Señora Delacroix

Prólogo

5 años atrás, en un pequeño pueblo de Carolina del Norte, Estados Unidos.


Sólo quería cumplir mis sueños y para ello tenía que salir de este pueblo.

Ésas fueron las palabras que dije en cuanto comenté que quería ir a estudiar a Nueva York.

―¿Cómo piensas sobrevivir?― Preguntó mi madre mientras se sentaba en el sofá.―¿Para qué quieres estudiar? Muy pronto te casarás y tendrás que dedicarte a tu marido.―Odiaba el pensamiento machista que tenían mis padres y el pueblo en general.

Las mujeres no eran autónomas, su mayor sueño era tener hijos y un marido quien se encargaría de ellas... No se permitían soñar con otra cosa, no eran libres, eran prisioneros de un pensamiento retrograda inculcado por padres y madres de mentes cerradas y cuadradas, yo no quería ser como ellas. No quería esto.

Eran pocos lo que salían de este pueblo, para nunca volver, para ser la excepción. Yo quería eso.

―No me casaré.―Anuncié. Mi padre se levantó de golpe de su cómodo asiento y caminó hacia mí, levanté mi mentón con todo el orgullo de un Ward.―Estudiaré artes.―Esta vez crucé la línea, era inaudito para mi familia que fuera una artista, era algo profano y repugnante, siempre me lo decían... recordando el gran error de mi tío. El único Ward que se salió de las expectativas de la familia, el único que me apoyó en mi sueño, en mi ideología, en mis creencias, creyó y forjó en mi éstas esperanzas, ésta manera de ver el mundo.

Y mi padre me golpeó.

―No me decepciones así.―Sus ojos reflejaban aquella ira que mostraba cada vez que yo hablaba de mis sueños y espectativas.―¿Por qué no puedes ser como tu hermana, quien decidió casarse y dedicarse a su familia o por lo menos como tu hermano?―Parecía harto de tener que luchar contra mí y mis sueños.―¿Por qué siempre estás dándonos vergüenza en vez de paz y alegrías?―Mis ojos estaban llenos de lágrimas, pero no me permití llorar, no delante de ellos para desmostrarles lo débil que era. No. Yo no era así, mi orgullo no me permitía doblegarme ante nada ni nadie.

―Nada cambiará mi decisión.― Susurré.

―Niña ingrata, ¡Dios se encargará de castigarte!―Exclamó mi madre mientras se levantaba de golpe.

―Pues, estaré esperándolo con los brazos abiertos.―Los ojos de mis anticuados padres se posaron en mí.

―¡Blasfemia!―Mi madre jadeo y se desmayó.

 

Corrimos a socorrerla, ella era así. Dramática. Siempre que había una discusión y cuando se veía acorralada entre la espada y la pared, se desmayaba y todo se acababa, dando por vencedora a la Señora Mariela. Mi madre.

 

Dos semanas después.

El doctor me miró con pesar y sabía por excelencia y experiencia, que en cuanto saliera del hospital, todos me darían vuelta la cara, todos comenzarían hablar de mí a mis espaldas, a apuntarme y juzgarme de lo zorra y puta que era.

Porque, como dicen por ahí; "Pueblo chico, infierno grande." 
Y ésta noticia, no sería la excepción, estaba jodida.

―¿De cuántos meses?―Susurré saliendo de mis pensamientos y volviendo a la cruda y cruel realidad.

Suspiró: ―Tiene 3 meses de embarazo.

Respiré hondo y asentí lentamente.

―Muy bien, muchas gracias, Doctor.―Se despidió cortesmente y salí de ahí como alma que lleva el diablo.


¿Qué haría ahora? 


 

3 días, 3 días en donde estuve callada y pensativa, evaluando mis opciones, llorando en la soledad de mi fría habitación. 3 días de esperanzas perdidas, y ahora, veía un poco la luz, la esperanza estaba comenzando a surgir de aquella oscuridad. Tenía una opción. Sólo una.

Mis padres querrán que me case, porque ser madre soltera no era una jodida opción, ellos no lo permitirían jamás.

Joe se sienta en la banca de aquel parque que vio nuestro amor infantil crecer, donde lo vio morir... 
Cubre su rostro frustrado, acabo de darle la noticia que posiblemente arruine su carrera como doctor o tal vez, la noticia que lo impulse a ser alguien mejor y no un jodido cabrón egocéntrico. Aún tengo fe en su cambio.

―Iremos a la casa de tus padres a hablar.―Se levantó y tomó mis hombros, mi corazón golpeó fuertemente contra mi pecho, sí, había esperanzas para él, para nosotros.

Asentí y oculté aquella repentina sonrisa que invadía mi rostro.

Tomó mi mano y miró mis ojos, seguía pensando, estaba sumergido en su mundo privado que sólo él conocía.

Asintió y caminamos hacia su camioneta, subimos y nos dirigimos a la casa de mi padre.

Tengo miedo.

Tengo miedo de lo que pueda suceder desde ahora, miedo al futuro, a lo desconocido.

¿Seré una buena madre? ¿Podré ser el gran ejemplo para el bebé o quizás mis padres tengan razón... y siempre he sido un fracaso? ¿Alguien podrá salvarme, salvarnos?

¿Qué sucederá con mis sueños? Podría comenzar a estudiar durante el embarazo y luego congelar, tengo oportunidades, nada está completamente perdido para mí.

Suspiré y bajé lentamente de la camioneta, Joe tomó mi mano y me sonrío, estaba nervioso.

Pero era su actitud la que me daba esperanza, la que me daba las fuerzas para seguir adelante con esto, la que me recordaba que no estaba sola, que éramos él y yo contra esta sociedad, contra el mundo.

Abrí la puerta y caminamos al comedor, ahí estaban, tomando desayuno en silencio y con miradas perdidas, esclavos de sus pensamientos y de sus vidas que no aman.

―Madre.―Hablé para llamar su atención.―Padre.

―Joe Wilson.―Mi padre saludó con una sonrisa radiante. Sí, mi familia lo amaba, eso me deba muchas más fuerzas para seguir con esto.―Mariela, ponle las tazas a los chicos.―Su voz autoritaria hizo eco por la paredes de la fría habitación.

Mamá se levantó.




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