CIUDAD DE LONDRES, INGLATERRA 1903.
—¿Selene?
La mujer entró al dormitorio y sintió ganas de despellejar a alguien cuando vio todo el desorden: las zapatillas y botas en cada esquina, el carísimo vestido echado en una silla sin ningún cuidado, joyas sin guardar encima del tocador y los productos de belleza abiertos. Quiso gritar de frustración y todo por causa de la persona que yacía en la cama, envuelta en gruesas sábanas así que se acercó y jaló las mantas para despertarla.
—¡Despierte lady Selene… ¡virgen santísima! —gritó escandalizada. La joven abrió sus ojos encontrándose con la expresión estupefacta y horrorizada de su antes institutriz ahora dama de compañía. —¡¿Por qué está desnuda?!
Selene sintió el frio en su piel.
—Oh, se hizo más cómodo dormir como dios me trajo al mundo. —respondió con una sonrisa soñolienta.
—¡Salga en este instante de esa cama y vístase, muchacha indecorosa! —Selene se rio. A pesar de las miradas reprobatoria de la mujer siempre le alegraba el día molestar a la señorita Wesley.
Se levantó de la cama y la señorita Wesley (aunque ya tenía la edad para decirle señora) la ayudaba arreglarse.
—¿Mis padres ya están despiertos?
—Es casi medio día y ellos acaban de salir. Me pidieron a despertarla para que comiera algo, hoy también tiene que estar impecable porque habrá una fiesta en la residencia Bennett.
—¡Mas fiestas! Apenas ayer estuvimos en la casa de los Swan, comienzan hartarme estas constantes reuniones sociales. —espetó molesta mientras su dama de compañía terminaba de hacerle su peinado.
Selene sabía porque sus padres estaban aceptando tantas invitaciones, todo era para buscarle el mejor prospecto a esposo. Había debutado hace tres años cuando tenía diecisiete, hoy en día ya tenía veinte años y ningún pretendiente. No era por su falta de atractivo físico, sino porque era de esas mujeres que les costaba contener su lengua, siendo a veces despectiva y grosera con los hombres que se le presentaban.
—¡Ahhh! —gritó la señorita Wesley sacándola de sus pensamientos. —¡Ese animal pulgoso!
Selene de inmediato se puso de pie y levantó del suelo al pequeño Alexander Hugo, se le olvidó que el perrito se había quedado dormido bajo su cama, ahora por el grito de la señorita Wesley se encontraba nervioso y tuvo que acariciarlo por detrás de sus orejas.
—¡Lo asustó! —reprochó la muchacha.
—¡Salió de la nada! ¡Ese perro me sigue pareciendo una rata fea!
Selene se sentó en la cama con Alexander Hugo en el regazo. El perrito de raza mestiza aún era muy pequeño y si, admitía que era bastante feo. Sus orejas eran grandes, sus ojos saltones y la lengua la tenía afuera debido a una deformación que le impedía tenerla dentro de su hocico. Selene suponía que el pequeño perdió a su camada cuando lo encontró, siempre recordaba las expresiones y los gritos de su madre junto con la señorita Wesley cuando lo miraron por primera vez, esa fue una razón aún más poderosa para quedárselo y cuidarlo como suyo.
—No le hagas caso, pequeño Alex —habló Selene con una voz dulce y empática, besándole en la cabeza y calmando al cachorrito.
—¡Eso es antigénico Selene!
—¡Alex es muy aseado! ¡Mira como le brilla su pelaje de lo limpio que está!
—¡Aléjalo de mí!
—Que amargada. Hay que darle su comida, ¿verdad que tienes hambre, tesoro? —el animal ladró y Selene tomo como un “sí”.
Salió de la habitación con Alexander Hugo entre las manos, cuando no estaban sus padres podía sacar a Alex de su habitación y dejarlo andar a sus anchas por toda la casa, aunque se aseguraba de seguirle de cerca, si se perdía habría que revisar las tres plantas de la gran residencia para encontrarlo.
Una doncella la detuvo cuando llegó al comienzo de las escaleras.
—Miladi, la busca el lord Norwing está en la sala de invitados esperándola —Selene notó como la muchacha miraba a su mascota casi con asco y eso la molestó.
—De acuerdo, ya iré recibirlo. Busca la comida de Alexander. —ordeno con voz dura para después dirigirse a la salita de invitados con su perrito aun en brazos, donde estaba el inconfundible hombre de casi seis pies y siete pulgadas de altura.
Gideon Norwing era casi monstruosamente alto y todo el tiempo que ella hablaba con él debía de alzar la mirada y echar su cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos. Gideon al mirarla sonrió con fanfarronería.
—Creí que te encontraría en camisón —bromeó él.
—Eso te gustaría, ¿cierto muérgano?
—Sabes que solo hay una mujer a la cual adoraría ver en paños menores. —dijo con una sonrisa de coqueto que fastidió a Selene.
—Ya me asqueaste, ¿a qué debo el honor de tu visita, querido amigo?
—Invitarte a cabalgar, llevamos días sin salir juntos. —Selene no se tomó mucho tiempo para pensarlo y responderle.
—¡Me parece una excelente idea! Llevo días en la misma rutina y me hará bien salir.
—Vámonos, pero no te lleves a tu rata.
—¡Que no es una rata!
—Entonces no te lleves a Alexander Hugo. —volvió a burlarse para molestarla.
—¡Ahora con más ganas lo voy a llevar conmigo!
Cuando los dos amigos estuvieron a punto de irse, la señorita Wesley quien había estado arreglando el desastre en su dormitorio, detuvo a Selene.
—¡¿A dónde va lady Selene?!
—A pasear en caballo con lord Norwing.
—¡Pero la comida y sus padres dijeron…
—Volveré temprano señorita Wesley.—fue lo último que dijo Selene para después salir de la residencia, corriendo a reunirse afuera junto a Gideon con una gran sonrisa. —La señorita Wesley casi no me deja salir.
—Sel un día vas a terminar matándola de un infarto. —comentó divertido su mejor amigo.
—Aunque esa no es mi intención, tengo que ser sincera: disfruto mucho de incordiarla. A veces la señorita Wesley se pone tan insoportable que ni ella misma se soporta...