Para Kaitlin, una mujer que había nacido entre la nobleza, convertirse en hombre fue difícil, pero revelador. Se sorprendió al descubrir lo fácil que era sobrevivir haciéndose pasar por un varón. Todo aquel con el que hablaba la tomaba más en serio, no entornaban los ojos cada vez que decía algo inteligente, no asumían que había escuchado hablar a un hombre cuando daba una opinión con sentido, como si fuera incapaz de tener criterio propio. Y además, dejaban de verla como un simple pedazo de carne cuyo único destino era, y debía ser, casarse y tener hijos.
Tuvo que cambiar muchas cosas, desde la forma de caminar y gesticular hasta el tono de voz, haciéndolo más grave. Se acostumbró a llevar al menos un arma encima y también tuvo que acostumbrarse a algunos hábitos; como beber a menudo, jugar con su puñal o soltar groserías a las mujeres que pasaban por su lado. Eran actividades que consideraba estúpidas, pero cuando empezaron a meterse con ella por "nenaza", tuvo que cambiar de actitud: pasar desapercibida era ahora mismo su lema.
Gracias a la Madame, Víctor la aceptó, a regañadientes, como tutor. No a Kaitlin, aceptó a Ray, que era ahora su nuevo nombre y también su nueva identidad. Se hizo pasar por un mozo de catorce años debilucho, y que por eso no valía para pelear ni para actividades más físicas.
Así que ahora, Ray, era el nuevo ayudante de Víctor y aprendió muchas cosas. Muchas cosas fascinantes. Nunca creyó que la medicina pudiera interesarle, pero lo hizo, sobre todo cuando superó la aprensión.
Las primeras veces que vio sangre se mareó, y vomitó la primera vez que vio gangrena. Nunca había estado tan cerca de enfermedades. Por lo único que tuvo problemas es que le costaba tocar a los enfermos, y se lavaba las manso inmediatamente después, lo cual hacía que tanto Víctor como sus otros ayudantes se rieran de ella. Cuando se encontró con un cadáver por vez primera se desmayó, cayendo redonda encima de la mesa de operaciones, golpeándose con fuerza en la frente, así se ganó su primera cicatriz, sobre la ceja izquierda. Aquella simple marca le daba un aspecto mucho más varonil, aunque siempre evitaba explicar su historia, era mucho menos heroica de lo que muchos podían imaginar.
Poco a poco fue acostumbrándose a su nuevo modo de vida. Nunca dejó de darle asco tener las manos sucias o manchadas de sangre, una costumbre que su madre le había aplicado desde que era pequeña: una señorita no podía ir con las manos sucias y las uñas desarregladas. Lo segundo era algo inevitable teniendo en cuenta que ahora trabajaba, pero no había dejado de querer ir con las manos limpias, y es que se sentía incómoda cuando las tenía sucias.
Cuando a Víctor no le quedó nada para enseñarle ella misma decidió que no quería seguir siendo su ayudante y se fue a un hospital. También siguiendo el consejo de la Madame de "antes que empiecen a sospechar, vete". Allí atendían a los pobres o a aquellos que no se podían permitir médicos como Víctor, cuyos honorarios eran mucho más elevados.
Trabajar allí fue algo muy duro, las enfermedades estaban en estados mucho más avanzados y los pacientes no tenían los recursos para hacer las curaciones indicadas. Allí se encontró con diferentes afecciones respiratorias, marineros con mala suerte que no podían costearse un buen tratamiento, mujeres con infecciones debido a un mal parto, e incluso niños con enfermedades de piel graves. Entre otros muchos casos.
Empezó a estudiar mucho. Se le daba bien retener información, siempre se le dio bien estudiar y prestar atención, y lo más importante es que sabía leer y escribir con soltura, algo que sus padres siempre procuraban que supiera. Según su madre, debía ser una buena esposa y estar totalmente entregada a su marido, pero también tenía que ser su brazo derecho, tenía que dar buenos consejos y no permitir que él tomara malas decisiones... según su madre, ella debía ser la que mandara en la sombra. Mirar hacia otra dirección cuando fuera necesario y no entrometerse en asuntos de su marido de forma abierta, siempre desde la clandestinidad. Así que no solo aprendió sobre medicina y cirugía, también empezó a estudiar sobre plantas y sus propiedades, sobre alquimia, ungüentos medicinales y cataplasmas curativos.
Ahora sí que era clandestina, una mujer en el cuerpo de un hombre. No había mejor forma de controlarlo todo desde la sombra.
Su nombre empezó a escucharse y a tener reputación en Holetown. Sin que el reverendo lo supiera, la mujer a la que había cuidado y curado, a la que había salvado de morir de hambre, ahora era la que cuidaba a sus enfermos apenas cobrándole un par de simbólicas monedas. No podía dejar de ayudar a una persona que cuando más lo había necesitado la había ayudado, de forma desinteresada.
Además de la ropa de hombre, escondió su rostro bajo unas gafas y un sombrero que no se solía quitar, y se cortaba el pelo casi rapado al completo.
Pero nunca dejó de seguir el consejo de la Madame: "vetes antes de que sospechen". Era por eso que Kaitlin no solo se subió a un barco y se fue de Holetown, sino que también dejó de llamarse Ray para pasar a llamarse Adrien, y cuando supo español con fluidez, pues su prometido ya había empezado a enseñárselo, se llamó Ernesto. En la mayoría de travesías no tenía que pagar ningún pasaje, los capitanes permitían trasladarlo gratis siempre que estuviera dispuesto a servir a la tripulación en caso de enfermedad o heridas.