Narra Lucian
Había sentido aquel vacío incontables veces, no necesitaba preguntarme el qué significaba.
Porque ya sabía lo que era, y era decepción.
Suspirando alejo aquellos recuerdos y pensamientos dolorosos, había vivido la mitad de mi vida engañado, creyendo cosas que jamás fueron y la otra mitad, me la pasé decepcionando a aquellas personas que aún estaban a mi lado y ahora, tengo la oportunidad de dejar todo aquello atrás, porque ahora tengo a mi propia familia y debía protegerlos, amarlos.
Me levanto de mi cómoda silla, sin siquiera volver a pensar en aquello, salgo de la biblioteca, rumbo a la habitación de invitados.
Camino por los oscuros pasillos de la casa y me detengo al notar un poco de luz filtrándose por la puerta de la habitación de Eliot.
La abro con lentitud y observo cómo duerme en aquella posición tan rara.
Entro del todo y la cierro tras de mí, me acuesto a su lado y pronto, soy rodeado por él.
Había cierta tranquilidad al dormir a su lado, no podía comprender el cómo alguien tan pequeño como él, le podía traer tanta tranquilidad a alguien como yo.
En todo este tiempo, había descubierto algo: Eliot era mi pequeño ángel de la guardia, lo único que me mantenía cuerdo.
***
Sigo a Elizabeth por la empresa, a mi costado mi abuelo iba asintiendo cada vez que nos saludaban.
Entramos al ascensor.― ¿Cómo ha estado con todo esto?― pregunta Elizabeth rompiendo el silencio que nos había invadido desde que salimos de casa.
Mi abuelo suspira, como si no pudiera controlar su cansancio.― Decepcionado, pero me lo he tomado con calma.
― Es algo que nadie se imaginaba.― las puertas se abren y salimos del ascensor.
― ¡Hola, Lizz!― chilla una suave voz, que provenía de una muchacha de no más de 18 años, estatura media y cabello demasiado enmarañado para mi gusto, el cual era de un color castaño cobrizo.― ¿Tenemos una reunión?― nos mira sorprendida, como si ni siquiera supiera que el dueño de la empresa está en frente de ella.― No la recuerdo, ¿preparo la sala de reuniones?.― murmura mientras comienza a revisar aquella libreta de forro negro.
― Susan.― susurra mi esposa en cuanto nota que la chica comienza a hablar sola.― Te presento a Lucian, mi marido y él es su abuelo, el señor Lucian.
La chica nos mira, visiblemente sorprendida.― Yo... yo, esto...― comienza a balbucear más de lo que pudiese imaginar.
Ahora mismo, no dejaba de cuestionar la capacidad de esta chica frente al trabajo que mi esposa le encomendó.― Disculpe.― logra calmarse.― Soy Susan Ivanova.
― Un placer.― digo con cortesía.
Mi abuelo, como siempre, se deja llevar por las apariencias y apenas y le da un asentimiento de cabeza.
Caminamos hacia el despacho y noto como Elizabeth le sonríe para tranquilizarla.
Ella es la última en entrar y cierra la puerta detrás de sí.― Susan vendrá en un momento con los informes y los archivos del fraude de las exposiciones.
― No parece capacitada para el puesto.― menciona mi abuelo.
Elizabeth se encoge de hombros.― Afortunadamente, usted no tiene que relacionarse con ella.― sonríe con dulzura.― Muy pronto verá que está tan capacitada como cualquier otro, es más, es mucho mejor.
Golpean a la puerta y Elizabeth se levanta a abrir, llega la muchacha con sus delgados brazos llenos de carpetas, torpemente, deja las cosas en el escritorio y comienza a ordenar las cosas, con concentración.
― ¿Puedo encender el computador?― me pregunta posando su mirada en la mía, asiento.
La veo teclear y abrir ciertas páginas, guardamos silencio al ver cómo introduce alguno que otro dígito, en total concentración, suspira y nos observa.― Esto fue lo que se descubrió.― gira la pantalla hacia nuestra dirección, señalando con su índice un número de una cuenta bancaria.― Lizzy, puedes mostrarle los informes impresos, por favor.― pide mientras sigo mirando algo que no encuentro, estaba todo perfecto.― ¿Ven el error?
― No.― respondemos mi abuelo y yo.
― Comparen estos números con estos.― nos pide Elizabeth mientras nos deja unos informes estadísticos delante de nosotros.― Para mí también fue difícil de encontrar el error.― la oigo susurrar.
― La estafa fue meticulosamente creada como para no indicar fallas en la revisión de estadísticas.― habla la chica mientras nos señala otro dígito.― Un error imperceptible para cualquier persona.
― Un número está erróneo.― puntualiza mi abuelo, lo veo observar las otras carpetas y la pantalla del computador reiteradas veces.― Y no sólo está en este, también está en este archivo y en este otro.― Y comienzo a revisar lo que él me señala y en efecto, ahí estaba la falla del número de la cuenta, escogiendo meticulosamente cada sector, como si fuera hecho por algún experto.― Buen trabajo, muchacha.― felicita mi abuelo a Susan.
Ella asiente y nos muestra una pequeña sonrisa.― No es todo, creo que la persona que hizo esto, no actuó sólo, alguien debió ayudarlo, una persona que esté familiarizado con computadoras y estadísticas.
― Lo hay, mi hijo fue ayudado por la secretaria del jefe de finanzas.― habla mi abuelo con seriedad.
Susan se ve sorprendida.― Entonces, ella tuvo acceso a todos los archivos, por estar en una zona central.― comenta.
Suspiro.― Así es.― concuerdo.― Susan, llama a la FBI, comentale que es sobre el fraude Delacroix y enviarán al detective,―que lleva este caso― hacia acá.― Asiente y hace acopio de salir de la oficina.
― Y también convoca a una rueda de prensa, antes de que este asunto se filtre, tenemos que hacerlo nosotros para causar menos impacto social.― habla mi abuelo.
― Sí, señor.― Susan sale de la oficina, mientras nos quedamos todos en silencio.
― Me equivoqué.― Habla mi abuelo, Elizabeth y yo intercambiamos miradas y luego volvimos nuestras miradas hacia mi abuelo.― La chica es más inteligente y competente de lo que se espera de una secretaria.― veo a Elizabeth sonreír y asentir.― Pero ya me estoy acostumbrando a equivocarme.― habla con seriedad y su mirada perdida.― Primero mi esposa, nunca le dediqué el tiempo que necesitaba y aún así, su devoto y fiel amor me sorprendía cada día más. Luego me equivoqué con mi hijo, nunca recibió lo que de verdad necesitaba, nunca fui lo suficiente padre para él.― veo cómo, por primera vez en toda mi vida, derrama una lágrima, pero la seca antes de que baje por su mejilla.― Luego, contigo, tratando de imponerte cosas que no querías, tratando de controlarte, cometiendo los mismos errores que cometí con tus padres.― su mirada se posa en la mía y veo debilidad en sus ojos.― Y verdaderamente, estoy arrepentido por todo aquello.