Narra Lucian
Corté la llamada, era la quinta vez que trataba de convencer a Rachel para que me acompañara.
Jamás rogaba, pero estaba mi palabra en juego. Eso era lo que me importaba, era lo primordial.
Rachel, estaba herida y humillada por dejarla plantada y por haberla humillado enfrente de Elizabeth.
Ella la odia, según Rachel, Elizabeth sólo trabaja para mí para engatusarme y quitarme el dinero. Sus celos eran patéticos y por sobre todo, no tenía fundamento alguno para culparla de algo como eso. Porque todos sabíamos que Elizabeth no era esa clase de mujer.
Estaba frustrado y eso hizo que no lograra hacer mi trabajo del todo bien.
Había hablado con Thomas sobre que no tenía una acompañante para aquella dichosa competición, su respuesta fue simple: Que me las arreglara solo, que él ya tenía a sus participantes; sus hijos: Noah, mi mejor amigo de la infancia y Nora, una chica de 22 años quien era una deportista destacada y conocida a nivel nacional.
Yo podía, era un buen deportista, pero el problema yacía en que no conocía a nadie tan atleta como Nora o yo. Estaba jodido, porque odio perder.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue ir a ducharme; al menos, debía botar el estrés de alguna forma, necesitaba relajarme. En realidad, estaba demasiado estresado, no sólo era el trabajo y los proyectos, sino que también estaba mi madre exigiéndome cosas que yo no podía proporcionarle y luego, tenía a Rachel, quien realmente me estaba causando grandes dolores de cabeza. De hecho, estaba cien por ciento seguro de que aquel ridículo compromiso pronto. Lo único que deseaba era un jodido descanso.
Lo siguiente que hice fue irme a dormir, no tenía nada más que hacer y estaba harto de darle tanta importancia a ésa dichosa competencia. Ni siquiera era relevante para mi trabajo, era, simplemente por mera entretención.
Desperté con la alarma de las 6:30 am, la apagué y me estiré.
Me levanté y me puse ropa deportiva y, como todas las mañanas, salí a correr.
Un hora después, iba de regreso a mi casa, mi respiración era pesada, sentía mi camiseta mojada por la transpiración y mis pulmones ardían.
Hoy era la jodida competición de Thomas y aún no solucionaba el asunto de mi pareja.
Llegué a casa, saludé al portero del edificio, ―vivía en la última planta, todo el piso me pertenecía ― tomé el ascensor y entré a casa.
Mientras iba caminando por los pasillos de mi casa, me iba quitando la ropa, después iría a recogerla, por ahora sólo necesito pensar en una solución.
Entro al baño y doy el agua, mientras me baño voy sopesando posibles soluciones, entonces, un largo y sedoso cabello rubio y unos ojos negros y llamativos pasan por mi mente.
Elizabeth Ward.
Ella podía ayudarme, después de todo, me conocía lo suficiente como para saber que cuando doy mi palabra, la cumplo.
Además; supongo que no tenía nada que hacer.
―Es sábado, de seguro saldrá con alguien.
―Tendría que cancelar. Esto era primero.
Salgo y comienzo a vestirme, en un pequeño bolso coloco ropa para cambiarme cuando la competición acabe. Cuando yo gane. Doblo una toalla y la guardo, cierro el bolso y lo llevo a la sala de estar.
Dan las 8 cuando termino de tomar desayuno, limpio mis platos y me dirijo al pasillo a recoger mi ropa para dejarla en la lavandería.
Voy a mi despacho y busco su número, lo marco.
Una llamada, nada.
Dos y nada, juro que mi paciencia se agota.
Respiro hondo y decido intentar una vez más.
― ¿Bueno? ― contesta insegura.
― ¿Elizabeth? ― digo su nombre de pila por primera vez en voz alta, se siente, jodidamente, raro.
No habla.
― ¿Ward? ― hablo una vez más; esta vez más cortante.
― Sí. ― titubea un poco. ― ¿Qué necesita? ― y su tono profesional se hace presente.
Recordándome quién era ella y quién era yo.
― Necesito que se vista con ropa deportiva, usted irá conmigo a esta competencia. ― hablo rápido, dando mi orden.
― ¿Cóm...
― Pasaré por usted en 30 minutos. ― la interrumpo para luego colgar.
No tendrá tiempo de negarse a mí.
Suspiro y busco la ubicación de su casa en los archivos laborales de la empresa.
Vive al otro lado de la ciudad. Genial.
Suspiro, voy por mi bolso y tomo las llaves de mi auto.
Salgo a la carretera y me dirijo a la casa de la señorita Ward.
Estaciono mi deportivo en el complejo de departamentos en donde vive mi secretaria.
Salgo del auto y busco su número para llamarla.
― Voy bajando. ― responde al contestar y luego corta.
Me cortó, nadie me cortaba el teléfono, nadie y ella me cortó.
― Eliot, quédate aquí con el señor portero. ― escucho la voz de mi secretaria.
Me giro y la veo, estaba ahí con un niño mirándome extrañado.
Mi estómago se revuelve.
El niño camina hacia el portero, quien se acuclilla para estar a su altura, se sonríen y comienzan una charla, que intuyo que es sobre aquel camión de bomberos que el niño tiene en sus brazos.
¿Por qué estaba con Elizabeth? ¿Quién era? ¿De dónde había salido?
Miro a Elizabeth que camina hacia mí.
Frunzo el ceño.
Nunca la había visto así, tan informal y relajada.
Traía una leggins negras y una sudadera suelta gris, zapatilla grises. Se veía...
Carraspeo, estaba divagando sobre su cuerpo... eso no era una gran idea o nos íbamos a incomodar; a mí por estar cerca de ella y a ella porque no dejaría de mirarla... por eso, debía controlar un poco la testosterona.
― ¿Y ése niño? ― fue lo primero que pregunté cuando la tuve cerca.