Señor Mentira

15. El chico que no se enamora

 – Creí que habías dicho que Ilyas vendría a buscarme todos los días – dije sonriendo al verlo recargado en su auto esperando por mí.

Amir sonrió divertido, abriendo la puerta de mi lado del auto para después darse la vuelta para introducirse en el asiento del conductor.

– Supuse que no era de tu agrado viajar con mi hermana dos veces seguidas.

Reí suavemente. Tenía toda la razón, venir a la escuela con Elina Cromwell a primera hora de la mañana era algo agotador, aunque no me quejaba mucho por ello. Ella no me hablaba, yo no le hablaba, se limitaba a mirarme con odio y fin del viaje, así eran nuestros viajes regulares y no podía quejarme porque no había intentado encerrarme en el baño de chicas de nuevo o intentar algo contra mí.

– Estas en lo cierto.

– ¿Qué tal la escuela? – preguntó jalando la palanca de cambios mientras seguía conduciendo por la carretera. Habíamos entrado en la hora pico donde todos los coches transitaban por las calles y se hacía un gran alboroto por todos lados.

– Estuvo bien.

– ¿Te has acostumbrado a tus nuevos profesores?

Aparté unos segundos mi mirada del frente para desviarla hacia él. Estaba muy conversador últimamente, parecía estar sumamente interesado en cada mínima cosa que yo hacía, lo que me ponía sumamente nerviosa. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención de un chico, ni siquiera lo había sido de mi padre, por lo que no podía acostumbrarme a que alguien se interesara tanto en lo que a mí me ocurriera.

– Supongo que si. No me han reprendido por no prestar atención en clase porque no tengo con quien distraerme.

– ¿Extrañas a tu amiga?

– No del todo, nos enviamos mensaje cuando la clase esta aburrida, para no perder la costumbre.

Su risa ronca provoca que reafirme mi espalda a la silla del coche en un gesto nervioso. Amir tenía ese tipo de magnetismo provocador que hacía que cada nervio de mi cuerpo se disparara como si estuviesen en una fiesta, cada vez que hacia algo como eso, por lo que carraspee para aclararme la garganta y fingir que él no había tenido ningún efecto en mí.

– Entonces todo va bien – murmuró. 
– Supongo que tus clases no son tan aburridas, ¿no es así? Después de todo estás estudiando lo que te gusta.

Desvíe la mirada hacia la ventana.

– No es así precisamente.

Su mirada se clavo en mí cuando nos detuvimos en un semáforo. Podía sentir la profundidad de sus ojos grises clavándose en mi nuca, provocando que un escalofrío me recorriera esa parte del cuerpo.

– ¿Porqué no es así? – curioseo emprendiendo la marcha nuevamente.

– Porque eso es lo que mi mamá quería que yo estudiara. Quería que ejerciera la misma profesión que ella y que le devolviera todo lo que le quitaron en su tiempo.

– Tú no tienes porque hacer eso – comento molesto. Su semblante tranquilo y superficial cambió a uno más serio.

– No tienes porque devolverle algo, porque tú no le debes nada.

Reí de manera nerviosa.

– Tienes razón, pero de igual forma no es muy importante, si no me hubiese gustado derecho no estuviera a unos meses de terminar la carrera.

Su expresión se ablando.

– Entonces, ¿qué es lo que te hubiese gustado estudiar?

El camino se me estaba haciendo demasiado largo. Amir no había dejado de preguntar acerca de como me sentía desde que subí al coche y eso me hacía sentir de manera extraña.

– Realmente no lo sé, no lo había pensado.

– ¿Qué hay de ti? – pregunté después de un tiempo en el que él procesaba mi respuesta.

– Es mi fuerte, así que no puedo quejarme.

Demasiado narcisismo para mí, pero me estaba acostumbrado.

– ¿Qué hay de las chicas en la escuela, te tratan bien?

Me giré a verlo con las cejas fruncidas y una sonrisa divertida en los labios.

– ¿Qué hay con este interrogatorio?, ¿Estuviste apuntando las preguntas en un cuaderno antes de venir a buscarme?

Amir detuvo el auto justo frente a la casa, esperando que el portón se abriera para permitirnos la entrada mientras sus ojos grises me miraban de manera risueña.

– Quería que te sintieras cómoda.

– Bien. Lograste que sintiera exactamente lo contrario. ¿Nunca habías tratado con una chica antes? – dije lo último a manera de broma pero su rostro serio me dio la respuesta.

– ¿Realmente no lo habías hecho?

– ¿No te lo dije la última vez? No he estado en una relación anteriormente.

Me apresure a seguirlo cuando bajó del auto para comenzar a caminar hacia la casa.

– Pues no puedes culparme por no creerlo. Al menos debiste haber tenido una cita.

Se detuvo justo en el último escalón antes de la entrada, haciendo que yo pudiese estar a la par de él.

– No tengo tiempo para hacer algo como eso.

Reí incrédula.

Me estaba tomando el pelo.

¿Quién en el mundo no había tenido una cita a su edad? Amir es joven, apuesto y rico, ¿Cómo es posible que nadie lo haya invitado a salir?

– No es que no me hayan invitado a salir, es que nunca he aceptado.

Respondió a mi pregunta como si hubiese sido capaz de leer mis pensamientos.

– ¿Y qué hay de salir a fiestas? – curiosee persiguiéndolo hacia la entrada.

– ¿Quieres que confiese en voz alta que no tengo vida social?

Reí sin poder ocultarlo. Él me siguió después, sonriendo tan sinceramente que mi corazón se encogió al verlo reír de esa manera, con sus ojos achicándose ante la sonrisa que invadía todo su rostro.

– Podemos intentarlo justo ahora – solté de repente, sintiéndome torpe de repente al estar frente de una faceta de Amir Cromwell que desconocía, con la que había dejado de discutir y había empezado a simpatizar.

– ¿El qué? – preguntó acercándose a mí, haciendo que su presencia tan cercana se volviera tortuosa. – ¿El tener una cita?

Podía oler a la perfección el aroma de su colonia, la que invadía mis fosas nasales y me hacía perderme del ahora. Podía observar con más precisión el gris de su mirada, aquel gris que cuando me miraba con esa intensidad, se oscurecía tanto que hacía que mi cuerpo entero temblara. Podía ver sus labios varoniles curvándose en una sonrisa encantadora. No podía tenerlo tan cerca. Mi rostro se acaloraba si él se encontraba a centímetros de mi rostro, por lo que retrocedí los escalones que él avanzó, interponiendo aquella distancia que teníamos al inicio.




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