Sempiterno: Libro I

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Desde el día en que la reina Leslie le habló sobre las joyas, Lilith no había podido apartar el tema de sus pensamientos. A pesar de todo, estaba enamorada de Stephan. Lo quería con una intensidad que a veces le dolía, y aunque él había cambiado con el tiempo, el amor que sentía seguía ahí, firme. Sin embargo, saber que algún día podría tener una amante —y que ella tendría que entregarle una de esas joyas como símbolo de aceptación— destrozaba su corazón.

¿Por qué tenía que hacerlo?

Con la cabeza llena de dudas y tristeza, decidió salir a despejarse. Fue al recinto de los caballos, su refugio. Amaba la equitación, pero aquella tarde el cansancio la venció antes de poder montar. Se quedó dormida junto a su caballo favorito, el suave resuello del animal y el crujir de la paja arrullándola hasta caer en un sueño profundo.

La despertaron unos ruidos lejanos: susurros y lo que parecían sollozos.

—Princesa, no debería estar aquí —la voz que la devolvió a la realidad fue la de la reina Leslie. Nerviosa, hablaba en un susurro urgente, con el rostro tenso—. Tenemos que irnos ya. Pronto servirán el té, y el rey Carlo ha preguntado por ti. Le dije que estabas estudiando. Vamos —la tomó del brazo con brusquedad, lastimándola sin querer.

—Me hace daño, su majestad —protestó Lilith, zafándose. En su piel quedaron marcas rojizas—. ¿Por qué tanta prisa?

De nuevo, aquel sollozo. Una voz femenina quebrada. Al voltear, vislumbró una cabellera rubia y larga más allá de la caballeriza. El corazón le dio un brinco, pero antes de poder reaccionar, Leslie volvió a sujetarla con más firmeza.

—¡Vamos, Lilith! Sabes cómo es el rey Carlo cuando lo haces esperar —insistió, la urgencia en su tono llenando el ambiente de ansiedad—. No podemos quedarnos aquí.

—Su majestad, hay una mujer en la caballeriza. Se supone que ninguna, excepto nosotras, tiene permitido estar aquí. ¿No deberíamos avisar? —preguntó Lilith, intrigada y preocupada.

—Lo haré en cuanto estemos en tu habitación. Seguramente es una sirvienta nueva que no conoce las reglas —respondió Leslie, visiblemente alterada, evitando su mirada.

Lilith, aunque dudosa, obedeció. Pensó que la inquietud de Leslie tenía que ver con evitar que Carlo se enojara. Decidió ignorar a la mujer rubia y siguió a la reina de regreso al palacio.

—Lo siento, su majestad. ¿El rey se ha enojado con usted? —preguntó mientras caminaban juntas.

—No, aún no. Pero antes de que lo haga, tenemos que llegar a tiempo —replicó Leslie, más calmada al cruzar los pasillos.

Cuando llegaron a la habitación de Lilith, la apuró para que se cambiara. —Hazlo rápido, aquí te espero —ordenó, vigilante.

Lilith notó que su cabello estaba lleno de paja, pero no lo cepilló para ahorrar tiempo. Apenas terminó de vestirse, una de sus damas la interceptó: el té con el rey había sido cancelado.

Alarmada, temió que fuera por su retraso, pero la dama la tranquilizó: había otros asuntos que habían requerido la atención de Carlo. Lilith no preguntó más. Exhausta, volvió a su cuarto, el corazón en un torbellino de emociones.

Al día siguiente sería su boda, y aunque debía sentirse feliz, solo sintió tristeza… y una punzada de presentimiento que no quiso escuchar




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