En la ciudad no se dejaba de hablar sobre los nuevos carruajes sin caballos, era la nueva tendencia, todos los ricos querían uno. Selene también quería uno para aprenderlo a manejar, aunque su padre la consideraba muy irresponsable para ponerla tras el volante de un coche por temor a que se estrellara, al menos aun la dejaba cabalgar. Mientras cabalgaban uno a lado del otro, Selene notó que llamaban mucho la atención de la gente, sobre todo Gideon.
Él nunca podía pasar desapercibido muchos menos cuando era uno de los hombres más atractivos y cotizados en el mercado matrimonial, todas las madres querían que un duque como él desposara a alguna de sus hijas.
—¿Y si iniciamos una carrera? —preguntó Selene con maña, siendo cuidadosa con su perrito, al cual llevaba en su regazo sostenido por su mano libre.
—La última vez que lo hicimos fuimos la comidilla de la ciudad y tuvimos una página entera dedicada a nosotros en la sección de escándalos, así que no. Selene aún tengo una reputación que cuidar.
— Que aburrido eres, hasta suenas como una mujer remilgada. Por cierto, si mal no recuerdo gané nuestra última apuesta y aun no me has pagado, Norwing. —su amigo sonrió.
—Cuando se trata de dinero no te olvidas de nada Selene.
—¿Cuándo vas a pagar?
—Mañana mismo. Sigo sin saber qué demonios haces con el dinero que te ganas en nuestras apuestas.
—Lo ahorro, mi querido Gideon. —dijo ella con una sonrisa.
—Al paso que vas obtendrás una pequeña fortuna con todo lo que me robas.
—¡No te robo! Tú apuestas y pierdes contra mí, eso es muy diferente —se burló la castaña.
—Presumida, eres peor que un hombre.
—Lo tomaré como un cumplido, aunque ofenda muchísimo.
A Selene le encantaban esos momentos con Gideon. Podían hablar de todo, sincerarse y ser todo lo descaraos que quisieran. Se habían conocido cuando Selene apenas estaba debutando en sociedad y fue como un vínculo, aunque no del tipo romántico como tanto anhelan sus padres; sino más fraternal y de hermandad, además el atractivo Gideon Norwing, tercer duque de Lancaster. Ya estaba enamorado de alguien más.
Después de un buen rato Selene decidió volver y Gideon la acompañó hasta su casa, despidiéndose en la entrada. No quería que la señorita Wesley la despellejara viva por no volver a tiempo para que pudiera pasar de nuevo, por el extenuante proceso que era arreglarse para una fiesta.
Llevó a su yegua hasta las caballerizas y entró a la casa, silbando de forma despreocupada con el perrito caminando a su lado. Se detuvo en seco al ser recibida por la señorita Wesley y su madre, quien ya había regresado de su salida.
—Selene. Me cuenta la señorita Wesley que te fuiste sin siquiera desayunar o dejarla acompañarte para evitar las habladurías de que te gusta ir a tus anchas con un hombre soltero. —dijo su madre con voz severa.
—Salí con Gideon que es casi un hermano y no tenía mucho apetito en la mañana. —quiso excusarse pero el ceño fruncido de su progenitora no se suavizaba.
—Mírate, deberías estar vestida, perfumada y en vez de eso te encuentro sudorosa y con un aspecto poco atractivo. Sube a tu habitación, la doncella ya te preparó la tina para que te laves y la señorita Wesley pueda arreglarte esos cabellos desordenados.
—De acuerdo madre. —respondió con obediencia y subió a su habitación. La señorita Wesley fue detrás de ella siguiéndole los pasos y entraron al dormitorio. —Tenías que decirle. —le dijo con una tono de reproche.
—Agradece que no le hablé sobre su descaro en querer dormir desnuda.
—¡Si yo quiero dormir desnuda no es el problema de nadie más! —la señorita Wesley le comenzó a papilar una vena en su frente. “Esa muchacha lograba sacarla de sus casillas con tanta facilidad. Debo aguantarla, sus padres pagan muy bien y no creía encontrar otro lugar donde recibiera una mejor paga”.
Ayudó a la muchacha a desvestirse. Mientras Selene entraba a la tina, la señorita Wesley le comenzó a lavar el cabello. La hija de los Eversley no era mala pero si llegaba a ser insoportable debido a sus ocurrencias y desfachateces que no eran propios de una dama. Por eso no había conseguido comprometerse a pesar de que Selene era muy bonita. Su precioso cabello castaño casi rubio se ondulaba en la puntas, su piel era impecable, tal vez su figura era un poco rolliza pero eso se podía disimular muy bien con un corsé bien ajustado.
—¡Ay, me lastima la cabeza señorita Wesley!
—Tiene el cabello sucio y grasoso, ¿hace cuánto que no se lo lava?
—Hummm… el sábado lo lavé.
—Hoy ya es jueves lady Selene.
—¡Ay, maldita sea! —chilló cuando sintió las uñas de esa mujer en su cabeza.
—¡Selene, una mujer noble nunca debe decir palabras de marinero de taberna!
—Le aseguro señorita Wesley que la mayoría de las mujeres nobles han dicho en su mente insultos y groserías peores…
Cuando Selene salió de la tina, la mujer fue a buscarle algo para comer. Selene vio a su pequeño Alexander salir de debajo de su cama y correr hacia ella.
—Esa bruja de la señorita Wesley es una amargada y huraña, le hace falta un hombre en su vida. ¿tú que crees pequeño Alex? —preguntó y el perro solo lamió sus dedos.
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Después de unas horas en las que a Selene le rizaron el cabello, le ajustaron el corsé y le vistieron con un hermoso vestido. Se fue con sus padres aquella velada en la residencia Bennett y el carruaje se detuvo en frente de la gran mansión.
—Selene, sonríe cuando entremos al salón —le ordenó su madre.
—Lo intentaré pero no te prometeré nada. —dijo de forma brusca.
Apenas llegaron sus padres fueron los primeros en bajar del carruaje. Hizo lo que su madre le pidió y cuando entró al salón en sus labios surgió una sonrisa que no sentía. Saludando a los invitados y a los anfitriones de la fiesta con los cuales sus padres se entretuvieron charlando, Selene aprovechó ese momento para acercarse a la mesa de bocadillos, siempre se le abría el apetito cuando estaba nerviosa o molesta.