Señor perfección✓

10. Señor y señorita problemas

Por suerte llevo dinero en la cartera además de mi identificación y mi teléfono, que fueron lo único que pude meter en la elegante y cara cartera que me compara Daine para esta ocasión, aunque en realidad todo lo que llevo encima es caro; y lo cierto es que espero que me alcance para pagar el gasto de la carrera, teniendo en cuenta hasta donde vamos. Ambos, Daine y el señor perfecto Evan, deben estar enojados conmigo, pero debo admitir que el enojo del segundo ha hecho que me libere de forma natural y folclórica del primero.

¡Qué diantres!

Mamá tiene razón, hasta este momento siempre había cedido a los impulsos egoístas de mi amigo,  y ni yo misma entendía por qué seguía atada a eso sí, al fin y al cabo, el mismo siempre me deja claro que no hay una oportunidad, matando de tajo mis ilusiones.

―¿Puede indicarme a donde nos dirigimos? ―el conductor pregunta trayéndome a la realidad y lo que eso significa.

Porque sin querer me he metido en problemas con el señor gruñón.

¡Cielos!

Aunque tengo que confesar que lo prefiero a pesar de que he dicho que no esperaba encontrármelo nunca más en mi vida. Supongo que decir eso fue como echarte una maldición encima porque fue lo que exactamente sucedió y por más ironías de la vida, ahora debo trabajar como niñera para él.

¡Me lleva!

Exhalo profundo para calmarme y luego de buscar la dirección que usara para ir en la mañana con Ralp, se la dicto al hombre.

―¿Está segura de que esa es la dirección? ―pregunta.

―Sí, claro, ¿hay algún problema? ―indago sobre su cuestión.

―Bueno, señorita, esa no es una zona a la que se pueda entrar con tanta libertad ―contesta el hombre.

Le hallo razón porque debido al suceso que vivió su sobrina y del cual fue noticia, su vida debe ser complicada y restringida; sin embargo, no ha tenido ningún problema en decirme que tome un taxi y me dirija rápido hacia allá.

―No se preocupe, tengo permiso para entrar allí ―digo al hombre con una sonrisa y este me mira algo renuente luego de repararme como si no me hubiera visto bien antes.

¡Qué carajos!

No dudo que piense que voy a hacer algún tipo de servicio nocturno. Tal parece que aceptar hacer aquello me ayudó a saldar un problema, pero me trajo otro más insoportable.

―Esperemos que sí, porque de lo contrario la dejaré en la entrada principal y tendrá que caminar ―aduce el hombre.

Eso me causa gracia, «pero no creo que vaya a pasar», me digo; sin embargo, eso es lo de menos, medito observando la ropa que llevo puesta y que dista mucho de lo que usaría una niñera.

¡Ni al caso!

Ha sido él quien me ha hecho venir así.

El viaje es un poco largo, así que trato de relajar mis pensamientos mientras llegamos, aunque es imposible cuando mi teléfono no deja de sonar con las llamadas insistentes de Daine. Quiero apagarlo porque no quiero hablar con él, pero no lo hago porque ese gruñón podría estar llamándome.

Por fin llegamos a la entrada principal de la zona residencial, y allí, como supusiera el conductor, no le dejan pasar. No ocurrió así en la mañana porque teníamos una orden de entrada autorizada por él, y dada la hora me toca darle la razón al hombre, por lo que le pido que estacione a un lado de la entrada para bajarme y mientras le pago quedándome sin dinero por el costo de la tarifa, el taxista me mira con cara de: “se lo dije”.

Quiero sacarle el dedo, pero me contengo como con Evan, y solo le sonrío, pero lo hago cuando se pone en marcha y ya no me ve. Suspiro hondo acercándome a la taquilla de la vigilancia porque lo que tengo que hacer es pedir que se comuniquen con la residencia Hawthorne y avisar que estoy aquí.

Miro mis pies con pesar porque el trayecto hasta allá es largo y no llevo zapatos aptos para caminar largos trechos. Eso me hace maldecir a ese hombre, pero me detengo de hacerlo cuando la puerta se abre y ese Carl viene en mi dirección.

―Buenas noches, señorita Garner ―hace un saludo bastante seco―, sígame ―añade y sin decir nada más da la vuelta para ir hasta un auto.

Me apresuro y voy casi que trastabillando tras él. La verdad es que no voy a ponerme de digna si me ahorra la larga caminata, además que está haciendo frío y no traigo saco.

―¿No me diga que trabaja veinticuatro horas para ese ogro gruñón? ―pregunto con bastante sarcasmo cuando nos acercamos al vehículo.

Él apenas y hace una mueca juntando sus cejas, sosteniendo la manija de la puerta de atrás y abriéndola.

―Yo no le llamaría de esa forma, si es quien incumple un acuerdo ―dice con expresión acusatoria, y es obvio que esté de su lado.

Sin embargo, me detengo de replicar porque quien está sentado allí, es preciso ese ogro gruñón.

Evan Hawthorne.

De inmediato le muestro todos mis dientes fingiendo una sonrisa.

―No pierda el tiempo mostrándose amigable y suba ―ordena.

Me subo refunfuñando para no admitir que dentro se siente un calor reconfortante, y muy sorprendida de que haya venido el mismo a recogerme en la entrada. Mejor no me hago ideas porque de seguro era para constatar que si iba a venir.




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