SELENE.
Estaba tan cómoda en mi salón personal leyendo “Los Miserables de Víctor Hugo”. Mi madre me lo había obsequiado por mi cumpleaños hace unos meses, con cada línea podía darme cuenta que al escritor le encanta hacernos sufrir a los lectores, no había parado de lamentarme con cada desgracia y agravio que sufrían los personajes. Estaba llegando al final y esperaba que fuera uno feliz o terminaría colérica.
“¡No me leí mil páginas para termina en una final trágico!”. —estaba tan metida en mi lectura, faltaban solo cinco páginas y...
—¡Selene! —fui interrumpida de manera estruendosa. Cerré mi libro y fusilé con la mirada a las tres energúmenas que se habían atrevido a interrumpir mi lectura.
—Denme una razón por la cual no deba correrlas de mi casa por interrumpir mi lectura —las tres pasaron a mi saloncito y tomaron asiento frente a mí.
—Porque somos tus mejores y únicas amigas. ¿Eso no te parece razón suficiente? —dije Melody con carisma.
—¡Y nos adoras mucho! —secundó Adara.
—En momento como estos a veces llego a dudarlo.
—Siempre alegramos tu vida Selene, no lo niegues. —dijo Ariadne.
—No lo niego. Ustedes alegran mi vida pero también hacen cosas que producen en mí, ganas de querer arrancarles la cabeza.
—Que gran amiga eres. No se necesita enemigas teniéndote a ti Selene Eversley —enfatizó Melody, me reí.
Estas tres mujeres han sido un gran apoyo durante las últimas temporadas. No me considero una mujer hábil en cuanto mis habilidades sociales, mucho menos con las demás damas de la alta sociedad londinense. El cómo las cuatro no habíamos hecho un cuarteto de amigas se dio de manera muy espontánea y natural.
Todo empezó con la castaña a mi lado: Adara Gilbert había debutado un año después que yo, se le notaba muy nerviosa y expectante ante lo desconocido. Solo tenía a una vieja mujer como dama de compañía y su padre ni siquiera prestó atención en ella, las demás mujeres no se compadecieron ni buscaron integrarla. Tal vez por envidia, porque a pesar de que Adara no fuera la tradicional belleza de rubios bucles y ojos claros, era una beldad de rasgos casi exóticos que llamaban la atención de más de uno.
Me le acerqué y de inmediato congeniamos, era vivaracha y teníamos muchos gustos en común. Estuvimos juntas en varias veladas hasta que nos topábamos con Melody Talbot a quienes muchos tachaban de odiosa, y si, lo es, pero como yo soy una terca sin remedio logré llegarle al corazón a la antipática mujer. Ariadne Vallen era la más reciente integrante pero ya le habíamos cogido mucha confianza a la hermosa rubia de raros ojos verdes.
—¿Y que las trae a mi humilde casa? Porque no recuerdo que pactáramos reunirnos hoy —dije con una ceja levantada.
—Nos disculparas la impertinencia, Selene —empezó Adara —Mi padre ha estado de un humor insoportable y quise salir a respirar lejos de él.
—¿Y tu hermano?
—Se quedó al cuidado del ama de llaves, de todas formar padre solo tiene aversión contra mí, así que está seguro de sus ataques —fruncí mi ceño, sabía que el padre de Adara era un hombre muy temperamental y que la mayoría del tiempo vivía menospreciándola por eso me preocupaba mucho por ella.
—En mi caso me encontraba aburrida —habló Melody.
—Mi única razón es que adoro venir de gorronear comida a tu casa —comentó Ariadne.
—¡Pero que descaro ni siquiera tienes la decencia de inventarte una excusa! —espete divertida.
—La decencia con ustedes la perdí hace mucho, además que estoy muy segura que me harías lo mismo. —respondió la rubia.
—¡Por supuesto que no! Yo te daría una excusa muy elaborada y luego empezaría a gorronear los deliciosos pastelitos y masas que prepara tu cocinera —comenté haciéndola reír.
De verdad adoraba estar en compañía de estas mujeres, reía y alegraban mi día con sus ocurrencias. Son las mejores amigas que se podía desear, puede que yo no haya tenido hermanas pero cuando estaba con ellas tres no hacían falta. Éramos una hermandad y que nadie se atrevería hacerle daño alguna de nosotras, porque saltaríamos encima como leonas, arañando al pobre infeliz para demostrarle que con nosotras no debe meterse....