Vaya, mi hermana tenía razón cuando estalló de felicidad diciendo que era una venta extraordinaria y que. No hay modo de que piense otra cosa desde que tomamos la avenida de los dos ríos, conocida por ser una zona donde vive gente muy rica. Debido a ello no es muy concurrida y eso lo descubrimos el ayudante y yo cuando pasamos la caseta de vigilancia privada de la zona.
Mientras avanzamos, nos vamos fijando en cuál de las mansiones es. No hay muchas y son propiedades muy grandes. Podría construir dos casas del tamaño de la de mi madre en una de ellas, y sobraría espacio. Y ni que decir de mi dormitorio de estudiante.
―Es aquí, señorita, la mansión Hawthorne ―anuncia Ralp, es quien se encargará de bajar las cajas.
Detiene la furgoneta y yo reviso en mi libreta que la dirección coincide. Como ya lo había apreciado, la propiedad es enorme, y la casa, tras las altas rejas, imponente. No es de extrañar, puesto que quien hizo el pedido pidió de todo y es la razón por la que tuviéramos que venir en la furgoneta de entregas.
Ralf se anuncia en la pantalla de entrada y habla con alguien desde dentro. Solo después de que verifica quiénes somos y tomarle una foto a la matrícula, nos dejan entrar. Una vez dentro, estacionamos en el lugar que nos indican dos hombres, que por sus vestimentas es obvio que son de la seguridad. Estos hacen una nueva verificación, revisan que no tenemos nada de armas y nos quitan los documentos y teléfonos.
―¿Madison Garner? ―pregunta uno de ellos con mi credencial en la mano.
―Soy yo ―respondo.
―Sígame, el señor Sawyer quiere hablar con usted.
―De acuerdo, pero que hay de la mercancía.
―Será llevada dentro.
―¿Y mi ayudante?
―Debe quedarse aquí.
―Pero…
―Dijeron que enviarían a una persona especializada ―enuncia el hombre y yo refunfuño porque todavía no soy tal cosa.
Por eso, traje a Ralp. El hombre me mira indulgente.
―Está bien, vamos ―respondo mirando con desasosiego a mi ayudante―, espérame aquí.
―¿Está segura de que puede hacerlo? ―me pregunta con cara de preocupación.
«Eso espero o mi hermana me ahorcará», medito para mis adentros asintiéndole. Sin embargo, no pensé que fuera a salir de este modo. Se supone que solo vendríamos, entregaríamos las cosas y Ralp se encargaría de aclarar las dudas sobre manejo y funcionamiento, y ha salido todo lo contrario.
Aunque, ¿Qué difícil es maniobrar objetos de bebés? Es lo que pienso mientras camino con el hombre al interior de la mansión, luego me recuerdo que se trata preciso de la bebé que fue noticia por el fallecimiento de sus padres y como se salvó de milagro su hija pequeña.
Supongo que debido a ello hay tanta seguridad. Después de atravesar el elegante vestíbulo de entrada, tomamos un pasillo hasta llegar a una habitación en la primera planta. Según me fijé, tiene tres.
―Espere aquí, el señor Sawyer vendrá en un momento ―anuncia y se marcha cerrando la puerta.
Eso me causa gracia porque difiere mucho de lo que en verdad vine a hacer aquí. Mientras espero, me quedo de pie, aunque hay una bonita y elegante sala con cómodos sillones donde podría esperar, pero lo cierto es que no deseo quedarme mucho tiempo aquí, y menos a conversar.
Un rato después la puerta se abre y me vuelvo hacia ella. Me quedo un poco sorprendida al ver que ese hombre es igualito al que me encontrara esa noche en el bar del hotel donde me citara con aquel detestable tipo. Sí, el sexo fue increíble, pero eso no le quita lo imbécil.
De todos modos, esto no estaba en mis planes porque después de eso, no planeaba nunca encontrarme de nuevo con ninguno de los dos.
―¿Madison Garner? ―pregunta y yo pongo los ojos en blanco.
―Sí ―mascullo.
―¿Es tu nombre real?
Pongo los ojos en blanco.
―¿Supongo que no vale de nada decir que me está confundiendo con otra persona?
―No, solo quiero constatar que no está suplantando una identidad para poderse meter aquí. Sí, lo recuerda bien, eso no era parte del contrato.
Este hombre me hace refunfuñar.
―Lo tengo claro, pero no imaginé que hicieran un pedido preciso a la tienda de mi familia y se diera la coincidencia de que mi hermana no podía venir ―expongo molesta. Él se queda mirándome como un sabueso―. Si es lo que está pensando, olvídelo, no me interesa chantajear a nadie ―añado ofuscada.
El hombre suspira.
―Puedo entenderlo, ya verificamos que es cierto, pero, no creo que mi jefe pueda hacerlo del mismo modo. Es por así decir, perfeccionista y si algo se sale de control.
―¿Lo elimina? ―pregunto añadiendo a sus palabras.
El hombre ríe.
―No creo que llegue a esos extremos, pero que quede claro que no lo tolerará.
―¡Bien! ―exclamo irritada―, lo único que quiero es terminar con esto e irme a casa, ¿puede ayudarme con ello? Porque mientras hablamos aquí perdemos algo de tiempo.