—¡Y ella… solamente dijo eso! —terminó por contar Quiroga, bastante consternado—. ¡Como si no tuviese novio!
Los otro cuatro chicos en el garaje no captaron. Cada uno estaba demasiado ensimismado en su tiempo de práctica en la banda que, cuando Quiroga llegó al garaje, esperó una actitud cargada de revelación. En cambio, sus densos amigos solo se quedaron callados.
—¿Qué no entienden? —preguntó, impaciente.
—¿Que ella necesita lentes? —Lucas preguntó, desde la batería—. Digo- ¿Eugenio? ¿El Genio? Él todavía necesita ayuda para sacarse los mocos.
—No sería raro de que Joaquín detestase a Eugenio por eso —meditó Sebastián, quien jugaba desde el sofá con su guitarra acústica. Los demás le dieron la razón—. Digo- si mi novia tiene un amor platónico por él, yo también estaría molesto con Eugenio si es que ella lo quisiera.
—La diferencia es que tú no tienes novia —le recordó Lucas.
—Tendría una en una sociedad ideal.
—Y esto sigue sin ser culpa de Eugenio —razonó Manchester, tras retomar el tema—. Es de esa chica.
—¿Y si Joaquín no piensa eso? —Lucas miró a Quiroga, corroborativo. Quiroga, para darle la razón, asintió, lo que hizo a Lucas entrar en pánico—. Oh, no. Joaquín no piensa eso. Se lo dirá a sus amigos, y- y nos acosarán más. Mucho más. Ya no será solo los casilleros o el baño- será mi cabello, ¡o Freddy! ¡Freddy! —Lucas buscó por el garaje—. ¡¿Dónde estás?!
—Cálmate, que se quedó en la casa —atajó Manchester—. La alergia lo está matando, así que nuestra abue le dio un remedio fuerte para curarlo.
—¡O eso te dijeron!
—El problema no es eso —aclaró Sebastián, retomando el tema—. El problema creo que está más vinculado con la forma en la que Eugenio sobrellevó la situación. Él es…
—Raro —completó el resto.
—Y esta es una situación…
—Rara.
Claro, porque la banda recordaba cómo Eugenio sacaba el tema de Joaquín defendiéndolo aquel día cada vez que podía.
—Esto será caótico —sentenció Quiroga.
—Le preguntaré a Thalía sobre el chisme —informó Lucas—. Digo, ¿qué tiene de lindo Eugenio? Yo soy más lindo.
—Discrepo —contestaron todos.
Antes de que Manchester quisiese agregar algo, el silencio sopesó ante las voces provenientes de la calle. La banda se dispersó en distintos lares del garaje para pasar lo más desapercibido posible y no impresionarse cuando, junto a Eugenio, Joaquín Herrera lo acompañaba con las compras.
—¡He llegado! —saludó Eugenio—. ¡Y con cola!
Tímido, Joaquín hizo un ademán con su cabeza. —Hola.
Se podía decir que Joaquín vivía dos emociones absurdas en ese momento.
La primera, estaba asombrado por el ingreso económico de los padres de Eugenio. Mientras que el garaje estaba en el primer piso, la entrada de la casa se encontraba en altura, con una escalera de cemento que daba para el primer piso de la puerta principal, donde tenía a su lado colgado un llamativo cartel de la clínica dental junto a su número de contacto. Además, al otro lado del garaje, tenía una escalera que daba hacia el segundo piso, sobre el garaje, cuya entrada estaba cerrada con un gran candado; Joaquín no tenia idea hacia dónde iba esa escalera.
La segunda era nerviosismo; las amigas de su novia eran una cosa- banales, tranquilas e inofensivas. ¿Pero ellos, los amigos de Eugenio? Por dios, Joaquín había escuchado distintos cuentos de terror de cada uno de ellos que los hacía conflictuarse en la creencia de que le harían algo solo con el fin de querer vengarse de sus amigos.
Algunos le intimidaban por su físico, y otro por su semblante. De los seis presentes, al menos dos tenían el físico para romperle los huesos; dos para pesquisar todas sus inseguridades; uno capaz de venderlo con los narcotraficantes del otro pueblo; y el sexto era Eugenio.
«Si los chicos se enteran que estuve acá, probablemente me matan», pensó, aunque solo se agració porque tampoco sintió importarle mucho.
—Él es Joaquín, aunque creo que lo conocemos —presentó Eugenio.
—Hola, Joaquín —corearon los cinco.
Joaquín agitó su mano, nervioso, y veía el quehacer de cada uno de sus potenciales asesinos. No obstante, su vista se vio atrapada por la guitarra eléctrica que descansaba en su podio, intocable ante el resto, al ser una fina copia de la Red Special de Bryan May, guitarrista de Queen. Quiso preguntar por ella, pero solo se dirigió hacia Eugenio.
—Me voy —anunció—. ¿Dónde te dejo las cosas?
Eugenio tomó todas las bolsas y se despidieron cordialmente junto al resto de la banda. Esperaron un par de segundos para asegurarse de que Joaquín estaba a una distancia prudente y, sin saber cómo empezar, Manchester abrió la boca.
—Eugenio, la novia de Joaquín-
La baqueta de Lucas se resbaló accidentalmente contra su rostro.
—¡Ay!
—Iré a dejar las cosas a la cocina —Eugenio anunció, ignorando por completo la situación. Era cosa de ellos.
Cuando Eugenio entró a su casa, los cinco volvieron a reunirse en el centro.