—´Morning.
Eugenio despertó de su ensoñación ante la delirante voz de Joaquín. La fuerte música de Zoo Station de U2 lo dejó ligeramente descolocado, y debió de recordarse que se encontraba en la mitad del pasillo cuando algo tibio chocó con su chaqueta verde.
—¿Eh?
Joaquín estaba a su lado derecho, también apoyado en los casilleros del pasillo de la escuela, junto a una sonrisa agraciada que permitió hacer presión en el termo.
—Es un energizante natural —explicó Joaquín cuando Eugenio sostuvo el termo—. Me siento culpable de que lleves semanas sin dormir bien, así que, bueno, te traigo esto. Un regalo.
—¿Regalo el energizante o el termo? —preguntó Eugenio.
—El termo, imbécil.
Oh, ese detalle no lo esperaba. Era bonito, de buen material y notaba que era de segunda mano. Aun cuando tomó el termo para darle un trago, la calidez en su estómago se mantuvo, aunque fuese desde adentro.
—No tenías por qué —contestó Eugenio entre tragos—. No he tenido problemas de sueño. ¿Qué te crees? Oh-oh, ¿por qué el chupacabras me habla?
Joaquín movió sus cejas, sarcástico. —Jesús me comentó que has estado cabeceando en las últimas clases, y yo no puedo permitir eso. —Eugenio dio otro trago, así que, Joaquín sonrió, orgulloso—. Lo hice yo.
—Sabe a vómito.
—Debe ser el limón. Contiene jengibre, hierba mate, limón, y un cuesco de palta. No solo sirve como energizante natural, sino también para los resfríos, las náuseas, ansiedad, pensamientos suicidas y-
—¿Pensamientos suicidas? Pero si son mi parte favorita del día.
—¡Los de mis días igual!
Y los dos soltaron un sarcástico «¡Ih!» antes de callarse en el cansancio.
—Okey, me voy a mi sala —informó Joaquín.
—Oye —Eugenio miró para ambos lados antes de ver a Joaquín—. ¿No vienes con Jesús?
En vez de contestarle, Joaquín hizo una mueca que lo dejó descolocado. Casi al instante apareció por la oficina uno de los amigos de Joaquín: Nacho, y este lo rodeó con su brazo para llevárselo de ahí, donde Eugenio le perdió de vista gracias al mar de estudiantes que paseaba en ese instante.
Cansado, decidió desplazarse por el casillero y caer al suelo. Si seguía teniendo la misma rutina asquerosa del sueño que llevaba las últimas tres semanas, probablemente moriría por delirios de insomnio. Aunque el termo estuviese caliente, Eugenio no evitó abrazarlo y recostarse en el pasillo con un gemido lastimero. ¿Cuál era la razón por la que hacía todo eso?
«Porque Joaquín me lo pidió, y yo lo compenso porque bromeé con que su novia gusta de mí», se recordó Eugenio. No obstante, recordó a Quiroga y sus orejas se enrojecieron.
«Y porque quería hacer un plan donde Joaquín y Jesús se separaban, porque ella supuestamente está enamorada de mí».
Eugenio se restregó sus ojos. Ni siquiera era un buen plan, y tampoco lo estaba llevando a cabo, pero pasar demasiado tiempo con Joaquín las últimas semanas lo estaba dejando mal- es decir, entre que él pasara sus tardes con ellos en los ensayos de la banda para el Festival Navideño, y luego las noches juntos para repasar una y otra vez los temas tocados durante el año era agotador. No obstante, el cansancio no parecía coincidir con el desánimo, porque mientras más se amistaba con Joaquín, más se cuestionaba su propio vínculo con María Jesús.
Le dijo a Quiroga que gustaba de María Jesús, y ahora le ayudaba al novio llavero cumplir sus sueños. ¿Quién lo entendía?
¿En verdad le gustaba María Jesús?
Casi como por un acto invocador, segundos más tardes en los que Eugenio se recostó apareció María Jesús. Un poco vacilante, Eugenio la vio sentarse frente a él con un resoplido.
—¿Sigues con sueño? —preguntó ella, aunque su tono de voz delatara molestia.
—Más o menos.
—¿Y eso te lo dio Joaco?
—Uh- sí. ¿Quieres un poco?
—Olvídalo.
Ambos se quedaron en silencio. Sin contar a Joaquín, María Jesús pareciera ser la única persona de la escuela que no temía interactuar con Eugenio a la vista de todos, porque a pesar de que él consideraba que no era la gran cosa, las miradas despectivas e inclusive peyorativas de las demás personas caían en ellos como si María Jesús fuese la siguiente víctima del equipo de fútbol.
Era extraño. María Jesús tenía su ceño fruncido y su mirada pegada en el suelo como si el interés estuviera ahí. ¿Qué demonios le pasaba?
—Eh… —Eugenio se sentó correctamente—. ¿Todo bien?
Y pareció desatar una bomba, porque cuando María Jesús alzó su mirada y sus ojos llorosos se conectaron, ella se lanzó sobre el regazo de Eugenio.
—¡No! —chilló ella.
Eugenio quiso desaparecer en ese instante. Distintos estudiantes modificaron sus miradas peyorativas a unas demasiadas furtivas y sugerentes en correlación de María Jesús, quien escaló de su regazo hacia su hombro y se dejó llorar de manera descontrolada en ese lugar. Eugenio, asustado por el abrupto cambio, solo pudo palmear su cabeza y su espalda como señal de consuelo. Eso debía de calmar a las chicas, ¿no? ¿Qué mierda sabía él de consolar chicas?