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Esa noche, el sueño fue distinto.
No había confusión, ni formas abstractas.
Todo estaba claro.
Tan claro que parecía real.
Anto estaba sentada sobre el pasto,
en un lugar hermoso,
pacífico, envuelto en luz.
El aire era suave.
El cielo no tenía nubes.
Y frente a ella…
estaba la Virgen de la Inmaculada Concepción.
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Era hermosa.
Tan hermosa que no se parecía a ninguna imagen que hubiera visto antes.
Estaba sobre una piedra blanca.
Elevada, pero cercana.
Sagrada, pero cálida.
Le hablaba.
Con dulzura, con calma.
Aunque al despertar, Anto no recordaba sus palabras,
sí recordaba su presencia.
Era amor.
Era luz pura.
Era paz.
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Y entonces, la Virgen levantó una mano y señaló hacia un costado.
Anto giró la cabeza y lo vio:
Una figura toda de negro.
Parado.
Silencioso.
Sin rostro.
Pero su energía era pesada, oscura, fría.
Ella no necesitó preguntar.
Sabía exactamente quién era.
El malo.
La oscuridad estaba ahí, quieta.
No se acercaba.
Solo miraba.
Pero Anto no sintió miedo.
Porque sabía que no estaba sola.
La Virgen no lo miraba con odio.
Lo miraba con firmeza.
Como diciendo: "Yo estoy aquí.
Y la luz siempre va a estar aquí."
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Al despertar, Anto sintió algo extraño en el pecho.
No dolor.
No tristeza.
Sino… un mensaje.
> “Hay dos fuerzas en el mundo.
Pero yo nací para elegir la luz.”
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Después se dio cuenta de algo que no podía ser casualidad.
Ella nació un 8 de diciembre.
El mismo día de la Inmaculada Concepción de María.
Ese sueño no era solo un mensaje.
Era una confirmación.
Como si el universo le dijera:
"Tu luz es real.
Y está protegida.
Siempre lo estuvo."
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Desde ese día, Anto comprendió algo más profundo:
no basta con ver la oscuridad.
Hay que saber quién sos cuando la ves.
Y ella lo sabía.
Ella es parte de la luz.
Y no está sola.
✨💫