Señor perfección✓

11. Una rara tensión

Evan

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¡Qué coños me está pasando!

¿Por qué me estoy excitando con esa chiquilla respondona?

Hasta el punto en que he tenido que salir casi que corriendo del auto solo para no seguir recordando aquella noche. Carl tenía razón cuando dijo que se encargaría de todo, y no tenía por qué ir a recogerla yo mismo; pero es que simplemente me sentí enojado cuando escuché la voz de ese hombre a su lado y tenía que constatar que estuviera aquí como se lo ordené.

¡Qué demonios!

Quizás ella tiene razón y es una muy mala idea contratarla, así sea de forma temporal. Y tal vez mi obstinación solo se debe a que sigo sin poder sacármela de la cabeza. Debería detenerme ahora, además de que estoy claro en que ella tiene razón, lo es; sin embargo, no puedo evitar sentirme molesto y posesivo como hacía mucho tiempo no me sentía con una mujer.

Luego de la traición de Danna, todo en cuanto a las relaciones se volvió un problema para mí. Fueron dos años en los que me resistí a creer que me había dejado por un hombre que apenas conoció una noche, luego de tres años de una relación en la que estaba dispuesto a dar todo. Y fue por eso por lo que, después de tanto darme de látigos, determiné que lo único que daría por una mujer, era dinero para pagar sus servicios. Solo eso, sin ningún tipo de acercamiento, no obstante, tuvo que parecer ella revolviendo el placer con la culpa.

Me enojo más al recordar la ropa que llevaba puesta y que todavía tiene la cara para decirme que no estaba haciendo lo mismo con otro.

¡Qué mierda!

Mientras Carl se encarga de llevarla a una habitación, le doy un vistazo por el monitor a Sarah. Por fortuna estuvo bien el resto del día, pero solo porque lograron mantenerla tranquila y la mayor parte del tiempo se la pasó durmiendo. No obstante, esa no es la forma en que quiero criarla. Quiero que se sienta bien y sonría como lo hacía Loise.

Sin embargo, como es que estoy pensando en siquiera dejar este tierno tesoro en manos de esa chica. Me preguntó si esto estuviera pasando si no hubiera ocurrido el accidente. Suspiro hondo, porque es una pregunta que no tendrá respuesta, porque no hay manera de echar el tiempo atrás.

Me dejo ir hacia atrás, recargando mi espalda sobre el respaldar de la silla, suspirando con fuerza, meditando en que otra vez llevaba tacones demasiado altos cuando parece no saber controlarlos.

¿Tendrá alguna razón para esforzarse tanto por verse de esa forma?

Tocan la puerta justo cuando estoy en medio de esa extraña meditación.

«¡Y a mí que me importa!», mascullo en mi mente antes de darle la orden a Carl de que entre.

―¿Y bien? ―le pregunto por qué me mira bastante renuente.

―¿Un trago? ―ofrece yendo hacia el bar―. No te hagas el duro que sé que lo necesitas.

―Solo uno ―digo, porque qué la verdad es que sí, necesito uno fuerte, porque pensar en ella solo me revuelve las hormonas como si fuera un adolescente, que sea fuerte ―añado y ese bribón se ríe.

Espero a que lo sirva y lo trae junto con el suyo.

―Ella tiene razón ―dice sentándose en la silla del frente del escritorio.

―¿En qué?

―¿Por qué demonios trabajo para ti veinticuatro horas? ―lanza haciendo que ría a desgano porque también escuché cuando lo dijo esa descarada.

―Será porque te pago demasiado bien ―repongo tomando un sorbo de vodka, helado.

Se siente fuerte cuando baja por mi garganta, pero trae un buen efecto.

―Sí, supongo que es eso ―aduce Carl―, pero también, que hay otra razón más para que insistas en tenerla aquí ―añade bastante astuto.

Admito que, si hay alguien que me conoce demasiado bien, es él. Esa es la razón por la que lleve trabajando conmigo tanto tiempo. Carl es más confiable que cualquier mujer y hablando de ello.

―¿Cuándo piensas confesármelo? ―inquiero y él se bebe todo el contenido de su trago poniéndose en pie.

―Antes de que te quejes por haber sido abordado por Danna, debo decirte que era lo mejor.

―Tu sentido del humor sí que es mejor que él mío ―emito y luego me espanto porque eso es algo que me diría esa respondona.

Sacudo mi cabeza.

―Sabes que no lo hice de mala fe, y esa mujer parece que se ha fijado una meta y es reconquistarlo, ¿le temes a ello? ―comenta y yo me río.

―¿Temerle? ¿A esa mujer?

―Sí, no es así, creo que ya puedes manejar la situación, a menos…

―¿A menos qué? ―le increpo con molestia porque sé que es lo que va a decir y aunque no me gusta siempre quiero escucharlo, allí radica la eficiencia de Carl.

―Que aún crea que puede hacerle caer a sus pies otra vez ―añade y yo me río.

―Buen chiste, Carl.

―No necesita una advertencia, pero no baje la guardia con esa mujer.

―¿Por qué lo haría?




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