Justo una semana después de que mamá muriera, mi padre me llamó para que asistiera al sótano. Cuando llegué, lo vi con una cara que jamás había visto antes, era como si un demonio se hubiera apoderado de él, no era una buena cara. Observé el largo látigo que sostenía en sus manos. Aporreó el flagelo contra el piso y me ordenó realizar cien flexiones.
-¡Cien flexiones!, ¡eso es demasiado! -intenté responder-.
-¡Cállate! –interrumpió-. ¡Ponte a hacerlas ya!
Logré hacer tan solo once flexiones, mis brazos ya no daban para más. De repente sentí un dolor agudo en mi espalda, mi padre me empezó a azotar con la fusta.
-¡Vamos, sigue haciendo flexiones!, ¡entre más tardes más latigazos recibirás!-.
El escozor de las fustigadas era intenso, era un dolor agudo que recorría todo mi cuerpo y me hacía estremecer. Empecé a llorar desconsoladamente.
-¡Papá, para!, ¡me duele!
Aunque me oyó decir estas palabras siguió azotándome con toda su fuerza.
-¡Si quieres que pare, termina las cien flexiones! –respondió mi padre gritándome y amenazándome-.
Seguí haciendo las flexiones con mi espalda siendo castigada, y mi rostro llorando sin parar. A duras penas pude completarlas. Cuando me fijé bien en el piso, me di cuenta que había mucha sangre, era la sangre que brotaba de mí. Me dolían los brazos, mi espalda y todo el cuerpo en general por la tensión causada.
-Muy bien, ¡ahora haz cien abdominales! -dijo mi padre no mucho después de completar las flexiones-.
Me siguió flagelando con el látigo, pero esta vez en la parte delantera de mi cuerpo. No podía creerlo, ni siquiera me dio un pequeño descanso, tenía que hacer cien abdominales mientras me golpeaba y maltrataba. ¿Por qué?
-¡¿Qué te pasa?!, tus repeticiones se vuelven cada vez más lentas.
Después de decir eso, me pegó con el látigo en mi cara directamente, me dejó una cicatriz de por vida en mi ojo izquierdo. Continué con este sufrimiento hasta completar las cien abdominales sin poder dejar de llorar.
-¡Ahora harás cien sentadillas!
Me quedé horrorizado, todavía había más. Los latigazos ahora iban directo a mis piernas, las sentadillas se hacían más dolorosas a medida que avanzaba. Todo mi cuerpo me dolía. Esto parecía el infierno, mi cariñoso padre estaba malográndome y abusándome de la forma más horrible posible.
Terminé de hacer las sentadillas para caer al suelo sin energías y con mucho dolor.
Mientras estaba en el piso tirado con mi cuerpo agotado y con sangre por todos lados escuché a mi padre decir lo siguiente:
-A partir de hoy, todos los días te torturaré, así que prepárate.
Después de escuchar estas palabras, lo oí reír e irse del cuarto cerrando con llave el sótano para que no pudiera escapar. A partir de este punto, todos los días mi padre utilizaba distintos instrumentos o armas para martirizarme, muchas veces perdía el conocimiento y me desmayaba.
Una semana de abusos después le pregunté tirado en el piso y con una voz débil:
-¡¿P-po-r qué h-aces es-to?!
-¿Por qué lo hago? -respondió con indiferencia-. Tú fuiste la causa de que tu madre muriese y por lo tanto te estoy dando tu castigo. Además, me gusta ver a las personas sudar sangre, de ahora en adelante serás mi juguete, ¡podré divertirme mucho viéndote sufrir!
Estas palabras las dijo con una sonrisa tan asquerosa que me repugnó hasta la esquina más profunda de mi ser, sin querer apreté los dientes con tanta fuerza que mis encías empezaron a sangrar.
-Así que en esto es en lo que se había convertido papá -pensé-.
Mi mente en este momento se había quebrado, mi madre había muerto por mi culpa y mi padre me atormentaba todos los días por pura diversión. No pude evitar empezar a odiar a mi padre con todo mi ser, quería verlo morir, verlo sufrir, cortar cada pedazo de carne que tenía y triturarlo por completo. Me reía desquiciadamente ante aquellos pensamientos.
Después de un tiempo del que no tengo cuenta aguantando torturas, mi cuerpo había desarrollado cierta inmunidad al dolor y había obtenido unos fuertes músculos, pero las cicatrices de mi cuerpo se quedaron para siempre. También empecé a progresar en el uso de mi poder mágico, conseguí la habilidad de "lectura mental" que me permitía leer pensamientos y recuerdos de otras personas incluyendo los míos al tocar la cabeza de la persona en cuestión.
Mi padre atravesó la puerta de la entrada del sótano y a pesar de lo mucho que quería atacarlo y acabar con él, no podía. Ya lo había intentado, él era más fuerte que yo. Hemos combatido varias veces a medida que me volvía más poderoso, pero siempre era derrotado y terminaba recibiendo un castigo peor por intentar rebelarme. En una ocasión intenté leerle los pensamientos para encontrar una debilidad, pero siempre tiene extremo cuidado con su cabeza.
Esta vez había algo extraño, desde hacía unos diez minutos escuchaba explosiones y gente gritando en la parte superior, no sabía qué rayos ocurría, pero mi padre se veía alterado aunque intentara disimularlo, era la primera vez que lo veía tan nervioso. Simplemente se colocó en frente mío y me contó que el responsable de mi secuestro y el de mi madre hace tres años, y el que está acabando con la ciudad ahora mismo es Adavass.
Todavía recuerdo vívidamente sus últimas palabras:
-Quiero que huyas, yo no podré escapar de esta ciudad, pero tú sí, eres más ágil que yo. Tal vez yo no sobreviviré, pero al menos tú, mi mascota, lo harás.
-¿De qué rayos estás hablan-?
Antes de que pudiera terminar mi frase, un mapache gigante irrumpió desde el techo y se comió a mi padre. Me quedé impactado por lo que acababa de suceder, pero no podía quedarme en ese sitio. Por más que no quisiera hacerle caso a mi padre, tenía que hacerlo si quería sobrevivir.
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Editado: 04.05.2025