Capítulo 3 – La inyección de luz

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El día había sido raro. Anto sentía una presión leve en la frente, justo en el centro. Como si algo invisible pulsara desde adentro. Intentó ignorarlo. Siguió con sus clases. Pero en la quinta hora, algo dentro suyo colapsó. Una oleada de vértigo la atravesó sin aviso.

—¿Puedo ir al baño? —le dijo a la profesora, mientras se apoyaba en la mesa.

No llegó.

Apenas cruzó la puerta del aula, el mundo se apagó.

Cuando abrió los ojos, ya no estaba en la escuela.

Todo era blanco.

El techo, las paredes, incluso el aire tenía una densidad blanca y luminosa. No había ventanas, ni puertas, ni relojes. Solo una camilla flotando suavemente sobre una superficie invisible.

Ella estaba acostada ahí. No sentía miedo, pero su cuerpo no respondía. Y a su alrededor, tres figuras vestidas de blanco la observaban.
Una chica estaba cerca de su cabeza. Dos chicos, uno a cada lado de sus pies. Sus rostros eran serenos, sin emociones fuertes. Casi… fuera del tiempo.

No hablaban, pero las palabras llegaron igual.
Telepatía.

> “No te levantes.”
“Estás siendo reparada.”
“Una inyección de luz en el centro de tu conciencia. Si no la recibís, te apagas.”

Ella quiso preguntar quiénes eran, pero no necesitó hacerlo.

> “Somos cuidadores. No estamos en tu tiempo. Pero te vemos.”

La chica, con manos suaves y brillantes, apoyó algo invisible sobre su frente. No era una aguja, no dolía, pero una energía ardiente descendió en espiral por su cráneo hasta lo más profundo de su ser.

> “Tranquila. Es solo la conexión. Te estamos despertando.”

Todo se fundió en blanco.

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Anto abrió los ojos en su cama.

El techo era el de siempre. Pero la mitad de su cabeza ardía, justo donde “le habían puesto la inyección”.
Se tocó con la mano. Nada físico. Pero el calor seguía.

Ese día, lo vio todo distinto.

Los objetos parecían más vivos. Las personas, más lejanas.
Como si una parte de ella ya no estuviera totalmente aquí.

Y esa noche, cuando miró al cielo desde su ventana, una estrella parpadeó más fuerte que todas.

Sintió que la saludaban.

Y por primera vez, no tuvo miedo.

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