Señor Playboy [serie Las Marías #6]

Capítulo 10

Majo

Me sorprende que esté aquí, después de haberse ido de la conferencia sin decirme una palabra. No obstante, lo que más me sorprende es que esté golpeado. ¿Qué fue lo que pasó para que terminara así?

—¿Qué te pasó en el rostro? ¿Con quién te peleaste?

—Unos idiotas me provocaron y me fui a los golpes —el olor al alcohol me revela dónde estuvo.

—Lo bueno es que ya estás de regreso… Entra, curaré tus heridas —se mantiene en silencio y como una estatua—. ¿Ismael?

—No es necesario…

—Ismael, es más que necesario —ágilmente agarro su mano y lo jalo. Como cede, con rapidez cierro la puerta por si se arrepiente.

Sin soltar la mano de Ismael, lo guio hasta la cama y lo hago sentarse.

—Tienes prohibido irte —suelto su mano—. Iré por el botiquín. — Con un poco de recelo me doy la vuelta, y a pasos rápidos voy al baño. 

Ingreso al baño y agarro de prisa el pequeño botiquín. Casi corriendo salgo del baño para la habitación. Por fortuna, él no ha escapado.

—Seguramente te debe doler mucho el rostro —abro el botiquín.

—Más les ha de doler a ellos —noto la furia en sus ojos.

—¿Qué te hicieron para que estés tan molesto?

Agarro el algodón y el alcohol, acercándome a él. 

—No vale la pena mencionarlo.

Suelto un suspiro, no voy a insistir para que me diga.

—Está bien. Respeto tu decisión.

Saco una bolita de algodón y la empapo de alcohol y dejo en la cama ambos implementos. Comienzo a curar la herida de su pómulo, escuchando su respiración pesada, notando cómo su cuerpo se ha tensado, recordando que estamos completamente solos en la habitación.

Sonrío inmediatamente. Me preocupé tanto que no pude pensar con malicia. No voy a desaprovechar esta grandiosa oportunidad, me preocuparé después, ahora lo único que me importa es seducirlo y cumplir mi fantasía.

Me alejo un poco, dejando el algodón utilizado a un lado, tomando otra bolita y empapándola de alcohol y me acerco a él con una clara intención. Quedo frente a Ismael, viendo cómo evita mirarme a los ojos, pero con mi mano libre agarro su mentón y hago que me mire. Me siento muy empoderada en tenerlo de esta manera.

Bajo mi rostro, quedando muy cerca de su bella cara, tragando grueso al ver sus labios, los cuales quiero besar para no hacer larga la espera, pero iré despacio.

—María…

—Quiero ver mejor —de inmediato limpio la herida de la comisura de sus labios.

Sé que no debería hacerlo, pero es sumamente necesario.

Presiono el algodón lleno de alcohol en la herida, escuchando un quejido de inmediato.

—Duele.

—Es una herida, ¿qué esperabas? — Sonrío con entusiasmo.

Acorto más la distancia de nuestro rostro y empiezo a soplar lentamente la comisura de sus labios mientras desinfecto la herida, percibiendo su respiración agitada. Muriendo de risas por mi cometido, humedezco mis labios y muerdo mi labio inferior. Para culminar la curación, dejo un pequeño besito en la herida ya limpia.

Con una sonrisa traviesa me alejo, viendo de reojo cómo suelta el aire contenido. Siendo motivada por su actuar, agarro con rapidez otra bolita de algodón haciendo el debido procedimiento.

Esta vez voy a cruzar los límites de mi decencia. Eso de andar de "tímida" no es lo mío.

Tiro mi cabello hacia atrás, deleitándome con la manzana de Adán que sube y baja. Para no hacer más larga la espera, me acerco de nuevo a él para “curar la herida de su frente”. Cómo está sentado en la cama, su hermosa y sexy carita queda a milímetros de mis senos, tanto que siento su cálida respiración.

No soy una mujer recatada, soy una mujer que sabe lo que quiere y quiero hacer el amor con Ismael esta noche. Así que acabo con la distancia de su rostro y mis senos.

—Detente, María José —ordena con una jodida voz que me hace humedecer más de lo que ya estoy.

—Ismael —me aparto, fingiendo inocencia—. Solo quiero limpiar tus heridas.

Discretamente, bajo mi mirada a su cremallera, viendo un bulto que eriza toda mi piel. Dispuesta a conseguir más, pongo el algodón de nuevo en la herida de la frente, pero Ismael agarra mi mano, alejándome varios centímetros de él, escudriñándome fijamente.

—Sabes muy bien de lo que hablo —su mirada se intensifica tanto que siento mis mejillas arder.

—No sé de qué hablas —aparento timidez.

—La ingenuidad no va contigo. —tira de mí, quedando su nariz otra vez en mis senos, sintiendo cómo inhala—. Me estás seduciendo y perfectamente lo sabes. ¿Por qué no ves que está mal lo que estás haciendo?

Tiro el algodón al piso y cierro mis ojos y los abro enseguida, exhalando. Estoy cansada de escucharlo decir que “está mal”.

—¿Por qué te empeñas en decir que “está mal”?




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