Sencilla Obsesión

Capítulo 1

Presente

El pasado estaba por convertirse en presente, se dijo Jared tres días después, mirando de hito en hito a la mujer que se encontraba frente a él.

—Joder, este día no se anunciaba desastroso —masculló entre los dientes apretados, sabiendo que debería huir antes de que lo atraparan los recuerdos, pero sin poder moverse.

—Estoy aquí. Te oigo perfectamente —replicó ella, confirmándole que era real y no una retorcida alucinación.

Íria Golding, la persona que no esperaba volver a ver nunca más en su vida. La que se le aparecía solo en pesadillas, dado que castigaba de forma drástica su cerebro si intentaba traerla en sus memorias de día. La que se empeñaba en ocupar un lugar de su mente. Muy estrecho, tremendamente alejado, pero… ahora que la miraba a los ojos, debía reconocer que lo ocupaba.

—No entiendo por qué me castiga el karma. Pensaba que había pagado todos mis pecados —farfulló Jared, dándose la vuelta con la intención de alejarse de inmediato y fingir que el reencuentro nunca ocurrió.

Una mano fina y elegante lo detuvo. Por el rabillo del ojo pudo ver los delicados dedos y las uñas con manicura perfecta teñidas en un picante tono carmesí. Dedos que aprisionaban su antebrazo.

—Te comportas como el mismo niño malcriado —Íria susurró, mirando alrededor, seguramente procurando no montar una escena—. ¡Por Dios Santo! Han pasado trece años. ¡Supéralo!

Una niebla roja cubrió la visión de Jared y meneó la cabeza para concentrar la vista. Contó hasta veinte y giró el cuello, concediéndole una mirada. Una más venenosa que la mordedura de una cobra. Sus ojos, negros desde el primer día de su vida, parecían haber absorbido toda la oscuridad del espacio.

—No tengo nada que superar. Mi vida es muy satisfactoria. Y doy gracias cada mañana a unas cincuenta deidades porque tú no formas parte de ella.

—¿Así que has pensado en mí? —replicó Íria, sonriendo de esa manera especial que solo ella tenía. Sus labios se curvaban tímidos hacia arriba, como si tuvieran miedo de enseñar los dientes. Unos dientes perfectamente alineados, si mal no recordaba, menos un canino que era un poco más largo que los otros. Solían reírse juntos sobre eso y bromeaban comentando que ella podría ser descendiente de los vampiros.

No parecía conmovida por el temperamento inflamado de Jared, pero a él no le sorprendía. Íria era una persona que no se alteraba con facilidad, y mucho menos en su presencia.

—La primera traición jamás se olvida —replicó mordaz, cogiendo su mano y alejándola sin delicadeza.

—Tenía diecisiete años, reconozco que era inmadura, pero tú parece que sigues siéndolo.

Jared apretó los dientes, rehusando hacer memoria del pasado. De su perfidia. Del dolor. Del día en que cuando más necesitado se encontraba, la chica que pensaba que era su alma gemela, le había dado la espalda sin mirar atrás.

—¿Qué haces aquí?

Íria encogió los hombros y se apartó con el dedo índice un mechón que se había atrevido a escapar de su elaborado moño estilo desaliñado-pero-se-ve-perfecto, y que ahora le acariciaba la mejilla. Jared observó que mantenía el color de su pelo original, más negro que las plumas de un cuervo, aunque ella lo había odiado siempre por ser herencia de su padre.

—He vuelto —anunció, pareciendo muy complacida.

La sentencia cayó como plomo en los zapatos de Jared.

—¿Cómo que has vuelto? —ladró, perdiendo los estribos—. Odias este pueblo.

—Nooop. —Íria sonrió, y a él le quedó claro que estaba encantada con su reacción—. Pensaba que lo odiaba. Pero después de ver casi todo el mundo, me di cuenta de que es mi hogar. Desperté hace tres días con la seguridad de que debía regresar. Que es el sitio en que voy a pasar el resto de mi vida. Curiosamente, el mismo día recibí una oferta de trabajo, ¿averigua dónde? Sí, justo aquí —le informó—. Está claro que es el destino.

Jared casi puso los ojos en blanco. Ella y sus ideas fijas.

—¡Qué suerte la mía! Mentiría si te deseara ser feliz. Así que haz lo que quieras. Como siempre.

—¿Te invito a un café? —preguntó Íria, pasando una vez más de su comentario.

Jared tenía la confirmación de que ella no tenía problemas de vista, no obstante, empezaba a dudar del funcionamiento de sus oídos. Meneó la cabeza, pero no llegó a abrir la boca, ya que Íria se le adelantó.

—Qué casualidad, ¿no te parece? Que nos encontremos enseguida. Llegué anoche —continuó parloteando como si se tratara de un encuentro placentero—. Ni he deshecho el equipaje.

—¡Para! —Jared levantó las manos para tener toda su atención—. No me importa cuándo llegaste, ni qué planeas hacer, tampoco tengo la intención de tomar café contigo o cualquier otra cosa. De hecho, este pueblo ha sido pequeño antes de que aparecieses, y acaba de convertirse en una cárcel. Así que mantente en tu celda, muy, pero muy alejada de mí.

—Lamento darte malas noticias, pero no creo que vaya a poder hacerlo —declaró ella con franqueza, después de aguantar su discurso con cara estoica.

Jared la miró boquiabierto, sin poder creer lo que acababa de escuchar. Sí, habían pasado trece años, pero Íria no había cambiado para nada. Seguía igual de obstinada, sin entender el significado de la palabra «no», mirando solo hacia adelante y manejando cualquier obstáculo que se interponía en su camino como si se tratara de un pasatiempo hasta que consiguiera su objetivo. Encima, odiaba reconocerlo, pero seguía igual de guapa. Incluso más. Se veía… preciosa. Parecía que había aprendido a sacar partido a sus ojos «casi azules», como ella misma había nombrado el color: una mezcla de azul delgado y verde joven, similar a la línea del horizonte en que se unen el mar y el cielo. Su piel, tan blanca que el sol la quemaba enseguida, mantenía el mismo matiz, sin una sola peca.

Alejó la mirada y se riñó por haber observado tantos detalles en cuestión de segundos. Independientes a su voluntad, sus ojos la acosaban como lo habían hecho desde el primer día en que la conoció.




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