Sencilla Obsesión

Capítulo 5

 

Presente

—¡Vamos! Tú sí que puedes.

Jared le respondió a Mara con una mirada petulante mien­tras flexionaba los músculos; dobló las rodillas y se concentró en respirar por la nariz. Centró la mirada en el objetivo, avanzó un paso con el pie derecho, balanceó la bola hacia atrás y la soltó con fuerza cuando llegó a la altura de su tobillo.

Los diez bolos colocados en forma de triángulo equilátero se desplomaron en todas las direcciones.

—¡Pleno! —Mara gritó y aplaudió encantada.

Se encontraban en un centro de divertimiento a las afue­ras del pueblo, pensado y construido para ser usado por todo el mundo, desde jóvenes a familias con bebés. Imaginándose el ruido y la multitud, en un primer instante Jared se había opuesto de modo categórico a la idea de Mara. Al detenerse para pensarlo, había entendido que era precisamente lo que necesitaba para olvidar sus problemas actuales. Quedarse solo con sus pensamientos no era una opción inteligente y tampo­co podía concentrarse en escribir. Las únicas escenas que le venían a la cabeza eran las que implicaban detallados actos de venganza contra mujeres traidoras.

Le alegraba constatar que se encontraba bien. Reconocía que al estado efusivo había ayudado un número impresionante de botellas de cerveza ahora vacías, pero lo importante era que había funcionado.

—Oye, se supone que debes apoyarme a mí —protestó Cedric—. ¿En qué clase de equipo una parte favorece al otro lado?

—Es mi jefe —susurró Mara, dándole un beso rápido.

La cita de Jared de esa noche cruzó sus largas piernas y le sonrió con dulzura. Avergonzado, se dio cuenta de que no re­cordaba su nombre. Cedric afirmaba que tenía una «tierra má­gica» de donde las conseguía cuando las necesitaba. La verdad era que tenía muchos contactos y mucho cuidado de no acer­carse demasiado. Dejaba las cosas claras desde el principio, y muy pocas veces salía con la misma mujer. No se arriesgaba a repetir las citas, a entrar en intimidades, y jamás consideraba a alguien del pueblo. Aunque las reglas eran sencillas, desde que se las había impuesto su existencia había mejorado e insistía en no romperlas.

—Nuestro turno —dijo Mara, arrastrando el brazo de Ce­dric para forzarlo a levantarse.

—Nos ayudaría si jugaras para nuestro equipo —se quejó él.

Jared sonrió y se acercó a la mesa donde esperaba la mujer. Forzó su mente en recordar su nombre: Ania, Alia, Li… Nelia, sí, eso era. Era morena, alta y sofisticada. No había parecido encantada por el sitio, pero ni se había quejado, lo que era un punto en su favor. Justo como le gustaba: sin pretensiones.

—¿Quieres algo más? —le preguntó observando su vaso casi vacío.

Ella hizo bailar los dedos sobre su antebrazo en un movi­miento sensual. Sí, el mensaje estaba tan claro como si lo hu­biera gritado, pensó sonriendo.

—De momento, no —contestó, poniendo acento en las pri­meras palabras y mirándolo de forma sugestiva.

Te he entendido desde la primera vez. En un día normal Jared no se lo pensaría dos veces, pero por alguna razón, esta noche no estaba convencido. Tenía una especie de virus bajo la piel que hormigueaba de manera irritante. Decidió que una cerveza más iba a relajarlo y ayudarlo a encontrar la oferta más atrayente, incluso considerar aceptarla.

—Voy a pedir otras bebidas. Vuelvo enseguida —dijo, ale­jándose en la dirección de la barra.

Lo hizo lo más rápido que pudo, pero al regresar sufrió los síntomas de un ataque en cadena: primero su corazón empezó a tamborear un ritmo veloz, luego un rayo punzante pasó por sus sienes y estuvo a punto de dejar caer la bandeja con las bebidas por culpa del temblor de sus manos.

¡Por Dios bendito! que no tiene misericordia conmigo, far­fulló en voz baja. Había faltado unos pocos minutos, pero al parecer, había sido bastante tiempo para que Íria apareciera de la nada y se sentara confortablemente en su mesa. Sus amigos habían abandonado el juego y acompañaban a ella y a Liza, pareciendo pasarlo en grande. Las carcajadas de Íria se sentían como ácido vertido en su estómago.




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