Señor perfección✓

12. Un bocado nocturno

¿Qué fue eso?

Me recuesto sobre la puerta tratando de calmar mi respiración, sacudiendo mi cabeza de un lado a otro mientras llevo la mano a mi pecho que sigue subiendo y bajando y mi corazón late a mil. Este hombre hará que me dé algo, me digo tratando de sosegarme porque sé que lo que ha dicho lo ha hecho a propósito.

¿Pero quién lo entiende?

Luego miro la ropa que traigo puesta y solo puedo suspirar hondo; sin embargo, es lo que me consiguió ese Carl para dormir. Me dijo que era un préstamo del ama de llaves, la señora Velma. Sin embargo, aunque es solo un camisón sin gracia, ¿por qué parecía comerme con la mirada?

¡No!

Debe ser una broma. Sacudo mi cabeza para no pensar de nuevo en ese imbécil que parece que no sabe lo que quiere en su vida y me acerco a la bebé. Solo hay una pequeña lámpara encendida, pero seguro es para no dejar la habitación en penumbras y que ella se asuste si se llega a despertar.

Por suerte está dormida y sigue profunda. No sé con qué motivos me dijo ese Carl que viniera a verla, si está bien. Me quedo un rato mirando sus largas pestañas que lucen mejor que las mías, y su piel de mármol blanco delicado.

Suspiro meditando que ella no tiene la culpa de quedar en manos de un hombre tan loco y molesto como su tío, el gruñón; sin embargo, parece que ella es la única que puede ablandarle, sobre todo si es capaz de conseguirle a toda costa una niñera como yo.

Me río por dentro porque aún sigo sin creer que pueda hacer esto. Le doy un último vistazo y salgo de allí. Abro la puerta con cuidado, primero para no despertar a la pequeña y segundo por si ese animal sigue por allí rondando. Por suerte no está, así que corro a la habitación en la que me dejara ese Carl y que ocuparé el tiempo que permanezca cuidando de Sarah.

Es bastante grande, como la del tamaño de la niña, y la cama ni se diga, como de una reina. El lugar en el que vivo con Gia… es más… pequeño…

¡Mierda!

Busco rápido la cartera y saco el teléfono, no lo he revisado porque una vez me deshice de esa ropa y me puse el grueso camisón rosa, fui directo a hacer lo que me pidiera. Asumí que no me encontraría con ese troglodita por el resto de la noche, pero me equivoqué, por lo que fue una sorpresa encontrármele en el pasillo. Me asusta un poco con lo que hace después. Diantres, aún puedo sentir el fuerte olor a trago en su respiración impregnando mi cara. Debió ser porque estaba bebiendo que dijo esa locura.

Me sacudo de nuevo y tomo el teléfono, porque en efecto no solo tengo un importante número de llamadas de Daine, sino de Gia. Me tiro en la confortable cama y miro la hora, son casi las nueve, y aunque alcancé a comer un bocadillo, tengo hambre.

No le doy y le llamo, porque sé que espera que lo haga.

―¿Maddie dónde andas metida? Me tienes preocupada.

―Lo siento, iba a llamarte para decirte que no iré a casa esta noche, pero me enredé un poco y se me pasó.

―Vaya detalle del que te olvidaste ―me reclama―, no sabes el problema en el que me metes si tu hermana o tu madre llaman.

―Lo sé, y ya te dije que lo siento.

―¡No es suficiente! ―Se hace la digna y yo refunfuño―, a todas estás, ¿dónde estás?

―Es una historia larga y de la que te vas a reír, pero ahora no te la puedo contar. Cuando nos veamos lo haré.

―¡Oye no seas así!

―De verdad, solo te llamo para que sepas que estoy bien. Lo haré después, lo prometo ―ruego.

―Está bien, ¿entonces nos veremos mañana?

―No creo que pueda, yo te aviso.

―¿Vas a decirme que clase de trabajo te encontraste para que tengas que quedarte sábado y domingo? O, no sería más fácil decirme que estás en tu casa y tu madre te ha secuestrado ―expone y yo me río, aunque creo que mi madre es capaz de eso.

―No, esta vez mamá no tiene nada que ver.

―¡Ya sé! ―exclama eufórica, pero sé que no es de alegría.

―¿Estás con el imbécil de Daine Castelli? ―pregunta enfadada.

―No, puedes estar tranquila que no se trata de él.

―Eso sería una novedad. Ese idiota, aparte de que te sonsaca, te deja botada.

―Gianna ―llamo su atención y esta se calla―, no se trata de él ―repito, porque por lo menos esta vez, aunque al comienzo sí lo fue, al final no lo es.

―Pues qué bueno, porque ese idiota es más ciego que uno de verdad ―se burla de Daine.

Y tiene razón, pero ese ya no es el problema, porque ahora le sumaremos otro.

―¿Vas a decirme al menos cuál es el trabajo que estás haciendo?

―Te lo digo, pero solo si prometes, no reírte de mí.

―Anda Maddie, que en serio me preocupas.

―Niñera ―digo y ella se queda muda. Refunfuño bastante enfadada porque sé que se está tapando la boca para no reír―, te dije que no te burlaras ―le reclamo.

―Lo siento, no quería reírme, pero es que no te imagino cuidando bebés.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.