Presente
Trece años, tres meses y tres días desde que había empezado su segunda vida.
Trece años, tres meses y tres días desde que había aprendido de modo violento que se podía fiar solo de sí mismo. Que las palabras no tenían ningún poder y las acciones eran las que contaban.
Trece años desde que no había pensado en los más oscuros días de su vida, y la mera reflexión le recordó que sus preguntas seguían sin respuestas, y que aún no se había librado de su inseparable camarada llamado «dolor». Continuaba escondiéndose en alguna parte de su mente y eludía todos sus intentos de exorcizarlo. No obstante, después de tantos años se podían llamar amigos y lo aceptaba como si fuera parte de él.
Jared permaneció con el rostro alzado hacia el cielo y acompañó con la mirada la trayectoria descendiente de la cola de fuego, acusándola en silencio por refrescarle la memoria.
Una efímera y sencilla estrella fugaz había tenido el poder de alterarle los sentidos.
Respiró hondo y corrió mentalmente la cortina del pasado. El secreto constaba en elegir qué recuerdos guardar y a cuáles ahuyentar. Todo lo que contaba eran minutos, instantes, tan breves como la estrella que se daba prisa hacia su propia muerte.
El otoño había abierto sus puertas, pero el verano se resistía en despedirse. Millones de pequeños astros centellaban radiantes, compitiendo en intensidad. Su resplandor irradiaba del cielo nocturno decorado como un salón de baile de los años setenta y la imagen era la de bendita felicidad.
Por poco no le daban arcadas del disgusto.
La felicidad era una quimera, y los que se pasaban la vida buscándola, unos ilusos. Felicidad significaba estar bien contigo mismo y él había dejado atrás la etapa de creer en finales felices. En el pasado se había permitido esperarlo una vez, pero por aquellos días era otra persona. El fin de su adolescencia había sido el principio del resto de su vida.
Sonrió nostálgico a los recuerdos y sin querer cerró los ojos deseando…
Una repentina ráfaga de viento creó un torbellino de hojas muertas sobre la tierra, girándolas en círculo de forma aparentemente controlada. Las ramas de los árboles casi desnudos se batieron las unas con las otras creando una música rítmica muy parecida al latido descontrolado de un corazón miedoso. En la lejanía se escuchó el aullido de un animal nocturno, y de repente la fraganciadel jazmín se hizo presente en el aire.
El olor trajo a la superficie otros recuerdos, y Jared se estremeció bajo el asalto. Como si sintiera una presencia, sus ojos procuraron ver a través de la noche, sin lograrlo. Su casa estaba situada sobre la cumbre de una colina y el bosque se encontraba tan cerca que parecía tragársela. El hotel de su familia estaba ubicado cientos de metros más abajo, en el valle, pero vislumbraba de él solo la parte trasera, y era bien entrada la noche, habían quedado encendidas únicamente las luces de vigilancia. El destello de las farolas del pueblo se entreveía en la línea del horizonte, pero alrededor lo abrigaba solo la oscuridad de las sombras.
Oteó otra vez el cielo, notando con desilusión que la luminiscencia se había apagado.
Los deseos pedidos a las estrellas fugaces no se cumplen, tío, se riñó, pasando por alto la sacudida de un presentimiento de mal augurio.
Dio media vuelta y entró en la casa. Verificó si la puerta estaba bien cerrada, y apagó todas las luces. Subió las escaleras hasta su cuarto y se dejó caer entre los dulces brazos de los sueños.
El pasado se quedaba en su sitio, en el cajón llamado «olvídalo».