Señal perdida

Capítulo IV, parte dos: contienda.

     El sonido de las personas hablando por lo bajo fue todo lo que ella entendió, gracias al rotundo silencio de Danna entendió que ellos no habían sido encontrados. Eso la alivió de gran manera y le permitió estar ligeramente tranquila. Mientras la llevaban escuchó un coche encendido, por el sonido del motor supuso que tal vez fuera un autobús. Finalmente los chicos la soltaron al empujarla dentro, cayó y se golpeó el rostro con las escaleras para subir. Ella limpió sus ojos suavemente para evitar empeorar el asunto mientras dificultosamente se colocaba sobre sus pies, estando todo un poco más visibles se fijó en la cantidad de niños y jóvenes que habían dentro. Todos tenían la misma expresión en su rostro, pánico. Eso explicaba acerca de qué eran ellos y qué querían. Danna iba delante de ella y sentó en uno de los asientos libres, cuando ella se iba a sentir la misma alzó rápidamente los pies impidiendo que ella se pudiera sentar. Sin ánimos, Lisbeth se sentó en un asiento adelante.

     Finalmente aquellas personas se montaron, entre risas bromeaban de sus chistes privados y los que capturaron lloraba (la mayoría). Con la mirada perdida, Lisbeth veía a través de la ventanilla del autobús. Constantemente tenía que limpiar la sangre con la manga del suéter, aunque cada vez empezaba a salir menos. Ahora su mente sólo rodeaba los que les pasaría. Por alguna razón el miedo había menguado a medida que los minutos transcurrían allí dentro. Las personas continuaban hablando pero ella no les escuchaba, su mente hacía el suficiente ruido como para prestar verdadera atención a lo que pasaba a su lado. Aquella imagen de ella frente a aquél hombre era la que veía, recordaba aquél día con total claridad.

     — Si no te esfuerzas, tardaremos horas—comentó el mentor.

     Lisbeth frunció el entrecejo.

     — Ya sé cantar—dijo ignorando al mentor y mirando a Joham.

     Él sonrió mientras negaba suavemente.

    — Confío en tú talento, pero confío en que haremos más dinero si mejoras por encima de lo que estás ahora—respondió antes de salir de la habitación sin esperar una respuesta de ella.

   Lisbeth murmuró enojada, el mentor continuaba con aquella sonrisa plasmada en su rostro. Trataba encarecidamente de mostrarse amable con ella. Llevaba un par de minutos y ya había recibido ese mal genio de ella, que al contrario de mostrarse con aires superiores. Parecía enormemente incómoda, se veía tan pequeña por momentos. Aunque eso era, una pequeña en el mundo de la fama. Su rostro estaba lejos de sonrisas, era un rostro vacío con una fuerza que parecía ser mucha pero la mirada en sus ojos era realmente alarmante. Quería salir y preguntarle a Joham el agente, por qué no le pagaba a alguien para que la ayudara. Pero sabía que ese no era su trabajo, él mismo le dijo “encárgate de que su voz pase de angelical a diosa”. En ese momento era sencillo, pero ahora que veía la multitud de problemas que reflejaba su mirada quería ayudarla. Limitado ante las órdenes, continuó casualmente con las clases para ella. Era de rápido aprendizaje, por lo que la clase no se hizo tortuosa. Al culminar la hora el mismo cogió sus cosas y salió de aquella oficina. Fuera estaba el agente con su celular en su mano, tecleaba como loco y después de tanto pensarlo… Simplemente se marchó.

   Una semana donde las clases continuaban de igual forma, la misma mirada y la misma tensión. Pensó rigorosamente en renunciar, ver a una niña sufriendo le causaba dolor y el no poder hacer nada lo hacía sentir el peor hombre del mundo. Una mañana, ella llegó aturdida. Su respiración era acelerada, se removía intranquila y tenía extraños y desconcertantes movimientos. Él quiso preguntar, necesitaba ayudarle.

    — ¿Está todo bien, Elizabeth? —Preguntó finalmente.

    — No—respondió en un susurro y se levantó de allí.

   Aturdida caminó fuera de la oficina, prácticamente corrió. El mentor fue tras ella mientras marcaba al celular del agente. Tuvo que llamar cinco veces para que el mismo no le mandara a buzón.

    — ¿Qué? —respondió finalmente fastidiado.

    — La niña, Joham… Salió corriendo—decía entre jadeos mientras trotaba tras ella en la medida de lo que podía— y no sé a dónde va.

    — Voy—murmuró con el mismo tono de fastidio y colgó.

   Lisbeth finalmente llegó a un puente, habían pasado a través de las avenidas y llegaron a un puente solitario. Sorprendentemente Lisbeth no había sido vista por nadie, pero el mentor sabía que no se ocultaba precisamente. La pequeña hacía extraños movimientos con más constancia, empezaban a ser más desenfrenados y de la nada se subió a la baranda del puente. Las lágrimas caían sobre sus mejillas, el hombre tenía más minutos gritándole que bajara que los que ella le escuchaba. Simplemente no estaba. Estaba fuera del alcance de la realidad, había tenido un ataque de nervios o depresivo pensó amargamente el mentor. Temía acercarse y ser el motivo por el que ella se lanzara, temía quedarse sin hacer nada y que de igual forma lo hiciera. Ahora estaba en sus manos aquél enorme vacío sobre su pecho, era el vacío de la incertidumbre. La misma continuaba en la baranda mirando hacia el vacío con los ojos brillantes dentro de lo que cabía. Finalmente llegó el agente con un hombre que tenía uniforme de doctor, suspiró aliviado al verlos.




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