– No estamos en casa.
– Gracias por decirlo, no lo había notado.
La oí refunfuñar a mis espaldas mientras me bajaba del auto y abría la puerta de su lado del coche.
Esta vez no se resistió, se limitó a bajarse del auto y pararse justo a mi lado.
– ¿Porqué me trajiste aquí?
Comencé a caminar hacia el interior del lugar con Dina siguiéndome detrás .
– Porque no quiero que le arranques los cabellos a mi hermana – contesté respondiendo al mismo tiempo el saludo que los guardias del lugar hicieron al verme.
– Debes dejar de encubrirla.
– Elina puede parecer una adulta pero realmente sigue siendo una niña. No excuso sus acciones pero mi trabajo como hermano es impedir que la golpeen por sus caprichos.
Dina rodó los ojos ante mis palabras. – Si sigues protegiéndola de esa forma, entonces nunca aprenderá la lección.
– Tal vez tengas razón.
– ¿Es este tu lugar especial? – preguntó cambiando el tema de conversación cuando entró al interior, sonriendo burlona hacia mi dirección, no me quedó de otra más que seguirle el juego.
– Es mi lugar de escape cuando algo va mal.
– No lo dudo.
Caminó hacia el cuadrilátero, pasando sus dedos sobre el al caminar.
– Nunca había estado en un salón de boxeo – comento mirándome como una niña pequeña.
– Entonces debo sentirme honrado.
– ¿Es aquí donde te enseñaron a boxear? – curioseo al detenerse frente las fotografías pegadas en la pared, donde se encontraban los carteles que anunciaban las próximas peleas, así como las fotos de algunos de los mejores boxeadores sosteniendo sus cinturones de campeonato, donde también se encontraba enmarcado la fotografía de un pequeño yo de ocho años sonriendo a la cámara mientras enseñaba mi cinturón de triunfo.
– Así es. Mi padre insistió mucho en ello.
– Y debería estar muy orgulloso de que puedas defender damiselas en peligro en las calles.
Sonrío y aquella sonrisa fue suficiente para iluminar mi día entero.
– Ven. Te enseñaré a dar unos golpes.
Se acercó a mí con su sonrisa intacta en sus labios.
– No se como hacerlo – añadió colocándose los guantes que yo le ofrecía.
– Por eso te enseñaré.
La ayude a terminar de colocarse los guantes mientras que yo me colocaba en posición para recibir sus golpes.
– ¿No te pondrás nada?
– No creo que puedas hacerme mucho daño.
Ella me fulmino con la mirada, tirando un golpe al aire que fingí que me había hecho daño.
– Vamos, no te burles.
– Empieza, debes centrar tu fuerza en tus puños.
Pareció concentrarse un momento para después lanzar un golpe a la palma de mi mano que tenía extendida hacia ella.
– Aún es muy débil – dije con sorna, lo que la molesto.
– Es porque llevas años de entrenamiento, no puedes esperar que vaya a superarte en unos minutos.
Lanzó una vez más un golpe que no dude en detener cerrando la palma de mi mano sobre su muñeca, sintiendo el calor de su cuerpo sobre mis dedos.
– Amir.
Su voz susurrando mi nombre solo logro que la acercara más a mi, tirando de ella para lograr que estuviésemos cara a cara, a unos cuantos centímetros de nuestros rostros, con nuestros cuerpos casi rosándose entre sí.
Ella me miró directamente a los ojos, provocando que mi cuerpo entero reaccionara a su mirada.
Acerqué lentamente mi mano a su rostro, acariciando con delicadeza su mejilla, recorriendo su rostro de manera lenta, casi tortuosa, una caricia que decía a gritas cuánto deseaba hacer más que simplemente tocar su mejilla.
Sus orbes negros no se apartaron de los míos. Seguían igual de oscuros que siempre, pero con el inusual brillo de deseo que me quemaba mi pecho.
Baje mis dedos a sus labios, aquellos dulces labios que se sentía tan suaves que todo en mí ardía solo con tocarla, solo con mirarla a los ojos, solo con tenerla tan cerca.
Si respiración se aceleró debido a nuestra cercanía, podía sentir el aire caliente de su respirar justo en mis labios, estábamos tan cerca, tan cerca que si me inclinaba un poco más podía rozar sus labios con los míos y no detenerme en un simple beso. Pero no podía.
Un mentiroso como yo no podría probar aquellos dulces labios.
No lo merecía.
No tenía el derecho de tomar algo que había logrado acercarme con base de mentiras.
– Creo que debemos ir a casa.
Me limite a asentir al escucharla, apartando mi mano de sobre su rostro, sintiendo el invierno en mi interior nuevamente. Nos dirigimos a la salida y subimos al auto sin decir nada más, no hubo alguna otra conversación, nos mantuvimos en silencio y en nuestros propios pensamientos hasta que llegamos a casa.
– ¿Qué paso? ¿Porqué saliste del trabajo tan temprano? – inquirió Eliot a penas me vio llegar.
– Tenía cosas por hacer – respondí a secas tomando mi camino hacia mi habitación ignorando a los presentes en la sala. De reojo pude ver a mi madre hacer un ademán para acercarse a mí pero fui más rápido que ella, logrando esquivarla y abrirme paso hacia las escaleras.
– ¿Qué es más importante que la empresa?
Escuché sus pasos detrás de mí mientras subíamos los escalones.
– Es la primera vez que te vas de manera imprudente de la empresa y nos dejas a la deriva, nunca..
– ¿Nunca qué Eliot?, ¿Acaso no puedo irme de la empresa temprano porque eso significa el fin del mundo?
Mi hermano se detuvo abruptamente ante mi arrebato, echándose hacia atrás para evitar chocar conmigo. Me miró con las cejas fruncidas y las manos alzadas en señal de paz.
– Vamos, tranquilizate, solo estaba bromeando.
– No estoy para bromas – masculle dándome media vuelta para desviarme en mi camino a mi habitación y entrar de improvisto en la habitación de Elina.
– ¡Amir! – chilló ella al verme entrar, cerrando rápidamente su laptop con la que se encontraba en una videollamada con sus amigas.
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Editado: 07.04.2022