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Las primeras compras navideñas fueron divertidas, Eliot escogió tres regalos para Tracy, tres para Joanne y 3 para Lucian, quien no dejaba de protestar que no era necesario, pero para mi hijo si lo era... cuando estaba pagando por estas compras, Eliot y Lucian desaparecieron y fue hasta que salí de la tienda en su búsqueda que los vi llegar con 5 bolsas oscuras.
Eliot me dijo, "―No preguntes" como si nada, como si fuera un adulto en una situación incómoda, me dio su mano y caminamos a una tienda para comer unos aperitivos. Comida que Eliot dejó casi intacta.
Ya a las 12 de la tarde, nos fuimos a ver el gran desfile; por culpa de la gente, Eliot no podía ver y Lucian lo puso en sus hombros.
No olvidaré las expresiones de Eliot, mirando todo desde arriba, contemplando cada cosa como si nunca las hubiera visto, sus hoyuelos aparecían con cada dulce e inocente sonrisa y sus dulces ojos verdes asombrados e irradiando felicidad.
A cada minuto, apuntaba algo nuevo y Lucian sonreía y le decía el nombre de cada figura llena de helio que asomaba por nuestras cabezas y sorprendía a mi hijo.
A las dos de la tarde, fuimos a comer y Eliot, nuevamente, dejó la comida.
A las tres, Lucian nos dejó en la puerta de mi casa, dejando todo lo comprado en mi hogar, a excepción de lo que fueron a comprar ellos. Se excusó diciendo que sus padres habían llegado y querían estar con él.
Fue un día lleno de emociones, de sonrisas y risas, un día perfecto.
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El fin de semana, Eliot y yo nos quedamos en la cama, desayunamos y almorzamos ahí, viendo películas y jugando, disfrutando de cada pequeño momento que se nos presentaba.
El día domingo llegó una muy feliz Tracy, sonriendo y riendo cada vez que podía...
Al parecer, el tal Noah hizo cosas que ella no imaginó que haría por ella―y no, no hablo del ámbito sexual, no, hablo de acciones mucho más románticas y emocionantes―ella no dejaba de repetir lo perfecto que había sido, que incluso, cabía la remota posibilidad de que se estuviera enamorando de Noah.
Terminamos hablando de todo aquello y de lo que hicimos Eliot, Lucian y yo, pegó el grito en el cielo cuando se enteró que se quedó y que nos acompañó en las compras... estaba tan sorprendida como yo, porque el Lucian que ambas conocemos no era para nada alguien hogareño, él era la clase de hombres que podía estar todo el día domingo en su empresa y no le molestaría en lo absoluto.
Era la clase de hombre que le importaba más su vida laboral que la familiar.
Pero, otra vez, Delacroix me sorprendía con su actitud... con sus sonrisas y aquella faceta desconocida para muchos.
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Era lunes. Odio los lunes.
Me levanto y beso la frente de mi hijo y de mi loca amiga, quien le babeaba la espalda a Eliot, sonreí.
Fui al baño, me senté en el inodoro y luego me duché, me vestí en tiempo récord y salí disparada a la oficina, para evitar llegar atrasada.
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Ya en la empresa, caminé hacia la entrada y saludé a don Tito, me dirigí al casino y pedí mi café sin azúcar con una media luna y subí por el ascensor.
Cuando llegué a mi piso, no había rastro de Lucian.
Miré al reloj que había encima del elevador; eran, exactamente, las 8:30, hora de entrada de todos y generalmente, Lucian, era alguien que llegaba a las 8 en punto.
Fruncí el ceño y encendí mi computador, mientras esperaba que encendiera, comí un trozo de mi media luna y bebí de mi café.
Mientras esperaba a Lucian, tomé las carpetas que había dejado en uno de los cajones el día miércoles, puse mi gafas y comencé a ordenar cada hoja por orden de importancia y alfabética, leyendo y releyendo los puntos más importantes de los archivos.
A las 9:30, las puertas del ascensor se abren, dejando ver a un Lucian serio y detrás de él venía...
Oh, Dios ahora entiendo su retraso.
Detrás de él venía nada más ni nada menos que el ilustre y respetable, Lucian Maximus I Delacroix, el patriarca de los Delacroix y abuelo de Lucian.
― Bue... Buenos días.―dije más nerviosa de lo normal, porque el señor Lucian me miraba fríamente y Lucian, mi jefe se detuvo un momento para mirarme y asentir como a modo de saludo.
―Tráenos dos cafés, ambos sin azúcar y cargados.― mencionó mi jefe antes de cerrar la puerta de su oficina.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, avisando, advirtiendo que algo malo se avecinaba.
Suspirando, me levanto y me dirijo a la cocina a preparar los cafés.
5 minutos después, estoy parada enfrente de la puerta de mi jefe, con mis piernas temblando, porque sí; el abuelo de mi jefe era un anciano de 80 años que a base del miedo, imponía respeto, sus facciones firmes y arrugadas producto de la vejez, no habían menguado aquellas duras expresiones, no, lo único que hizo el tiempo eran endurecerlas, sus ojos, de un color verde frío; demostraban todo lo que conocía, todo lo que había aprendido y no había enseñado a nadie más, todas sus experiencias que forjaron aquellos rasgos tan duros y fríos. Si Lucian era orgulloso y calculador, su abuelo era la personificación de ambos conceptos... porque mi jefe, comparado a aquel hombre avejentado, sabio y orgulloso, no era más que un gatito en busca de cariño...
Inhalo y exhalo para buscar valor y valentía donde no la hay, golpeo y escucho: Adelante.
Entro.
― Los cafés.― le entrego uno a mi jefe y luego a su abuelo.
Éste lo mira con una blanca ceja encarnada, para posar su fría y calculadora mirada en mí.
― Llévatelo y hazlo de nuevo.― habla mientras deja la taza con fuerza en la bandeja, derramando café por toda la charola, me estremezco y como un animal perdido y asustadizo, asiento.