―¿Entonces no piensas contarme como te fue esa noche? ―me increpa Gianna mientras hablamos por teléfono.
Es mi compañera de clases y mejor amiga. Lleva dos semanas preguntándome eso y es el mismo tiempo que ha pasado desde que tuve la osadía de esa noche; sin embargo, lo hice por una causa mayor.
―Te dije que no me preguntaras más sobre el asunto. Intento olvidarlo, pero no me ayudas.
―Lo sé, pero ya me conoces, me da curiosidad saber quién fue tu cliente.
«Mi primer y único cliente», me digo intentando no recordarlo nunca más.
Tuve razones para hacerlo y no pienso volver a repetirlo. La idea fue de una amiga de Gia que trabaja en eso y la paga es demasiado buena. Solo lo hice porque necesitaba el dinero, me recuerdo mirando alrededor de la bodega del negocio que con tanto sacrificio sacó adelante mamá luego de la muerte de papá.
―Solo lo hice porque necesitaba el dinero, y no ocurrirá otra vez, así que ayúdame a echarle tierra y ni se te ocurra mencionarlo frente a mi hermana o mamá, ya sabes que me inventé una buena excusa para que no se enteren de que me lo gané vendiéndole mi cuerpo y mi dignidad a un imbécil millonario ―expongo enfadada y Gia se echa a reír al otro lado―, ¡basta! ―le reprendo y ella no me hace caso.
―Tonta, solo haces que aumente mi curiosidad.
―¡Te odio Gia! ―exclamo enojada.
Es mi mejor amiga, pero a veces es una pesada. La puerta de la bodega se abre y es mi hermana mayor Margaret.
―Maddie, deja de perder el tiempo y ven a ayudarme ―llama exasperada.
Pongo los ojos en blanco.
―Te hablo mañana ―digo a Gia y le cuelgo―. Sí, sí, ya voy ―digo dejando mi teléfono en el sofá que estaba sentada para ayudarla con la caja que trae cargando.
―¿Qué es? ―pregunto por qué viene sellada.
―Son las muestras del nuevo juguete para la tienda, así que ten cuidado y no los tires ―me advierte.
―Y tú también ―le digo señalando la panza que ya se le ve de su tercer hijo―, ¿has pensado detenerte con esa producción? No creo que pueda consentir a tantos sobrinos ―pregunto y ella hace una sarcástica mueca.
Me rio de ella.
―¿Y tú cuando piensas empezar a comportarte? Si es que deseas ser algún día una madre confiable.
―Olvídalo ―bufo con espanto―, yo no pienso tener hijos.
―¿En serio Maddie? ―pregunta con cara de cautela.
―Sí ―contesto sacándole la lengua.
―Mamá estará muy decepcionada.
―Oh, créeme, la maternidad ya tiene a sus escogidas y yo no soy una de ellas. En cambio, tú sí.
―Muy graciosa tu filosofía, pero eso es porque aún no encuentras al que será el padre de tus hijos, pero si sigues viviendo así y saliendo con vagabundos, no hallarás a nadie decente.
Margaret me hace fruncir el ceño.
―Te dije que lo dejaras, soy demasiado joven para pensar en ello ―mascullo meditando para mis adentros que eso es lo que ella cree, y la verdad es que solo son chicos que he conocido en la universidad y con los que paso el tiempo.
Lo cierto es que quizás pensé que lo había encontrado y me arrepiento de haberlo pensado, además que es del tipo que más odio y espero nunca volver a tropezarme con él en mi vida.
―¿Qué te parecen? ―pregunta luego de abrir la caja que contiene mordedores para estimular las encías de los bebés.
Lo cierto es que mi padre era dueño de una tienda de ropa, accesorios y juguetes para bebés. Él murió hace diez años y desde ese momento mi madre se hizo cargo del negocio sacándolo adelante hasta mantenerlo hoy; pero hace dos años lo dejó en manos de mi hermana y ella se empeña en que yo también aprenda.
No es la clase de negocios que me gustaría dirigir en mi vida; pero como no tengo intenciones de ponerme a la pelea ni con ella o con mamá, vengo aquí luego de mis clases. Su objetivo es que aprenda el manejo, sin embargo, ella lo hace tan bien que no creo que sea necesario. Además, mamá estaría más tranquila si queda en sus manos y yo no tengo intención de pelear por ello.
No es un negocio muy grande, pero con el tiempo se ha hecho un nombre y se ha convertido en un referente exclusivo para comprar todo lo que necesitan los bebés. En ese punto nos va bien; sin embargo, hubo un momento de crisis cuando se desató la pandemia y cuando acabó tuvo un déficit de caja que casi les obliga a cerrarla.
Es cierto que no planeo ocuparme del negocio, pero tampoco quiero que ellas pierdan el legado de papá. Es por eso por lo que tuve que hacer aquello para saldar lo que aún se debía y que estaba volviendo loca a mamá.
Por suerte, ahora todo marcha mucho mejor y ya pueden adquirir mercancía nueva.
―¿Qué opinas? ―pregunta, sacándolos todos uno a uno y exponiéndolos sobre la mesa.
―No lo sé, tú eres la que sabes cómo se usan esas cosas.
―Vamos, Maddie, sabes que es probable que debas ser tú quien haga las pruebas, así que esfuérzate en conocer el manejo de cada objeto de la tienda.