita desahogarse —dijo Lilith, tomando una de las frutas y ofreciéndosela—. Y no soy tan mala oyente como piensa.
Michaelis dejó escapar una risa suave, tomando la fruta de sus manos con cuidado, pero no comió. La giró entre sus dedos mientras meditaba si debía hablar.
—¿Sabía que mi padre piensa que soy un inútil? —dijo finalmente, su tono ligero, pero la tensión en su mandíbula lo delataba.
Lilith arqueó una ceja, sorprendida por la confesión.
—¿Por qué diría algo así?
Michaelis se recostó en el respaldo de la silla, mirando al techo como si buscara respuestas en las vigas.
—No es que lo diga directamente, pero lo sé. Siempre me compara con Alessandro, mi hermano mayor, o incluso con Leo. Alessandro es el estratega perfecto, el emperador modelo, el que hace todo según las expectativas de mi padre. Y Leo... bueno, es Leo. Siempre consigue lo que quiere, con esa actitud despreocupada que todos admiran.
Lilith inclinó ligeramente la cabeza, intrigada.
—¿Y usted? ¿Qué dicen de su persona?
Michaelis soltó un suspiro, su sonrisa teñida de amargura.
—Que soy el segundo hijo que aún no encuentra su lugar. Que soy impulsivo, imprudente, y que no sé sentar cabeza. Claro, algún día el trono será mío, pero siento que hasta mi padre cree que no lo merezco.
Lilith lo miró en silencio, viendo más allá de las palabras. La confianza que Michaelis proyectaba no era más que una máscara para ocultar sus inseguridades.
Antes de que Lilith pudiera responder, la puerta del salón se abrió, y Leo entró con esa confianza natural que siempre parecía acompañarlo. Con su imponente 1.80 de altura, cabello largo y negro recogido en una coleta alta, y sus ojos ámbar que parecían contener la luz del fuego, llenó la habitación con su presencia. Su físico era imponente: hombros anchos, manos grandes, y un torso que claramente mostraba un arduo entrenamiento.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con una leve sonrisa, aunque no parecía esperar una respuesta.
—Como siempre —replicó Michaelis con un suspiro, aunque sin rastro de verdadero enojo.
Leo se acercó con pasos tranquilos y tomó una fruta de la charola, examinándola con atención.
—El príncipe Michaelis, reflexionando... No pensé que vería el día —bromeó, su tono ligero mientras daba un mordisco a la fruta.
Lilith observó la interacción con una mezcla de curiosidad y diversión. Había algo fascinante en la dinámica entre los dos hombres. Aunque sus palabras estaban cargadas de rivalidad, había una camaradería implícita que mostraba la conexión familiar. Aunque Leo le parecía alhuien sumamente serio y distante, verlo interactuar de esa forma con el príncipe, le causaba curiosidad. Era como ver a dos personas diferentes.
—¿Y tú? —preguntó Michaelis, cruzándose de brazos—. ¿Qué haces aquí, además de entrometerte?
—Solo vine a asegurarme de que la reina y usted estuvieran bien —respondió Leo, dirigiéndole una mirada que, aunque no era abiertamente coqueta, tenía un brillo seductor.
Lilith, sintiendo el peso de su mirada, sonrió educadamente.
—Estoy perfectamente bien, gracias.
—Eso me alegra —dijo Leo, sin apartar la vista de ella mientras daba otro mordisco a la fruta—. Aunque el príncipe parece no estar de acuerdo.
Michaelis bufó, pero antes de responder, Leo se giró hacia él con una sonrisa.
—Relájate. No vine a usurpar tu lugar. Aunque, si lo hiciera, seguro que lo haría bien —añadió con una sonrisa amplia que dejó ver sus hoyuelos.
—Vaya, la modestia nunca ha sido tu fuerte, ¿verdad? —replicó Michaelis, aunque una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—No tiene por qué serlo —Leo giró su atención nuevamente hacia Lilith, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿Usted qué opina, reina Lilith?
Lilith, atrapada en el juego entre ambos hombres, decidió mantener la compostura.
—Opino que disfruta demasiado verse en los reflejos, Sir Leo —respondió con una sonrisa juguetona.
Michaelis soltó una carcajada.
—Por fin alguien te pone en tu lugar.
Leo se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido.
—Tanta crueldad en una sola frase. Pero me esforzaré por sobrevivir.
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Editado: 21.01.2025