Señor Mentira

1. Judas

– ¿Qué está pasando aquí?

Mi mente se desconectó por completo. Era como si estuviese sufriendo un terrible déjà vu; hace unos meses había pasado algo parecido y que esta misma escena se estuviese repitiendo en este mismo instante, provocaba estragos en mi cabeza. Sentía las lágrimas arder en mis ojos y como mi visión se nublaba debido a eso, sentía un nudo enorme apretando mi garganta con fiereza, sin consideración para mí, de la misma manera mi corazón sentía como se desgarraba debido a la escena.

Él simplemente me miró con una sonrisa, en su rostro no había ni el más mínimo ápice de arrepentimiento, por supuesto que no lo habría, él jamás sentiría consideración por alguien y ni siquiera lo tendría por mí.

Me había acostumbrado a ello, a sus traiciones, a sus mentiras, a la sonrisa arrogante de superioridad que se dibujaba en su rostro cada vez que era descubierto. Pero que me hubiese acostumbrado a ello no significaba que dejara de doler. Mi corazón seguía sufriendo, pero sin importar cuantas veces fuese pisoteada por él nunca me rendía, seguía ahí a su lado y siempre que algo como esto pasaba me hacía la misma pregunta, ¿cuándo le pondría fin a toda esta locura?

Este amor estaba fuera de control. 

Era demasiado asfixiante estar a su lado, era demasiado cruel ver su indiferencia y cada vez que él me traicionaba, me ahogaba en ese inmenso mar de depresión por días enteros, siempre era lo mismo, era la misma rutina de siempre, no veía la luz al final de túnel hasta que él se aparecía en mi ventana, hasta que me sonreía, hasta que me envolvía entre sus brazos y volvíamos a ser los mismos de siempre.

Este amor me estaba consumiendo, pero aún así me aferraba a él.

– Perdón, Dina, bebí demasiado en la fiesta y no creí que algo así pasaría. No te molestes conmigo, cariño, ella ya se iba.

La chica le dirigió una sonrisa tímida mientras recogía los restos de su ropa esparcida en el piso. Cuando terminó de recogerla se dirigió hacia la puerta, chocando su hombro contra el mío con enojo.

Tenía que aguantarlo, sin embargo, ¿cuantas veces más me faltaban para llegar a mi límite?, ¿cuantas veces serían suficientes para entender que este amor me estaba llevando a un abismo sin fin?

– Venga, vamos, te prepararé algo de café, pareces alterada.

Por supuesto que lo estaba, cualquiera en mi lugar lo estaría. Cualquiera con sentimientos se sentiría igual que yo si veía a su pareja de tres años serle infiel por tercera vez consecutiva. Le había perdonado todo, todo lo que yo había presenciado con mis propios ojos y también aquellas traiciones que yo desconocía. Hazel era todo lo que las chicas de la ciudad deseaban, pero todas sabían que él era un completo peligro, que estar a su lado significaba perder la cordura y hundirte en aquel abismo que él solía llamar amor.

Él nunca había tenido una pareja, siempre era libre, sin ataduras y así fue como yo lo conocí; un invierno en el que recién llegué al pueblo debido a unos problemas que habíamos tenido en la ciudad anterior. Me enamoré de él apenas lo vi, él me había sonreído y el hoyuelo en su mejilla derecha había aparecido, haciéndolo parecer dulce, pero había oscuridad detrás de esos ojos color avellana, su cabello era castaño y su piel era bronceada, su cuerpo estaba perfectamente ejercitado y en el momento en el que le pedí salir conmigo, él aceptó sin reproches, sorprendiendo a todos, habíamos sido la sensación del momento en toda la escuela, el chico que no le gustaba el compromiso estaba saliendo con la chica nueva, pero esos bellos momentos donde me sentí superior a todas las chicas, se habían ido tan rápidamente como apareció, él me había engañado, había una chica en su cama el día en el que fui a verlo, pero mi sufrimiento duró muy poco cuando él fue a rogar por mi perdón y ese circulo se repetía constantemente. Hazel decía la misma excusa todas las veces en el que lo descubría, que se había enamorado de mí pero que sin embargo, él no sabía como amar de la manera correcta, que esto era lo único que me podría ofrecer y lo peor de todo es que yo lo había aceptado, pero mi cordura se estaba perdiendo poco a poco con cada traición y cada mentira que yo perdonaba.

Pero no podía dejarlo.

No podía dar media vuelta y dejarlo porque yo lo amaba.

No me importaba el romance cruel que él me ofrecía, yo estaba dispuesta a aceptar todo lo que él me diera.

– Tengo que llegar a casa, mi mamá me matara si llegó tarde, solo te vine a dejar algunas cosas que nos dieron en el restaurante – dije colocando la bolsa con comida que le había traído en la mesa. Hazel se giró hacia mí, colocando un dulce beso en mi frente.

– Eres la mejor.

El cumplido había hecho que mi roto corazón se reconstruyera con tan simples palabras.

– Iría a dejarte pero tu madre me odia, Dina. Me sacaría a patadas si me ve en su puerta.

Sonreí ante su comentario, era verdad, mi madre lo odiaba y suponía que cada madre del pueblo también lo hacía. Hazel era lo que ninguna madre quisiera para su hija, era el criminal con sonrisa atractiva que destrozaba los corazones inocentes que latían por él, era aquel demonio vestido de ángel que corrompía hasta la más mínima oscuridad, moldeándola a su antojo, destrozando tu inocencia con su retorcida oscuridad.

Hazel era una amenaza, era el judas del pueblo, el pecado en persona, pero era el pecado más dulce que había probado.

– Lo sé.

Hazel acortó la distancia que yo había puesto entre nosotros, acercándose a mí, haciendo un lento recorrido con las yemas de sus dedos desde mi garganta hasta mis labios, tocándolos con suavidad, abriéndolos para él. El beso fue suave, tortuoso, con intenciones que implorara por más, pero si algo había aprendido de él era en no caer más en su juego.

– Nos vemos mañana en clase, espero que esta vez si te presentes.

Me di media vuelta con intenciones de irme, pero él me detuvo del brazo. No quería caer, no quería rendirme nuevamente hacia él, no quería seguir siendo tan débil a pesar de que mis piernas temblaban simplemente con verlo a los ojos.




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