Señor Optimista

4. Eugenio no tiene buenas ideas

Seven con treinta —dijo el Gringo, con su vista en el reloj de muñeca—. ¿Vendrá?

—Tiene qué, es su casa —contestó Sebastián.

—Apuesto a que Joaquín lo ahorcó con el cable del teléfono y lo arrojó al río Nahuel —opinó Quiroga, sin apartar la vista del libro de fantasía.

—¿Tendremos que comprobar si es que está vivo —consultó Lucas, mientras limpiaba su batería. El resto de los chicos lo miró feo—. ¡Pero si fue Quiroga quien lo mató!

—Hay que tener fe de que todo salió bien —calmó Manchester, sin apartar la vista de las partituras originales de guitarra de una canción que Eugenio pidió arreglo—. Es El Genio, puede ser agradable cuando quiere.

—Lo conocemos desde que se tiraba gases- obvio que es agradable para ti —Freddy habló por primera vez en toda la tarde, mientras dejaba intencionalmente cenizas del cigarro que Quiroga le había ofrecido sobre las hojas de Manchester.

—Oye, ¿quién te dio permiso para fumar? —cuestionó Manchester, horrorizado—. Te voy a acusar con nuestra madre.

Freddy encogió sus ojos hacia su hermanastro, pero apagó el cigarro con la suela de su zapatilla.

—Él fue a la boca del lobo —le dijo Lucas—. Imagina que tu novia guste de otro, y lo mejor que puedes hacer es invitarlo a estudiar a tu casa. ¡¿Alguien sabe cómo termina todo esto?!

—Asesinato —sentenció el grupo.

—No deberíamos tomarlo tan en serio —Manchester bajó la intensidad del lugar.

Quiroga terminó por levantarse del sofá e ir hacia la guitarra de Eugenio: Cessi. —¿Y si tocamos algo, mejor?

—¿Qué cosa?

Seba’s mom.

↺ |◁ II ▷| ♡

—Perdón, era María Jesús —se disculpó Joaquín una vez que regresó a la habitación; vio como Eugenio estaba apoyado en el respaldo de la cama de él mientras parecía anotar algunas cosas en su cuaderno—. ¿Quieres algo para beber?

—Un té —pidió con sutileza. Joaquín asintió y salió nuevamente de la habitación—. ¡Por favor! —agregó, apresurado. Aunque no fue escuchado.

Joaquín bajó las escaleras con cuidado. Pasó tras la sala de estar para contemplar un poco cómo su madre era abducida por el televisor; fue a la cocina para poner a hervir el agua y preparar las tazas de té. Luego, caminó despacio hacia su madre para tocarle el hombro y llamar su atención.

—Mamá —llamó—, estoy hirviendo agua, ¿quieres algo?

—Un té, cariño —respondió ella, Melanie. Joaquín asintió y se giró con la intención de volver a la cocina, pero la voz de su madre lo detuvo—. ¿El chico sigue en la casa?

—Sí… —dijo, un poco apenado—, pero ya vamos a terminar.

—Me parece bien. No quiero que se vaya tarde —advirtió ella. Joaquín volvió a girar para dirigirse a la cocina, pero fue detenido una vez más—. Se ve sano el chico. Deberías seguir su ejemplo.

—Yo también estoy saludable, mamá.

—No te puedes comparar con él, cielo —recordó con el mismo tono de templanza—. He estado haciendo memoria- las madres han hablado mucho de este muchachito en las reuniones de padres y maestros, dicen que es el mejor de su generación. ¿Ha sido él del que te he estado hablando?

Joaquín asintió a complacencia de su madre.

—Que bueno que te esté dando clases —terminó por decir Melanie, antes de sumirse de nuevo a su televisor.

En ese tiempo que estuvo con Eugenio había podido reconocer una simpatía sincera. No era el egocéntrico que algunos decían, o el mujeriego que otros proponían (de hecho, en toda su conversación no nombró a ninguna chica), e incluso, los rumores que decían de él y su grupo era algo que no le cabía en la cabeza.

De hecho, Eugenio era agradable. Casi ajeno a los comentarios de ser el chico que había atacado al profesor de deportes hace años atrás.

Eso le hizo sentir hasta avergonzado. Desde hace más tiempo de lo que pensaba siempre tuvo algún tipo de rencor hacia él- tal vez no directamente porque nunca encajó la imagen del chico con el nombre, pero desde el año anterior Joaquín tuvo la presencia de El Genio Rodríguez en su casa, y que él era todo lo que tenía que llegar a ser.

Entonces, volvió a caer en cuenta en algo obvio mientras preparaba las tazas de té.

Si Eugenio era un super genio, ¿por qué le había pedido ayuda?

Joaquín ya se había vengado en su parte; explicar mal la materia de silogismo para que al fin a Eugenio lograra confesar lo que estaba planeando. Sin embargo, parecía que todo había sido un malentendido y que tal vez, tal vez, Eugenio sí necesitaba ayuda.

Joaquín suspiró mientras echaba endulzante al té. Era un idiota.

«Debería disculparme —pensó—. Eugenio ha intentado ser amable conmigo toda la tarde y yo le he estado explicando mal…»

Le dejó el té a su madre y subió las otras dos tazas más por las escaleras. Entró a la habitación sigilosamente para ver a Eugenio contemplar una de las fotografías que él tenía en su mesa de noche.

Específicamente, la misma fotografía instantánea que estuvo viendo anteriormente. De él y María Jesús.




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