Señores Dragones (los Ardelean)

Capítulo 1: Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía (Anatole France)

El segundero del gran reloj que colgaba en la pared se movía lentamente: tic-tac, tic-tac... Las manecillas marcaban las cuatro de la madrugada y diecisiete minutos. Todo estaba en absoluto silencio, y la única luz provenía de una pequeña lámpara encima de una mesita de noche de aspecto rústico.

Había tres hombres alrededor de una cama individual, y se escuchaba una respiración débil y silbante, cada vez más lenta. Uno de ellos, vestido con una bata blanca, observó el gotero a su derecha, que, con unos tubos, iban hasta el brazo del anciano que respiraba con dificultad pese la mascarilla de oxígeno.

El hombre situado a la izquierda de la cama miraba a uno de sus compañeros con preocupación. Era alto y delgado, vestido con un traje negro y corbata, su pelo era corto de color blanco, peinado con la raya en un lateral, y unas gafas finas de montura plateada delante de unos ojos marrones.

El tercer hombre se encontraba a los pies de la cama. Se giró para mirar el gran reloj antes de sacar su smartphone del bolsillo y responder algunos mensajes. También vestía con traje; era mucho más bajo y rechoncho, con barba arreglada y unos gruesos mofletes que empequeñecían sus ojos oscuros, iba peinado con el pelo engominado hacia atrás.

De pronto, la sonora respiración cesó.

El primero en percatarse fue el que estaba a la izquierda, apoyó una mano en el brazo del viejo, pero no obtuvo respuesta. Miró al hombre al otro lado de la cama, que acababa de acomodarse unas gafas sacadas del bolsillo de su bata y había cogido una carpeta y un bolígrafo de la mesita.

-Hora de la muerte. -Miró el reloj- cuatro y veintitrés de la madrugada del ocho de abril, dos mil dieciséis.

Una mano salió de debajo del edredón nórdico para encontrar el teléfono móvil, deslizó la pantalla hacia arriba con el dedo y apagó la molesta alarma. Se desperezó sin salir de la cama y tras un par de vueltas apartó la colcha, se sentó y buscó las zapatillas mientras bostezaba.

-Qué sueño más raro... -se dijo pasándose la mano por la cara, sentía como si no hubiese descansado nada. -Buenos días, Dante -saludó al gran gato gris tendido a los pies de la cama; le devolvió el saludo entrecerrando los ojos-. Hoy será un gran día.

Apartó el libro que había quedado en el lado vacío de la cama doble; le gustaba leer todas las noches antes de dormir, y actualmente estaba leyendo un libro muy interesante que trataba de una guerra entre dioses de panteones antiguos. Siempre le había fascinado el tema de la mitología, y así lo demostraba con el enorme póster de un pegaso que tenía colgado en el cabezal.

Daniela Ardelean era una chica no muy alta, de figura esbelta y poco atlética, pero se mantenía delgada gracias a su metabolismo rápido. Sus ojos eran de color azul verdoso con un toque ambarino en el izquierdo, nariz respingona y algunas pecas sobre ésta; sus labios no eran muy gruesos, y las comisuras estaban siempre ligeramente levantadas hacia arriba. El cabello castaño oscuro y ondulado lo llevaba largo hasta la cintura; solía atárselo con una trenza o una coleta alta.

De detrás la puerta de su dormitorio tomó el peludo batín gris con corazones rojos estampados y caminó hasta la cocina apartándose su largo y ondulado cabello castaño de la cara hacia atrás. Se preparó el desayuno: un café y dos palmeritas de chocolate. Cayeron dos palmeritas más mientras encendía el televisor y miraba la noticia sobre Bruce Springsteen y la cancelación de un concierto en Carolina del Norte en protesta contra una ley anti gay. Le gustaba aquel cantante, aquello solo le daba más puntos.

Conectó el móvil al cargador y lo dejó sobre la mesa del comedor, junto al ordenador portátil y el ebook.

Sobre el portátil había un trozo de papel con un día y una hora escritos en tinta roja. El día era para dos después. Sonrió al pensar en la cara que pondría Gabriel cuando viera que había encontrado el ático de sus sueños en el centro de Barcelona en el que compartir sus vidas: soleado y con una gran terraza, cuatro habitaciones, una bañera de hidromasaje..., además, no era caro. Estaba convencida de que a él también le iba a gustar.

Daniela fantaseaba con que pronto le pediría matrimonio, pues hacía unas semanas que le había dejado caer algún que otro comentario al respecto. En nada se irían a comer a su restaurante asiático favorito y allí se lo pediría, quizás esperaría las vacaciones al País Vasco que tenían pendientes, o puede que, simplemente, se lo pidiera durante un paseo por el Paseo Marítimo de Barcelona. Si ella no lo había hecho ya es porque Gabriel, muy clásico en aquellas cosas, le había dicho que quería pedírselo él cuando llegara el momento.



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En el texto hay: intriga, magia, dragones

Editado: 24.04.2019

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