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Una noche soñé con alguien
a quien nunca conocí en esta vida,
pero que sabía perfectamente quién era yo.
Soñé con mi bisabuela.
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Estaba cruzando la calle.
Todo parecía normal.
Hasta que, en un instante,
una mano me tiró para atrás.
Un auto pasó justo frente a mí.
No lo había visto.
No lo esperaba.
Me salvé.
Pero no sola.
Cuando me di vuelta para ver quién me había tirado,
la vi a ella.
De pie. Tranquila. Como si supiera todo.
No sabía quién era.
Nunca la había visto.
Pero su presencia me envolvía con una paz inexplicable.
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Me dijo que me iba a acompañar hasta mi casa.
Y yo, sin miedo, acepté.
Fuimos caminando juntas.
Como si lo hiciéramos desde siempre.
Pasamos por el almacén.
Todo era tan simple, tan real.
Como si fuera un recuerdo, no un sueño.
Y cuando estábamos por llegar a mi casa,
me miró y me preguntó:
—¿Qué sos de Susana?
Yo le contesté con naturalidad:
—Soy su nieta.
Entonces su mirada cambió.
Como si en ese momento todo encajara.
Como si yo le hubiera dado la respuesta que ella buscaba.
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Entramos juntas a casa.
Yo le dije a mi abuela:
—Tu mamá te vino a visitar.
Y entonces pasó algo que nunca voy a olvidar:
mi abuela la miró
y le dijo:
—Mamá… ¿qué hacés vos acá?
Se abrazaron.
Se sentaron a la mesa.
Y almorzaron como si el tiempo no existiera.
Como si el cielo hubiera abierto una puerta
para que ese reencuentro sucediera.
Y ahí terminó el sueño.
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Cuando desperté, no sentí miedo.
Sentí certeza.
Esa mujer que me salvó y me acompañó, era mi bisabuela.
La mamá de mi abuela.
Una mujer que nunca conocí…
pero que sabía quién era yo,
y vino a cuidarme.
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Ahora sé que los lazos del alma no se cortan con el tiempo.
Y que hay presencias que, aunque no vemos,
caminan a nuestro lado.
> “Ella me salvó.
Me acompañó.
Y me mostró que el amor
traspasa todo lo que creemos real.”
✨✨