Señor Mentira

2. Los Cromwell

Me había despertado más temprano de lo habitual esta mañana. 

Por lo general siempre me levantaba cuando el reloj marcaba pasada las siete, pero en esta ocasión me levante antes de que fueran las 7:00 am. Me ensimisme en cepillar mi ondulado cabello negro frente al espejo, prestando atención a cada parte de mi rostro en éste, desde el pálido color de piel hasta el negro profundo de mis ojos, todos siempre les causaba curiosidad que mis ojos fueran completamente negros, no eran cafés, ni café oscuro, ni ningún otro derivado de las tonalidades que toda persona común tenía, los míos eran completamente negros al igual que mi cabello, tal vez esta característica que teníamos Dylan y yo se debían a los genes de aquel hombre que alguna vez fue nuestro padre, ya que mi madre tenía el cabello café y ojos del mismo color.

– Dina, acompañame a la cocina.

A través del espejo vi a mi madre entreabrir la puerta para solo asomar su cabeza. Hice un ademán con la cabeza para indicar que ya iría y ella se retiro, cerrando la puerta suavemente para evitar que Dylan, quien dormía plácidamente en la cama de a lado, se despertara.

Me parecía extraño que mi madre se encontrara despierta a estas horas, pero aún así no le presté atención y fui directamente a la cocina después de haberme atado el cabello en una coleta baja.

– ¿Qué sucede? ¿Porqué te has levantado tan temprano?

Ella no contestó, en su lugar colocó dos tazas de café en la mesa. Se sentó en el sillón a lado de mí y se llevó la taza de café a los labios para tratar de enfriarlo con su aliento.

– Sabes que aveces tenemos nuestras diferencias y que discutimos como si no fuéramos madre e hija, pero te quiero Dina y quiero lo mejor para ti. Nunca sería capaz de sacrificar la vida de uno de mis hijos por el otro y es por eso que .. – ella hizo una pausa y bebió de su café, sosteniendo la taza en sus manos temblorosas.

Se encontraba nerviosa, lo sabía por el temblor de sus manos y porque evitaba mi mirada desviándola al piso.

– ¿Por eso qué? – la incité a continuar.

– Todos conocemos a los Cromwell, todos en la ciudad hablan de ellos aunque no todos los conocen en persona. Ya sabes, son aquella familia poderosa que solo podemos imaginar sus sombras porque nunca hemos visto sus rostros, vienen al pueblo solo algunos días y es como si fueran dioses para el pueblo.

– ¿Qué tienen que ver los Cromwell en esto? – pregunté ofuscada, no entendía a donde quería dirigirse mi mamá al hablar tan repentinamente de aquella familia.

– ¿Quieres pedirles un préstamo? – inquirí tratando de encontrar la respuesta a las preguntas que había formulado en mi cabeza.

– No – vaciló. Dejó la taza de café devuelta a la mesa y tomó mis manos sobre las suyas.

– Amir Cromwell pidió tu mano y creo que es una buena opción dárselo, digo, es una excelente oportunidad.

Dejé de escuchar sus balbuceos en el momento en el que dijo que Amir Cromwell había pedido mi mano.

– Espera, espera madre, ¿de qué demonios estás hablando?, ¿quién se cree siquiera Amir Cromwell que es para pedir mi mano?

– Alguien mucho mejor que Hazel - defendió con el rostro arrugado del enojo que le provocaba mencionar a Hazel.

La miré con incredulidad, sin poder creer lo que me estaba diciendo. Ni siquiera conocía al chico Cromwell y él no me conocía a mí, ¿entonces de donde provenía este ridículo deseo de querer casarse conmigo? Era simplemente absurdo y no tenía una respuesta congruente a esto. Yo era una simple chica que vivía en la pobreza y él era un chico que nació en cuna de oro, simplemente no éramos compatibles.

– No tiene nada que ver Hazel en esto, madre. Dijiste que no quieres sacrificar a ninguno de tus hijos y lo estás haciendo conmigo, me estas sacrificando para casarme y pagar todas tus deudas, no puedes limpiar tus pecados conmigo madre, no puedes remediar lo que pasó en el pasado tratando de que yo viva en un cuento de hadas que no fue escrito para mí. No lo haré.

Me levanté furiosa del sillón hacia la puerta de entrada. Su mano en mi brazo me impidió dar un paso más hacia la puerta.

– Lo harás, Dina. Te comprometerás con ese chico y nos sacaras de este maldito agujero en el que vivimos. Piénsalo bien, si te casas con él podrás continuar con tus estudios, ya no tendremos que sufrir porque se nos acaba el dinero y Dylan completará igualmente su carrera. Piensa en tu hermano, no sabes cuantas veces me ha dicho que quiere trabajar para ayudarnos, solo es un muchacho Dina, no dejes que sus sueños se rompan solo por esta maldita pobreza.

– Solo estás pensando en tu ambición, madre, no en nosotros – dije con la voz quebradiza. Ella podía fingir que no había pasado, pero yo recordaba perfectamente las noches en las que discutía con mi papá y siempre era por lo mismo, las discusiones siempre tenían que ver con ese maldito dinero. El dinero siempre fue su problema y lo sigue siendo hasta ahora.

– No quiero que vivas lo mismo que yo, Dina. Quiero lo mejor para mis hijos así que aceptaras ese matrimonio. No vayas a trabajar hoy, nos arreglaremos para ir a visitar a la familia.

Negué con mi cabeza, tratando de que las lágrimas que se ocultaban en mis ojos, no salieran. No quería llorar, pero mi pecho dolía debido a la situación.

Amar a Hazel ya me tenía mal. Pensar en casarme con alguien que no fuera él me dejaba aún peor.

– Sabes que ese amor te hace daño, Dina. Por favor déjalo y acepta a Amir.

– ¿Tan siquiera lo conoces, madre? ¿Sabes que clase de chico es? Quieres alejarme de Hazel, pero no sabes si este hombre es incluso peor que él. Simplemente piénsalo, ¿porqué un chico adinerado quisiera casarse con alguien como yo?

Ella no dijo nada. Sus ojos me miraron con tristeza, pero no me quede más tiempo para seguir escuchándola, tome mi usual abrigo color azul marino que se encontraba en el perchero y salí de casa.




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