John nunca había visto, y mucho menos estado, en una jungla tan espesa y llena de vida como aquella. Había una variedad de especies mucho mayor que en cualquier otro lugar del mundo en el que hubiera estado. Mirara donde mirara veía árboles diferentes que ascendían hasta el cielo, mezclándose con la niebla y las nubes.
Se escuchaba el sonido de un arroyo, pero había tanta música de tantos pájaros distintos que era muy difícil seguir la dirección del agua.
Uno de los marineros que iba junto al capitán, Fran, de espalda grande y permanente mal humor, sacudió su espada con fuerza para cortar unos arbustos que había en medio del camino que ellos mismos estaban creando. Hasta ahora habían podido ir avanzando, pero la jungla era más densa en cada paso que daban.
Los cantos de los pájaros cesaron al instante.
John fue el primero en detenerse, y miró alrededor. Aunque los pájaros no cantaran, ni chillaran, ni gritaran, seguía habiendo ruido ambiental: el viento golpeando los árboles y las hojas, el agua del río, que ahora se escuchaba con más claridad, algún animal cazando en la lejanía y el grito agónico de su víctima...
—¿Y los pájaros? –preguntó John. Todos se detuvieron y lo miraron.
—Ya no se escuchan –comentó Jeff, que iba delante de él y también los buscaba con la mirada.
Súbitamente, algo golpeó a Fran, con tanta fuerza que salió volando, golpeó un árbol y quedó tendido en el suelo.
—¿¡Pero qué...!? –El capitán estaba a su lado. Se había detenido para mirar a John y después mirar hacia la vegetación, como todos los demás, buscando el motivo por el cual los pájaros ya no cantaban.
—¡Fran! –exclamó Kyle, corriendo hacia el hombre–. ¡John!
John reaccionó y también corrió hacia allí, esquivando unos arbustos y pasando por encima de una roca. Se agachó a su lado y acercó su oído a su boca. Respiraba, pero muy pesadamente, como si hubiera algo en su interior que no funcionaba bien.
—Hay que sentarlo.
Kyle, y Jeff, lo tomaron de las axilas y lo levantaron. Fran tosió con fuerza, inconsciente, expulsando un montón de sangre que manchó la zapatilla de Paul. Todos dieron un respingo.
Una vez sentado, se quedó inerte. Solo se movía su torso, cuya respiración era sonora, débil y cada vez más lenta. Físicamente no se le veía nada, por lo que John no sabía ni por dónde empezar a ayudarlo, ni siquiera llevaba sus herramientas de cirujano. Miró directamente al capitán, que le devolvió la mirada.
—Jeff, Kyle, llevadlo al campamento –dijo de repente el capitán Jacques, entendiendo la mirada del médico.
Al cogerlo de nuevo de las axilas para poder levantarlo, expectoró otro montón de sangre que cayó entre su camisa y el suelo.
—Creo que... –John se acercó a él y de nuevo se acercó a su boca– Está muerto.
—¿Muerto? Pero...
—Creo que el golpe lo ha reventado por dentro.
—Llevadlo al campamento, que lo entierren con los demás.
John y Paul se quedaron mirando cómo Jeff y Kyle se iban con Fran, regresando por el mismo lugar por el que habían llegado hasta allí.
—¿Qué lo ha golpeado? Tenía una fuerza sobrehumana. –Quiso saber Paul, mirando al capitán.
—No lo sé. Estad atentos. Sigamos.
Volvieron a emprender la marcha, al mismo tiempo que los pájaros volvían a ponerse a cantar, y volvieron a seguir el sonido del arroyo, pero nunca llegaban, como si dieran una vuelta tras otra. John estaba convencido que habían pasado por aquel mismo árbol lleno de musgo y con flores rojas tres veces ya.
—No estamos avanzando –dijo John finalmente, suspirando y cruzándose de brazos. Estaba cansado, llevaban caminando, sorteando piedras y rodeando rocas como medio día, y eso lo sabía porque la claridad empezaba a desvanecerse, volviéndose oscuridad–. ¿Cómo puede ser que volvamos al mismo lugar todo el rato si estamos caminando recto? –Paul se sentó en una roca, apoyando sus codos en las rodillas.
—Esta isla es especial –comentó el capitán, mirando alrededor–. Regresemos al campamento, mañana volveremos a intentarlo.
—¿Regresar por dónde? Es como si estuviéramos en un bucle, cuando llegamos al final de un punto regresamos al principio del otro. –John gesticuló con las manos mientras hablaba.
—Esto no la hace especial... sino mágico. –El capitán y John miraron a Paul, que había hablado en un susurro. Miró a ambos muy serio–. Quizás haya una bruja en este lugar, no debimos venir. Está cabreada con nosotros, por eso ha matado a Fran.
John y el capitán intercambiaron una mirada antes de volver a mirar a Paul. Fue el capitán el que sonrió y rio, soltando una carcajada, negó con la cabeza y con la mano.
—Deja de decir tonterías, esta isla está deshabitada, ¿quién viviría aquí? Es especial, pero seguramente haya alguna explicación para que demos una vuelta y que nos parezca que estamos dentro de un bucle. No hay nada de mágico en esto. Ahora iremos hacia allí y llegaremos al campamento en un par de horas.